El librepensamiento frente a las religiones

El fin de semana pasado tuvimos una iniciación con mis hermanos y hermanas de la Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain – El Derecho Humano radicado en Paraguay, razón por la cual me fue imposible escribir para el blog. Justamente el jueves 20 se celebró el Día de la Libertad de Pensamiento que surge en conmemoración el Día de la Unidad Italiana.

Ese día se recuerda un acontecimiento histórico: la entrada triunfal en Roma, en 1870, de las fuerzas patrióticas de Víctor Manuel II, Cavour y Garibaldi, que buscaban la unidad italiana. Roma fue el último baluarte de la reacción vaticana aliada al imperio francés de Napoleón III. Su caída fue en buena parte obra de los "Camisas Rojas" del general José Garibaldi, que había luchado primero con las fuerzas republicanas contra el imperio en Brasil, y luego en Uruguay, al costado de las fuerzas liberales que defendían la ciudad de Montevideo, en el sitio que se le había impuesto entre 1843 y 1851, durante la llamada Guerra Grande. Por ello, el 20 de Setiembre se considera el Día de la Unidad Italiana. Para los librepensadores y humanistas del universo, es símbolo de libertad, y se lo conoce como el Día de la Libertad de Pensamiento.

El término nos remonta a los movimientos filosóficos del siglo XVII y XVIII y más concretamente al período de la Ilustración. Durante el “Siglo de las Luces”, numerosos pensadores vieron en la razón el elemento esencial del progreso humano. De su mano se podían destruir ancestrales creencias inmovilizadoras y bajo su luz los hombres podían adentrarse en el estudio de la naturaleza y sus mecanismos, llegando a explicaciones lógicas de cuanto acontecía en el entorno.

Todo cambio produce, inevitablemente alguna rotura y las profundas modificaciones iniciadas en la Ilustración no fueron la excepción. Se inició la ruptura del sistema de pensamiento absoluto, inerte, en el cual la Iglesia, ostentaba el patrimonio del saber. La propia Iglesia, sus actuaciones pasadas y presentes, sus instituciones y sus hombres comenzaron a ser discutidos. La sacra envoltura que rodeaba a todo lo eclesial comenzó a rasgarse y los hombres de la Ilustración incluyeron a la Iglesia en su campo de reflexión. Ello dio origen a enfrentamientos con los librepensadores que marcaron de modo indeleble el posterior desarrollo del librepensamiento.

En las últimas décadas del siglo XIX, tras los procesos revolucionarios de principio de siglo, nos encontramos con un movimiento librepensador, con implantación en numerosos países, pugnando por estructurarse en ligas y federaciones. Sus integrantes se sitúan fuera, y en numerosas ocasiones, en contra de la religión. Propugnan un modelo nuevo, moderno en su propia terminología, de pensamiento y de organización social, con la razón y la ciencia por norte. Para ellos, la moral no debe sustentarse en creencias religiosas. Lógicamente, en cuanto los librepensadores intentaban llevar a la práctica sus ideas o propagarlas, chocaban con las instituciones involucionistas. La Iglesia Católica entre otras. Tal situación llevó a una dinámica de enfrentamientos y descalificaciones.

Los librepensadores aplican la razón, la experiencia, la observación y la prueba, como únicos medios dignos de crédito para la determinación de la verdad. La verdad es el grado con que una afirmación corresponde a la realidad. La realidad está limitada a lo que uno puede percibir directamente a través de los sentidos o indirectamente a través del uso adecuado de la razón. Así, la razón es una herramienta del pensamiento crítico que limita la verdad de una afirmación de acuerdo a las pruebas estrictas del método científico; entonces para que una afirmación pueda considerarse como cierta debe ser comprobable.

Desde el librepensamiento se rechaza toda autoridad que se oponga a la razón, ya sea aquélla de un hombre, la de un libro o la de una organización basada en la revelación, los milagros o la tradición. Un librepensador no puede reconocer como definitivo ningún sistema o doctrina. Tampoco debe limitarse a negar simplemente todo lo que no resiste al toque de la razón, sino que debe extender el conocimiento humano a la luz de sus principios. Para que sea fructífero, el librepensamiento debe aplicarse no solamente a alumbrar la humanidad, sino a resolver los problemas sociales teniendo presente la necesidad suprema de lograr para todos, sin distinción de sexo, de raza o de nacionalidad, una igualdad completa en el ejercicio de sus derechos y en el cumplimiento de sus deberes.

Los librepensadores están convencidos de que las aseveraciones religiosas no resisten la prueba de la razón. No es solamente que no se gane nada creyendo algo que no es cierto, sino que también se tiene todo que perder cuando se sacrifica la herramienta indispensable de la razón en el altar de la superstición. Usan la palabra religión para denominar a los sistemas de creencias que incluyen un dominio sobrenatural, una deidad, fe en escrituras sagradas y conformidad con un credo absoluto. Muchos librepensadores consideran a la religión no solamente como falsa, sino también como justificación histórica de guerras, esclavitud, sexismo, racismo, fobia a los homosexuales, mutilaciones, intolerancia y opresión a las minorías. El totalitarismo de los absolutos religiosos ahoga el progreso, sostienen.

La religión como materia obligatoria
En el mundo posterior al 11 de setiembre de 2001, la religión ha salido de lo privado para estar presente en el espacio político más que nunca. El retorno de lo religioso exige fortalecer un librepensamiento sólido, fundamentado y rescatarlo del silencio sistemático en que la ha sumido la historiografía.

Daniel Clement Dennett (Boston, 1942) es uno de los filósofos de la ciencia más destacados en el ámbito de las ciencias cognitivas, especialmente en el estudio de la inteligencia artificial y de la memética. También son significativas sus aportaciones acerca de la significación actual del darwinismo. Dirige el Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts, donde es catedrático de filosofía. Desde 1987 es miembro de la American Academy of Arts and Sciences y la semana pasada planteó, en una nota para la revista de cultura del diario argentino La Nación, la educación obligatoria sobre las religiones del mundo en todas las escuelas estadounidenses, públicas y privadas, y en la educación a domicilio. Hasta el momento no tengo una postura clara sobre la propuesta que lo expone en su libro Romper el hechizo:

"Tal vez sea posible confiar en la gente de cualquier parte y, por lo tanto, permitirle que haga sus propias elecciones bien fundadas. ¡Elecciones bien fundadas! ¡Qué idea sorprendente y revolucionaria! Tal vez se pueda confiar en las elecciones de las personas, no necesariamente en las elecciones que nosotros les recomendemos, sino en las que tienen mayor probabilidad de satisfacer los objetivos que ellos se han planteado. Pero, ¿qué les enseñamos hasta que adquieran suficiente información y madurez como para poder elegir por sí mismos? Les enseñamos todo sobre las religiones del mundo, de manera práctica, bien informada en los aspectos históricos y biológicos, de la misma manera que les enseñamos biografía, historia y aritmética. Tengamos más educación sobre religiones en nuestras escuelas, no menos. Deberíamos enseñarles a nuestros hijos credos y costumbres, prohibiciones y rituales, los textos y la música, y cuando nos dediquemos a la historia de la religión, deberíamos incluir tanto lo positivo como lo negativo (la Inquisición, el antisemitismo a lo largo de los siglos, el papel de la iglesia católica en la proliferación del sida en Asia por medio de su oposición a los preservativos). Y a medida que descubrimos más y más cosas sobre las bases biológicas y psicológicas de las prácticas y costumbres religiosas, deberíamos agregar esos conocimientos a los programas, del mismo modo en que actualizamos nuestros conocimientos en los campos de la ciencia, la salud y los acontecimientos de actualidad. Todo esto debería formar parte del programa obligatorio de las escuelas públicas, las privadas y la educación a domicilio.

"(...) Es solo una idea y tal vez haya otras mejores para tener en cuenta, pero esta seguramente resultará atractiva para los amantes de la libertad en todas partes: la idea de que los devotos de todos los credos deberían enfrentar el desafío que implica asegurarse de que su credo sea suficientemente digno, atractivo, plausible y significativo como para resistir las tentaciones de sus competidores. Si uno tiene que engañar a sus hijos o vendarles los ojos para asegurarse de que confirmarán su fe cuando sean adultos, esa fe debería desaparecer".

Dennett ha comentado en varios lugares que su proyecto filosófico global ha seguido siendo en gran medida el mismo desde sus tiempos en Oxford. Busca sobre todo proporcionar una filosofía de la mente arraigada en la investigación empírica y útil para ésta. En su disertación Content and Consciousness (Contenido y Consciencia), dividió el problema de explicar la mente en la necesidad de una teoría del contenido y una de la conciencia. Su aproximación a este proyecto también ha permanecido fiel a esta distinción. De la misma manera que el contenido y la conciencia tienen una estructura bipartida, los brainstorms pueden ser divididos igualmente en dos secciones. Posteriormente agrupará varios ensayos sobre contenido en The Intentional Stance y sintetizará sus investigaciones sobre la conciencia humana en una teoría unificada en el libro La conciencia explicada. Estos dos volúmenes desarrollan su visión multidisciplinar sobre la conciencia, basada en el método científico y en datos procedentes de la psicología, la neurociencia, la filosofía y la inteligencia artificial. La conciencia explicada tuvo gran difusión para tratarse de una obra científica y causó profundo impacto incluso en lectores no especializados, pues refutaba de forma muy convincente la visión tradicional y puramente intuitiva sobre la conciencia.

El camino masónico
Considero que es necesario promover una laicidad poscristiana, militante y radicalmente opuesta a cualquier elección o toma de posición entre el judeocristianismo occidental y el Islam que lo combate. Ni la Biblia ni el Corán. Entre los rabinos, sacerdotes, imanes y ayatolaes y otros mulás, insisto en anteponer al filósofo, pues él sabe que sólo existe un mundo y que toda promoción de los mundos subyacentes lleva a la pérdida del uso y beneficio del único que hay.

Justamente para concentrar nuestras actividades y lograr la armonía y felicidad aquí en la tierra concluyo en mi libro Los hijos de la luz, que se lanzará el 7 de noviembre, que no debe surguir un combate entre librepensmiento y dogma, sino que debemos concentrarnos en demostrar que el dogma ata al ser humano y lo imposibilita a realizar su principal meta aquí en la tierra: La búsqueda de su propia felicidad.

Particularmente considero que la Masonería es una opción para la formación humana que hoy el mundo necesita, un mundo conectado y muy relacionado, donde justamente la falta de tolerancia y formación sobre las ideas religiosas fomenta el odio. Ella, la Masonería, procura inculcar en sus adeptos el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes. Tiende a extinguir los odios de raza, los antagonismos de nacionalidad, de opiniones, de creencias e intereses, uniendo a todos los hombres en bien de la humanidad. Impulsa a sus miembros a transformarse en elementos útiles para la sociedad.

Enseña mediante sus grados y ritos, que no son de un siglo, tampoco se establecieron de una vez para siempre, sino que fueron apareciendo en épocas diferentes como pensamientos e ideas que gradualmente se desarrollaron y se unieron por una atracción natural y progresista de la civilización. Claro que la Masonería consiste en algo más que conferir grados, en la exacta repetición de las lecturas de cada grado, y en el familiar conocimiento de las fórmulas y palabras que se usan en la apertura y en la clausura de sus trabajos.

La misión principal de la masonería es enseñar la ley de evolución y del progreso, el hombre hacia la perfección. No es posible hallar una verdadera interpretación de la Masonería sino se relaciona su sistema, estrechamente con el proceso evolutivo de la humanidad. Todo en ella gira en torno de un progreso gradual de la oscuridad a la luz y todo lo que la luz trae aparejado.

La finalidad de sus grados consiste en presentar al masón objetivos de evolución en vida, no para el mundo de las ideas sino para concretarlos en la tierra por lo cual debe esforzarse a implementar. El camino evolutivo, en el cual se funda la Masonería, es, desde todo punto de vista, práctico y útil. Significa, para el que recorre un progreso en capacidad mental, conocimientos, visión, sabiduría y fuerza espiritual que lo comprometen a volcarlos en bien de la humanidad.

La Masonería ofrece ayuda y guía para que nos volvamos cada día más conscientes de que nada puede detener el impulso que motiva el progreso humano en su peregrinaje de la oscuridad a la luz, de la irrealidad a la realidad, y de lo perecedero a lo imperecedero. Es un despropósito ser masón y no preocuparse por estos temas, que son individuales y a la vez colectivos.

Procura demostrarnos, en fin, que seremos esclavos de nosotros mismos y susceptibles a circunstancias limitadoras sólo hasta que tomemos conciencia del que el hombre es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros y que la búsqueda del propio interés racional y de nuestra felicidad es el más alto propósito en la vida.

La posesión de antiguos secretos que excitan la curiosidad de los hombres y atraen de una manera irresistible a sus templos, no le bastaría para afianzar perpetuidad y vitalidad perenne. La Masonería se desarrolla en los siglos porque sus fines son más nobles y elevados que la simple conmemoración de sus misterios secretos, porque requiere que ellos se conviertan en norma de vida de sus adeptos y que estas normas se cumplan a cabalidad, de lo contrario ¿para qué sostener algo que no se practica?

En fin, la Masonería es una institución universal, esencialmente ética, filosófica, iniciática y progresista. Ella tiene por principio la libertad absoluta de conciencia y la fraternidad humana. Constituye el centro de unión para los hombres de espíritu libre de todas las nacionalidades y credos. Como institución docente formativa tiene por objeto el perfeccionamiento del hombre y de la humanidad. Promueve entre sus adeptos la búsqueda incesante de la verdad, el conocimiento de sí mismo y del hombre en el medio en que vive y convive, promueve el estudio de la moral universal, de las ciencias, y las artes para alcanzar la fraternidad universal del género humano.

Christian Gadea Saguier

Hacia una espiritualidad sin dogmas

La semana que pasó estuve reunido con mis pares, miembros de la Asociación Racionalista del Paraguay (APRA), y conversamos sobre la limitación que producen los dogmas en el discernimiento del ser humano. Considero que el dogma y el pensamiento son dos caminos distintos, pero ambos se producen en la mente. El dogma, de cualquier tipo, religioso, político, social, es un sendero cerrado determinado absolutamente por la fe, es decir, creer sin ver, sin tener la capacidad de justificación o realización. Así, en el campo religioso un cristiano es o no es cristiano, no se puede concebir un medio cristiano. El dogma es absoluto o no es. En cambio es pensamiento, nuestra capacidad de discernir, es diferente.

Los librepensadores consideramos que el pensamiento es la cualidad más importante que tiene el hombre para progresar en todos los ámbitos de su vida. De esta forma, el razonamiento es un camino abierto, plural, deliberativo y por tanto adogmático. Sin embargo, a pesar de esta capacidad humana, cuando el hombre está sometido al miedo, no puede ser íntimamente libre ni generoso con los demás. Cuando tiene miedo, está totalmente privado de libertad y cerrado a los otros. Aquí se inicia el camino al sometimiento religioso. Los grandes maestros griegos, tanto de la tradición estoica como epicúrea, que son las dos grandes tradiciones griegas, decían a sus discípulos: “Mientras tengas miedo de la muerte, no podrás vivir una buena vida”.

La filosofía según el filósofo francés, autor de Aprender a vivir (Taurus), Luc Ferry, nació de ese miedo a la muerte, que con frecuencia no es solo miedo a la propia muerte sino también a la muerte de los seres queridos. Desde este punto de vista, las grandes filosofías, como la Masonería, son una opción frente a las religiones. En su obra, el ex ministro de Educación del gobierno de Chirac, demuestra que las filosofías son también doctrinas de salvación. Doctrinas de salvación laicas, sin dioses, pero capaces de liberar al ser humano de los miedos que lo acosan. Con este enfoque, la cualidad principal de la filosofía es enseñar al hombre a superar los miedos que le impiden vivir bien y desarrollar una espiritualidad laica. Ayudar al hombre a vivir mejor, más libre, despojado de vanos temores, cargando en el espíritu solo unas pocas verdades razonablemente adquiridas.

El desafío está en llevar la filosofía laica al terreno de la vida cotidiana. “Aprender a vivir, a dejar de temer en vano los diversos rostros de la muerte o, simplemente, aprender a superar la banalidad de la vida cotidiana, las preocupaciones y el tiempo que pasa, éste fue el primer objetivo de las escuelas de la Antigüedad griega. Merece la pena escuchar su mensaje, porque las filosofías del pasado nos siguen hablando”, escribe Ferry. Paso a paso el pensamiento modelará la existencia y estoy convencido que se puede aprender a vivir sin una doctrina religiosa desarrollando una sabiduría a medida.

Hay en nuestras vidas cosas que pasan para siempre: un divorcio, una mudanza, la pérdida de un empleo, la disputa con un amigo. Durante la vida hay experiencias de pequeñas muertes que nos hacen palpar lo irreversible del tiempo que pasa. Es algo muy angustiante. Una fórmula estoica para perder el miedo dice: “Sabio es aquel que lamenta un poco menos, que espera un poco menos y que ama un poco más”. Nietzche retomará esta idea y la llamará “la inocencia del devenir”. En pocas palabras, el sabio consigue reconciliarse con la vida cuando deja de relativizar el presente con los recuerdos del pasado o con las expectativas del porvenir.

En la angustia del ser humano es donde nace la idea de algún dios, éstos suelen ser una excelente respuesta a la incertidumbre del hombre, un dios que sea capaz de sacarlo de la situación en que se encuentra y conducirlo a un estadio de felicidad. Desde la antigüedad y aun en la actualidad no pocos seres humanos someten su vida al designio divino, esperando que ese dogma solucione su problema existencial. Este tipo de ser humano ignora que, como decía José Ingenieros (1877-1925), el hombre es el arquitecto de su propio destino y es su deber conocerse a sí mismo, deber que desde la antigüedad estaba escrito en la entrada del Oráculo de Delfos.

Ante el avance del pensamiento crítico, las bases del pensamiento religioso fueron fragilizadas por la presión del pensamiento racional. El espíritu crítico que nace con la democracia, con la Revolución Francesa, se basa en la idea de que es preciso cuestionar las tradiciones. Ese es el gesto de Descartes, de la Revolución Francesa y de todo el pensamiento moderno. Pero, según explica Luc Ferry en una nota publicada el sábado pasado en la revista de cultura del diario La Nación de Argentina, hay otra razón mucho más profunda. “La historia de Europa, de los Estados Unidos y de América Latina fue marcada por lo que Thomas Weber llamó “el desencanto del hombre” (el alejamiento de dios), no solo por el desarrollo del espíritu crítico, sino por una consecuencia inesperada de la aparición del capitalismo en los siglos XVIII y XIX.

Esta evolución, al alejarnos de la idea de dios y dejar de ser creyentes, no significa que las cuestiones de espiritualidad no nos interesen. No hay que confundir moral con espiritualidad. La moral es el respeto del otro, moral quiere decir derechos humanos. Cualquiera sea la moral que uno escoja, todas se basan en el respeto y la honestidad. Pero aunque uno sea perfectamente moral, respetuoso y honesto, igual seguirá estando expuesto a la muerte de sus seres queridos, a la vejez, o a tener un hijo con cáncer. El duelo, el sufrimiento, la enfermedad, la vejez, la separación son cuestiones que dependen de la espiritualidad.

Para Luc Ferry los tres grandes ejes de reflexión en torno al desarrollo de una espiritualidad laica y moderna (teoría, moral y doctrina de la salvación) se plantean en términos completamente inéditos. En el terreno teórico, la cuestión de fondo es la integración del campo histórico. Para comprender el presente, es necesario darse una vuelta por las experiencias del pasado. La teoría filosófica actual, asegura, debería organizarse un poco sobre el principio del psicoanálisis: comprender el pasado como medio de entender el presente. En el plano ético, la moral contemporánea está representada por la universalización del sentimiento humanitario. La globalización de lo humanitario ha hecho estallar el marco tradicionalmente nacional de los derechos humanos. En el terreno espiritual, el problema al que estamos enfrentados en la actualidad es la cuestión de la muerte, en todas sus formas, concluye.

El hombre tiene la potencialidad de ser mejor, de construirse en todos sus ámbitos, pero no de impedir su muerte. Ante esta situación, el ser humano debería concentrarse en concretar en la Tierra el máximo desarrollo moral, intelectual y espiritual, condición para que pueda alcanzar la felicidad en una humanidad fraternalmente organizada.

Particularmente la construcción de una espiritualidad laica surge de la reflexión de nuestra finitud en la Tierra, de la incapacidad a lograr la inmortalidad tal como conocemos la vida, y de colocar al ser humano como centro del universo, pues al final todo está contenido en la naturaleza y por el momento está comprobado que no existe nada fuera de ella. Así el hombre encuentra su estado divino, al formar parte del universo ya no necesita intermediación alguna para ser uno con él.

La espiritualidad no necesita del Papismo ni de toda su jerarquía para fortalecerse. Ellos constituyen la negación de la libertad en todas sus formas, son un sistema que pretende gobernar al ser humano por medio del espíritu, bajo un manto absolutista, el más contrario a la integridad espiritual y material del hombre.

Si el concepto de laicidad resulta incomprensible en el mundo anglosajón, tiene en cambio su traducción exacta en italiano, español y portugués. Ello se explica por la identidad religiosa de los países latinos, regidos durante largo tiempo por la religión católica, que aún ejerce una influencia cierta, y se vieron en la necesidad de tomar medidas conducentes a su emancipación.

La laicidad tiene dos acepciones esenciales: una social y otra filosófica. Pero posee también una dimensión espiritual.

Hija de las Luces, la idea laica, en germen durante los siglos XVI y XVII, se desarrolló durante el siglo XVII. Bajo la influencia de los masones de aquella época, se insertó el principio de la libertad de conciencia en el texto de la Constitución de los Estados Unidos, en 1787, antes de que fuera proclamado por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, promulgara en Francia en 1789, de convertirse más tarde en universal. En ese sentido, el Concordato con Napoleón de 1806, limitó ya el poder de la Iglesia. En función de la intensidad de las fuerzas adversas, la laicidad ha tenido que ser, según los casos, combativa, incluso agresiva, defensiva o simplemente militante. Su edad de oro fue la III República Francesa. El hermano Jules Ferry, padre de Luc, hizo aprobar en 1882 la ley que establecía la gratuidad, la obligatoriedad y la laicidad de la instrucción pública.

La laicidad se ha convertido en una consigna que no puede comprenderse sino por oposición al clericalismo triunfante del siglo XIX, cuando la Iglesia trataba de dirigir los estados y de imponer directrices políticas cristianas. Para la mayoría republicana de comienzos del siglo XX, que contemplaba en Francia la separación de las Iglesias y del Estado mediante la ley de 9 de diciembre de 1905, no se trataba de ningún deseo de aplastar a las religiones, sino de limitar el poder de la Iglesia Católica, aliada de los monárquicos. La Ley de 1905 es explícita: “La República no reconoce (...) ningún culto (en particular)” (Art. 2). En lo sucesivo, no habría en Francia ninguna Iglesia con privilegios jurídicos y todas la Iglesias (presentes o futuras) son legales.

La laicidad es una facultad de carácter al mismo tiempo que una virtud moral y cívica, por ser nobles las cualidades de modestia, de sinceridad y de inteligencia que requiere. Siendo un principio moral, la laicidad es tolerancia y el respeto a los demás. Como signo de equilibrio interior, implica autonomía del pensamiento, sin recurrir a verdades tenidas por irrefutables e inverificables, como las que ofrecen las religiones. Se trata de una búsqueda leal y prudente de la verdad personal, al mismo tiempo que un esfuerzo sincero por reconocer en todo hombre una parte de la verdad, aunque sea un adversario. ¿No será, entonces, la laicidad uno de los aspectos del derecho a la diferencia, no limitado al color de la piel? Puesto que es una ética que respeta al hombre íntegramente, no puede dejar de respetar su ser interior en lo que tiene de más íntimo y, por ello no prohíbe ni la fe ni la oración. Más aún, no puede sino enriquecer, al tratar de comprender otras formas de pensamiento.

Por lo que respecta a la espiritualidad, ésta tiene también sus contrapartidas, como la consistente en negar la ciencia y tomar partido por lo irracional, confundiendo lo espiritual con lo irracional. Reconocer la existencia del Misterio es una cosa; pero pretendiendo alzar el velo que lo cubre se corre el riesgo de hundirse en lo sobrenatural, en la afición a adivinar, a los oráculos y a las demostraciones a posteriori, en cuantos casos el orgullo de unos pueda explotar la credulidad y la angustia de otros. El término “espiritualidad” ha sido desvirtuado y conserva una connotación religiosa, cuando, en realidad, no implica necesariamente adhesión a una religión, ni la impide.

La espiritualidad no es una escapatoria de la realidad, sino que emana de la búsqueda de lo que puede estar tras lo aparente, de una busca de la verdad, de una aspiración a lo absoluto. Consiste en una vinculación con los valores que tienden hacia lo infinito, lo sagrado; es la vida interior, la marcha personal hacia lo bello, lo bueno, lo verdadero.

Cuando hablamos de espiritualidad laica, quiero aclarar que no nos involucramos en el nivel de las creencias. Espiritualidad laica quiere decir espiritualidad libre, ¿Y en qué consiste? La fortaleza en el desarrollo de una espiritualidad sin dogmas viene de la valoración del amor y la compasión. El amor y la compasión, por ejemplo, no tienen por qué estar relacionados con una religión. La idea es que podamos vivir en armonía y convivir sin problemas. La cuestión fundamental es la construcción de una sabiduría del amor. Entender la vida como una eterna construcción

La ternura, el cariño, el afecto manifiesto en el tono de voz, en la mirada, en la caricia es el caldo de cultivo imprescindible para que se abran los corazones a la construcción de la vida. En nuestra educación muchas veces nos han enseñado a reprimir las emociones y los sentimientos verdaderos, y hay que desaprender, liberar el movimiento y el corazón, recuperar la sencillez y frescura para disfrutar un buen abrazo, y permitirse una caricia. El darla o solicitarla. El conocimiento de sí mismo es realmente ser espiritual. Conocerse, querer y quererse deben darse juntos para permitir una crecimiento en libertad y lograr una espiritualidad laica.

Christian Gadea Saguier

Las huellas de la creación de dios

Respetuoso del laicismo, de todas las creencias relativas a la eternidad o a la no eternidad de la vida espiritual, un artículo publicado la semana pasada en el suplemento cultural del diario argentino La Nacion llamó mi atención sobre la evolución del pensamiento en la idea de un ser supremo en el univierso.

Desde hace pocos años, algunos de los mejores científicos posdarwinianos están desplegando teorías sólidas sobre la imposibilidad de la existencia de algún dios. El debate ha cruzado todos los círculos académicos de Europa y Estados Unidos y ha llegado ya a la portada de los grandes diarios. Imposible cerrar los ojos. La mayoría de esos teóricos fundamenta sus ideas no solo en los males creados por la intolerancia religiosa (crueldades sin nombre, falaces promesas de eternidad como premio a la matanza de infieles) sino, sobre todo, en los últimos hallazgos de la biología y de la física y en las revelaciones sorprendentes que deparan las mudanzas de la naturaleza cuando se las estudia a la luz de la evolución de las especies.

Dos grandes libros que niegan la idea de algún dios han alcanzado rápida repercusión durante los últimos veinte meses. Ambos continúan la línea de investigación de Stephen Jay Gould, un biólogo de Harvard que murió en mayo de 2002 a los 61 años, luego de recopilar sus ideas en un tratado monumental, todavía no traducido al español, Estructura de la teoría de la evolución. El más notable de esos nuevos aportes es El espejismo de Dios ("The God Delusion"), escrito por un eminente catedrático de Oxford, Richard Dawkins, quien hace ya treinta años demostró en El gen egoísta que la vida es creación de genes capaces de cualquier hazaña para sobrevivir y prevalecer. Otra obra memorable es Dios no es grande ("God is not Great. How Religion Poison Everything"), de Christopher Hitchens, un intelectual famoso por la pasión con que abraza las causas que cree justas y las defiende sin medir las consecuencias. Si bien Hitchens comparte el ateísmo de Dawkins, su ensayo es más político que científico. Trata de entender hacia qué extremos de idiotez y crueldad puede conducir la fe ciega en un dios al que se invocó para alzar las hogueras de la Inquisición, asesinar a millones de seres humanos en Ruanda y cambiar el rumbo de la historia al destruir las Torres Gemelas.

La vigencia del librepensamiento
Hace apenas décadas, a la vuelta de la esquina de la historia, no habría sido posible escribir nada de esto. Dudar de la existencia de dios se castigaba con la mutilación, con la hoguera, con la esclavitud, con el destierro. El dios cristiano era el poder supremo, tanto en el orden espiritual como en el temporal, y los guardianes de ese ser se erguían como los cruzados de una verdad fuera de la cual nada era posible.

Esta semana terminé de leer La Puta de Babilonia, de Fernando Vallejo. Así llamaban los albigenses a la Iglesia de Roma, según la expresión del Apocalípsis. Este ensayo escrito de una vez, sin índice ni capítulos, saca a luz el voluminoso sumario de crímenes perpetrados en nombre de "Cristo" por su Iglesia desde el año 323 en que apoyada por el emperador Constantino pasó de víctima a victimaria. Con el correr de los años esta iglesia afianzó su poder mandando a la hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple tiara el poder temporal y espiritual, a la vez que se declaraba Pontífice Máximo y Vicario de Cristo en la Tierra.

Escrita con gran rigor histórico y académico esta obra de Vallejo desenmascara una fe dogmática que durante toda su historia ha derramado la sangre de hombres y los animales invocando la entelequia de un dios o la extraña mezcla de mitos del Oriente que llamamos Cristo, cuya existencia real nadie ha podido probar.

Aun hoy, existen regiones en las que impera la intolerancia religiosa y donde los no creyentes son no seres, criaturas sin voz y sin derechos, a los que se puede maltratar como a los animales. Y sin embargo, ignorar lo mucho que se está pensando ahora sobre la idea de algún dios y negar los argumentos que la biología y la física enarbolan para demostrar que ese dios no existe equivaldría a cerrar los ojos ante el nudo del que nacen los fanatismos, las crueldades, las torturas y los terrores de este comienzo de milenio.

En los manuales de teología, la idea del ser supremo aparece henchido de atributos abstractos: Alfa y Omega, el Verbo, la Esencia, la paradoja, el laberinto, el misterio, el círculo. En lenguaje cotidiano se lo nombra con abrumadora frecuencia, sin pensar en por qué se dice lo que se dice: "Si Dios quiere", "¡Por Dios!", "Dios no lo permita", "Gracias a Dios". Se supone que él está siempre al alcance de los reclamos humanos. De él provienen la compasión, el consuelo, la salud, el amor y, cuando nada de eso llega, cuando la vida es un infierno de sufrimientos, la responsabilidad nunca se le atribuye sino que es causa de la fatalidad.

Para millones de personas ese dios es todopoderoso, pero los males que suceden son obra del demonio o están allí para poner a prueba la fe de los hombres y hacerlos dignos de la vida eterna. ¿Existe, entonces? ¿Es una metáfora de las pasiones y los deseos? ¿La especie humana es un sueño de dios o dios es el sueño más antiguo de la especie? Solo los hombres imaginan a u dios. No hay dioses en los horizontes de la zoología ni de la botánica. Los gatos, los halcones y las montañas sagradas fueron imágenes de dios para algunas culturas, pero carecen de él. Así, este dios es todo, pero no es para todos.

Teocracias, como mal de la humanidad
En el prólogo de la edición argentina del libro de Michael Onfray Tratado de Ateología, quien fuera mi profesora en la universidad en Buenos Aires, Esther Diaz, asegura que un principio divino es sólo un conjunto de palabras. No hay entidad que lo sostenga, asegura. Más allá no hay nada, pero en este mundo, en la contundente realidad de la inmanencia existen pensamientos alternativos a la filosofía teocrática hegemónica. Existen sujetos alegres que aman la vida, hay materialistas, cínicos, hedonistas, sensualistas, dionisíacos. Ellos, tal como lo señala el autor del libro, saben que tenemos un mundo y que al negarlo nos arrojamos a la pérdida de su uso, disfrute y beneficio.

En esta obra Onfray se aboca a desmitificar a los tres grandes monoteísmos: el cristianismo, el judaísmo y el islamismo. Pero no arremete contra los creyentes, sino contra las "teocracias". Propone que ingresemos en una era postcristiana, donde la humanidad no se someta a los valores morales propuestos por la religión, basados en la obedienia y la mortificación. Hedonista al fin, apunta a un paraíso en la Tierra.

También Nietzsche, en Ecce homo, apuesta a lo mismo. En el capítulo "Por qué soy un destino", denuncia que el concepto de "dios" fue inventado como antítesis de la vida: concentra en sí, en espantosa unidad, todo lo nocivo, venenoso y difamador, todo el odio contra la vida. El concepto de "más allá", sigue, de "mundo verdadero", fue inventado con el fin de desvalorizar el único mundo que existe, para no dejar a nuestra realidad terrenal ninguna meta, ninguna razón, ningún quehacer. El concepto de "alma", de "espíritu", y, en fin inlcuso de "alma inmortal", fue inventado para despreciar el cuerpo, enfermarlo, volverlo "santo", para contraponer una espantosa despreocupación a todo lo que merece seriedad en la vida, a las cuestiones de la alimentación, vivienda, régimen intelectual, asistencia a los enfermos, limpieza, clima. En lugar de la salud, la "salvación del alma", es decir, una locura circular que abarca desde las convulsiones de penitencia hasta las histerias de redención. El concepto de "pecado" fue inventado al mismo tiempo que su correspondiente instrumento de tortura, el concepto de "libre alberdío", para abnubilar los instintos, con el propósito de convertir en una segunda naturaleza la desconfianza con respecto a ellos.

"Mi ateísmo se enciende cuando la creencia privada se convierte en un asunto público y cuando, en nombre de una patología mental personal, se organiza el mundo también para el prójimo. Porque de la angustia personal al manejo del cuerpo y alma del otro, hay un mundo en el que bullen, emboscados, los aprovechadores de esa miseria espiritual y mental. El hecho de desviar la pulsión de muerte que los martiriza hacia la totalidad del mundo no salva al atormentado ni modifica su miseria, sino que contamina el universo. Al querer evitar la negatividad, éste esparce a su alrededor, y además produce una epidemia mental", escribe Onfray.

En su última obra La vida eterna, Fernado Savater se pregunta por qué hay quien cree en lo invisible como explicación final y orientación práctica para habérnoslas con lo visible? Argumenta que en la mayoría de los casos, muhos seres humanos se esfuerzan por tener creencias justificadas. Según explica Bernard Williams en Verdad y veracidad, "una creencia justificada es aquella a la que se lelga a través de un método, o que está respaldada por consideraciones que la favorecen no solo porque la hagan más atractiva o algo por el estido, sino en el sentido específico de que proporcionan razons para creer que es verdadera".

Savater asegura que los parámetros científicos son el mejor método para adquirir creencias justificadas; sin embargo, una gran mayoría tiene algún tipo de creencia paranormal, es decir, que viola alguna regla o principio científico, sea de tipo religioso o profano. Agrega que la extensión y mejora la educuación hace por lo general disminuir el influjo de las creencias religiosas tradicionales.

La instrospección bien llevada logra alejar los sueños y delirios que nutren a los dioses. El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada de la programación religiosa que nos hacen desde el nacimento. El trabajo sobre sí mismo presupone la filosofía; no la fe, la creencia, ni las fábulas, sino la razón y la reflexión llevada a cabo de modo correcto. El oscurantismo, ese humus de las religiones, se combate con la tradición racionalista occidental. El buen uso del entendimiento, la conducción del espíritu según el orden racional, el empleo de una verdadera voluntad crítitca, la movilización general de la inteligencia y el deseo de evolucionar con fundamento son otras tantas maneras de alejar los fantasmas. De ahí, pues, surge el retorno al espíritu de las Luces que dio su nombre al siglo XVIII.

El iluminismo contra el dogma
Este movimiento constituyó el nuevo sistema filosófico que propuso ilustrar, con la luz de la humana razón, la realidad toda, combatiendo los errores y prejuicios que se atribuían en la Edad Media. Los líderes intelectuales de este movimiento se consideraban a sí mismos como la élite de la sociedad, cuyo principal propósito era liderar al mundo hacia el progreso, sacándolo del largo periodo de tradiciones, superstición, irracionalidad y tiranía (periodo que ellos creían iniciado durante la llamada “Edad Oscura”). Trajo consigo el marco intelectual en el que se producirían las revoluciones americana y francesa, así como el auge del capitalismo y el nacimiento del socialismo.

Varias son las causas que han contribuido al nacimiento de la ilustración. La filosofía se inspirará en el Racionalismo de René Descartes, Gottfried Leibniz y Baruch Spinoza y en el Empirismo de David Hume, John Locke y George Berkeley. La metafísica experimentará una gran crisis y quedará completamente desprestigiada tras la obra monumental de Immanuel Kant: Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio. Los filósofos enciclopedistas Denis Diderot, Voltaire, Jean Jacques Rousseau y Montesquieu renovarán el panorama intelectual que originará en los grandes progresos de las ciencias, que arrinconaron prejuicios y errores unánimemente admitidos. Voltaire atacará el clericalismo, mostrará las contradicciones de la religión, divulgará la ciencia racionalista de Newton, pondrá de moda la relatividad cultural y propugnará la tolerancia como el mayor valor ético. Rousseau divulgará la idea del pacto social y la necesidad de la división de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Afirmará además que todos los hombres son iguales y es la sociedad la que le da el papel a cada uno. Después vendrá una segunda generación ilustrada, la de los llamados ideólogos, con figuras como Condillac, Condorcet, Volney, Destutt de Tracy, Holbach, Maupertuis, que terminarán por modificar la cultura. Añádase a todo esto las difíciles condiciones económicas y políticas que atraviesan casi todos los Estados de Europa a causa de las guerras político – religiosas.

La mujer y dios
Pepe Rodríguez publicó en marzo de 1999 un interesante libro que habla sobre el género de dios, Dios nació mujer. La documentada investigación que se plasma en este libro aporta respuestas coherentes a preguntas trascendentes y hará ver de otro modo a la mujer, al homobre y a la idea de dios. Explica que la mujer y el concepto de dios han sido fundamentales para el progreso de la sociedad, pero asegura que su historia difiere mucho de lo que nos han contado.
La mujer prehistórica no estuvo sometida al varón sino que, por el contrario, las comunidades de nuestros antepasados dependieron de su triple función como procreadora, organizadora y productorra.

Los conocimientos arqueológicos, históricos y etnográficos actuales demuestran, además, que desde que comenzamos a evolucionar como hominidos hasta el inicio de la era agrícola, el desarrollo de las estructuras psicosociales y de los adelantos técnicos que posibilitaron la civilización fue obra de mujeres.

La idea que hoy se tiene de un dios no existía hace unos 30.000, pero su concepto tomo vida y forma al tiempo que los humanos desarrollamos el pensamiento lógico-verbal, de hecho, bajo el proceso de adquisición del lenguaje por los niños subyace el sustrato del concepto de dios.

Las pruebas arqueológicas evidencian que el primer "dios" generador-controlador fue concebido y reconocido como mujer durante más de 20.000 años y que no hubo más divinidad que las gran diosa hasta que, entre los milenios VI y III antes de la era actual, por necesidades socioeconómicas, apareció el concepto de dios varón. La agricultura excedentaria provocó la derrota de la mujer y de la diosa a manos del varón y del dios; y la sumisión se impuso así en la tierra como en el cielo.

El ser supremo en la Masonería
Dentro de la Fraternidad la idea de un ser supremo está dada en el símbolo que se llama Gran Arquitecto del Universo (GADU). Para determinadas corrientes, el GADU representa al ser supremo cuya creencia e invocación en la práctica del rito son imprescindibles. Para otras corrientes, establecer la condición de la creencia en él supondría limitar la libertad de conciencia de sus miembros, por lo que no les exigen profesar ningún tipo de creencia. Así trabajamos desde la corriente liberal y progresista.
Los masones, como individuos, son en todo caso libres de darle el contenido que mejor se ajuste a sus creencias. Como todos los símbolos, proporciona un marco, pero su interpretación concreta corresponde a cada cual. Muchos consideran que el símbolo GADU es igual al dios creador crsitiano que determina a su voluntad los planos de la existencia. Para otros, simboliza la idea de un principio creador que está en el origen del universo, cuya naturaleza es indefinible. Hay por último masones, donde me inlcuyo, que, prescindiendo de cualquier enfoque trascendente, identifican al GADU con la sublimación del ideal masónico o que lo interpretan desde una perspectiva panteísta o naturalista.
Christian Gadea Saguier

Los masones en el nacimiento del Renacimiento

La gran Edad Media, la de las catedrales, muere con el sigo XIV. Ciertamente, se construyen aún iglesias, se esculpen obras maestras, se transmite todavía una enseñanza iniciática por medio de las imágenes. Pero el estado de ánimo cambia a partir de la desaparición de los templarios; los masones no gozan ya de una protección tan poderosa y en adelante tendrán que enfrentarse con las autoridades civiles y religiosas sin la mediación de la orden caballeresca asesinada.

El siglo XIV ve el nacimiento de la burguesía reconocida como valor social, del comercio capitalista y de la guerra en estado endémico. Algo se ha roto en el alma de los europeos, y aparecen las desgracias: epidemias y hambrunas siegan numerosas vidas, cierta animosidad perturba las relaciones humanas.

De hecho, se inicia una gran crisis religiosa; cada vez se cree menos en las enseñanzas de la Iglesia, pues demasiados sacerdotes traicionan sus deberes y no respetan el Evangelio. ¿Cómo encontrar una nueva moral en un mundo donde el dinero y la ambición comienzan a ocupar el primer lugar? El espectro de la muerte aparece en la iconografía, ha llegado el tiempo de vivir como apetezca.

Poco tiempo después del suplicio de Jacques de Molay, en 1314, el Parlamento de París proclama un decreto inspirado por Felipe el Hermoso: el cargo de carpintero real es suprimido, pues quienes lo ocupaban tenían siempre vínculos con el Temple. Los masones no tienen, pues, representante oficial en el seno del gobierno. Como una catástrofe nunca viene sola, disensiones internas agitan a las cofradías; en 1322, algunas logias se convierten en cismáticas, pero ignoramos las causas de esta escisión.

En 1326, el Concilio de Aviñon propina un nuevo golpe a los masones: condena secretamente a las cofradías profesionales por su voluntad de secreto, sus signos particulares, sus contraseñas, su lenguaje esotérico y sus símbolos. La fraternidad iniciática disgusta mucho a los miembros del consejo; crea “un círculo cerrado” en el seno de la cristiandad. En el colmo de la herejía, los masones eligen a maestros que dirigen la comunidad sin preguntar la opinión de la Iglesia y según principios espirituales que no están por completo de acuerdo con el dogma. Las grandes fiestas anuales de los masones compiten con las fiestas religiosas y apartan a los buenos cristianos de la ortodoxia. Esta vez, la amenaza es seria; la sociedad medieval se descompone progresivamente y la Iglesia no tiene ya confianza, al parecer, en las cofradías que le han ofrecido un magnífico atavía de catedrales.

Mientras que el conflicto entre la iglesia y la masonería parece inevitable, el papa Benedicto XII aparta de pronto esas sombrías perspectivas. En 1334, confirma todos los privilegios anteriormente concedidos. En 1363, Raymond du Temple se convierte en maestro de obra del rey Carlos V y sabrá ganarse la confianza del monarca, del que fue incluso consejero y amigo.

Hacia 1370 se redactan en York unos reglamentos masónicos que siguen a las ordenanzas de 1352. Se trata de cartas y constituciones que forman lo que se denominan los “Antiguos Deberes” de los que existirán más de ciento treinta versiones entre 1390 y los inicios del siglo XX. Es la primera vez que los albañiles constructores ponen por escrito una pequeña parte de su regla de vida. Esta necesidad de legislación no es un progreso, muy al contrario, los maestros la sintieron porque temían por el porvenir espiritual y material de la Orden.

A mí entender, los maestros tenían perfecta conciencia de la inestabilidad de la época. Sensibles a las advertencias del Concilio de Aviñon, estimaron que la “revelación” de algunas leyes propias de su organización atenuaría el carácter peligroso del secreto. Cada vez aislados, los masones temen una acción violenta semejante a la que destruyó a los templarios.

Hacia mediados del siglo XV, los maestros de obras comprenden que es preciso definir de nuevo las bases de la Masonería, sospechosa de herejía. En 1459 se reúnen en Ratisbona para revisar las antiguas costumbres de las logias y redactar nuevas Constituciones para los canteros. Los reglamentos concretan varios puntos de la regla de vida de los iniciados y se aplicará todavía a comienzos del siglo XVIII

A finales del siglo XV, la masonería tiene más de treinta mil miembros, sin embargo no lograron impedir una evolución: la aceptación de no profesionales en las logias.

Por aquel entonces no se trataba aun de intelectuales y filósofos sino de herméticos, de antiguos templarios, de afiliados al catarismo, de hombres relacionados con el esoterismo, puesto que la intolerancia comienza a reinar en varios estados europeos, y así todos los que desean entregarse a la búsqueda espiritual al margen del dogmatismo, afluyen hacia la masonería.

Renacimiento es el nombre dado al amplio movimiento de revitalización cultural que se produjo en Europa Occidental en los siglos XV y XVI. Sus principales exponentes se hallan en el campo de las artes aunque también se produjo la renovación en la literatura y las ciencias, tanto naturales como humanas. El nombre Renacimiento se utilizó porque éste retomó los elementos de la cultura clásica. Además este término simboliza la reactivación del conocimiento y el progreso tras siglos de estancamiento causado por la mentalidad dogmática establecida en la Europa de la Edad Media. El renacimiento planteó una nueva forma de ver el mundo y al ser humano, el interés por las artes, la política y las ciencias, cambiando el teocentrismo medieval, por el antropocentrismo renacentista.

El artista y escritor italiano Giorgio Vasari fue uno de los primeros autores en utilizar esta expresión en su obra Vidas de pintores, escultores y arquitectos famosos, publicada en 1570, pero hasta el siglo XIX este concepto no recibió una amplia interpretación histórico-artística.

Sin embargo, Vasari había formulado una idea determinante, el nuevo nacimiento del arte antiguo, que presuponía una marcada conciencia histórica individual, fenómeno completamente nuevo en la actitud espiritual del artista.

El Renacimiento considera al hombre medida de todas las cosas. Como arte esencialmente cultural presupone en el artista una formación científica, que le hace liberarse de actitudes medievales y elevarse al más alto rango social

Con la vuelta a la antigüedad resurgirán tanto las antiguas formas arquitectónicas, como el orden clásico, la utilización de motivos formales y plásticos antiguos, la incorporación de antiguas creencias, los temas de mitología, de historia, así como la adopción de antiguos elementos simbólicos. Con ello el objetivo no va a ser una copia servil, sino la penetración y el conocimiento de las leyes que sustentan el arte clásico.

El surgimiento de una nueva relación con la Naturaleza, que va unida a una concepción ideal y realista de la ciencia. La matemática se va a convertir en la principal ayuda de un arte que se preocupa incesantemente en fundamentar racionalmente su ideal de belleza. La aspiración de acceder a la verdad de la Naturaleza, como en la Antigüedad, no se orienta hacia el conocimiento de fenómeno casual, sino hacia la penetración de la idea.

Históricamente, el Renacimiento fue contemporáneo de la Era de los Descubrimientos y las conquistas ultramarinas. Ésta "Era" marca el comienzo de la expansión mundial de la cultura europea, con los viajes portugueses y el descubrimiento de América, lo cual rompe la concepción medieval del mundo, fundamentalmente geocéntrica.

El Renacimiento comenzó en Italia en el siglo XIV y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. En este período, la fragmentaria sociedad feudal de la Edad Media, caracterizada por una economía básicamente agrícola y una vida cultural e intelectual dominada por la Iglesia, se transformó en una sociedad dominada progresivamente por instituciones políticas centralizadas, con una economía urbana y mercantil, en la que se desarrolló el mecenazgo de la educación, de las artes y de la música. El desmembramiento de la cristiandad y el desarrollo de los nacionalismos, la introducción de la imprenta, entre 1460 y 1480, y la consiguiente difusión de la cultura fueron de la mano, potenciándose mutuamente, con la revolución operada en el mundo de las ideas. El determinante, sin embargo, de este cambio social y cultural fue el desarrollo económico europeo, con los primeros atisbos del capitalismo mercantil. En este clima cultural de renovación, que paradójicamente buscaba sus modelos en la Antigüedad Clásica, surgió a principios del siglo XV un renacimiento artístico en Italia de empuje extraordinario.

El artista tomó conciencia de individuo con valor y personalidad propios, se vio atraído por el saber y comenzó a estudiar los modelos de la antigüedad clásica a la vez que investigaba las técnicas del claroscuro, las formas de representar la perspectiva, y el mundo natural; especialmente la anatomía humana y las técnicas de construcción arquitectónica.

El paradigma de esta nueva actitud es Leonardo da Vinci, personalidad eminentemente renacentista, quien dominó distintas ramas del saber, pero del mismo modo Miguel Ángel Buonarroti, Rafael Sanzio, Sandro Botticelli y Bramante fueron artistas conmovidos por la imagen de la Antigüedad y preocupados por desarrollar nuevas técnicas escultóricas, pictóricas y arquitectónicas, así como por la música, la poesía y la nueva sensibilidad humanística. Todo esto formó parte del renacimiento en las artes en Italia.

En Occidente, la fecha de la aparición de un interés público por el hermetismo greco-egipcio se puede situar en el siglo XV, en el marco de la Academia Platónica de Florencia. Dado que Italia está más abierta al mediterráneo que Francia, también es más sensible a las influencias del Oriente Próximo, por lo que las modas egipcias se desarrollaron en ella en una fecha más temprana.

En febrero de 1439 una delegación bizantina es recibida en Florencia en ocasión del concilio de unión entre las iglesias de Occidente y de Oriente. Entre los consejeros de Juan VIII se encontraba Gemiste Pléthon (1360-1452) humanista y neoplatónico, seguidor de las doctrinas de Proclus (432-485). Cabe mencionar la importancia de este personaje en todo lo que respecta a la renovación del interés por el neoplatonismo en esa época. Los conocimientos esotéricos de Pléthon, su erudición enciclopédica y eclecticismo en materia de religión –conoce los oráculos Caldeos, la tradición zoroástrica, el brahmanismo, etc- le confieren un gran prestigio ante los florentinos. Con él se recupera la idea de una tradición interrumpida de sabiduría transmitida a los iniciados.

En esa época, Cosme de Médicis despacha a través del mundo mediterráneo a agentes encargados de recoger manuscritos. Hacia 1450 un monje le lleva de Macedonia un manuscrito griego que contenía catorce de los quince tratados del Corpus Hermeticum, manuscrito hoy conservado en la Biblioteca Laureanciana. En el transcurrir de aquel año, Cosme solicita a Marsilio Ficino (1433-1499) que instale una “Academia”. El príncipe es un financista y un político temible, no deja de ser por eso un letrado y un mecenas preocupado por incrementar la erudición gracias a la fortuna de la familia. Las propuestas de Pléthon lo seducen y retomando el término de “Academia”, que se aplicaba entonces a los discípulos del cardenal Bessarion, lanza su gran proyecto de prospección y de traducción. En 1463, justo un año antes de la muerte del príncipe, este le pide a Ficino que privilegie la traducción del Corpus Hermeticum. Así, en 1471 se reveló a Occidente el pensamiento alejandrino de los siglos II y III que encontraremos a menudo en el fondo doctrinal de los ritos masónicos especulativos.

Siguiendo a Agustín y Cicerón, Ficino restituye una genealogía mítica del “Tres veces grande”. Hermes es presentado como un eslabón de la cadena de oro del conocimiento, eslabón inaugural de la Prisca Theologia, una tradición ininterrumpida de sabiduría, al cual sucederán Orfeo, Aglaofemo, Pitágoras, Filolao y finalmente Platón. Ficino retoma así la enseñanza de los padres –Agustín, Lactancio y Clemente de Alejandría- en una nueva perspectiva, apoyada más bien en Lactancio, afirmando que Hermes es un profeta. De esta revolución proviene sin dudas el interés de Ficino por el tema de la Luz. Desde su primer ensayo en 1452, Sobre la visión y los rayos de la Luz, hasta la Concordancia entre Moisés y de Platón y la Confirmación del cristianismo por el socratismo, en 1481.

Christian Gadea Saguier