En 2000 los estudiantes de la universidad de Roma le pusieron una placa en el lugar que reza: “Sus alumnos al Maestro”.
Giordano Filippo Bruno nació tres años después del Concilio de Trento[1] (1545-1643), donde la iglesia Católica hizo del sacerdote un hombre diferente al resto de los mortales y especialmente “elegido por Dios”. Fue filósofo, astrónomo, matemático y profesor de la Universidad de Oxford. Sus teorías, hace más de 404 años, anticiparon a la ciencia moderna. Se ordenó sacerdote en 1572 y cuatro años después, poniendo en duda muchas de las enseñanzas del cristianismo y siendo, por lo tanto, sospechoso de herejía, abandonó su orden religiosa, la Orden de Santo Domingo. En la medida que madura y desarrolla su concepción filosófica, (que el mismo gustaba definir como la "nolana filosofía" haciendo referencia a su ciudad natal[2]) y temiendo por su seguridad, en busca de libertad de expresión, Bruno comienza una vida que lo llevará a los principales países de Europa (Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania y Checoslovaquia). Estos años los dedicó al estudio, a la reflexión, a la especulación, así como a escribir e impartir conferencias. Durante su estancia de dos años en Londres (1583-1585), Bruno, fue profesor en la Universidad de Oxford y escribió, así como publicó, seis diálogos en italiano titulados sobre la causa, principio y uno, Sobre el infinito Universo y los mundos, Sobre la cena del Miércoles de Ceniza, La cábala del caballo Pegaso, La expulsión de la bestia triunfante y Delirios heroicos. Estos volúmenes contienen los elementos esenciales de su valiente cosmología, de su nueva epistemología, así como de sus opiniones sobre ética, religión y teología.
Con su inquebrantable determinación, sus creativas opiniones y controvertidos libros, Bruno retó a las férreas y atrincheradas creencias de la fe Católica romana, a los prejuicios de los físicos y astrónomos de su época, así como a la implacable autoridad conferida al punto de vista aristotélico. Volvió a Italia con la idea optimista de convencer al nuevo papa, Clemente VIII[3], de algunas de sus controvertidas ideas.
Buscando adeptos a su pensamiento, entablo conversaciones con la nobleza y la aristocracia. Una de aquellas noches un joven noble, Giovanni Mocenigo, escucho las blasfemias de Bruno y lo acuso ante el Tribunal de la Santa Inquicisión:
“ Yo, Giovanni Mocerigo, hijo del muy ilustre señor Marco Antonio, pongo en vuestro conocimiento, reverendísimos adres, por impulso de mi conciencia y mandato de mi confesor, que oí decir muchas veces a Giordano, conversando con él en mi casa, que era blasfemia afirmar la transubstanciación del pan en carne; que no le satisfacía ninguna religión; que era contrario a la misa; que cristo era un pobre hombre cuyas perversas obras para seducir a las gentes justificaban su crucifixión; que en Dios no puede haber distinción de personas, so pena de tenerle por imperfecto; que el mundo es eterno y que hay infinitos mundos que Dios crea continuamente, porque puede hacer cuanto quiere; que Cristo hizo milagros y tan sólo aparentes, pues era mago como lo fueron los apóstoles, y que él, es decir, Bruno, tiene poder sobrado para hacer más de cuanto ellos hicieron; que Cristo repugnaba la muerte e hizo cuanto pudo para evitarla; que no hay castigo para los pecado, y que las almas creadas por obra de la naturaleza pasan de un animal a otro; y que así como los brutos animales han nacido de la corrupción, así también los hombres han de nacer otra vez después de morir[4]”. Como consecuencia de esta acusación urdida por el joven noble, fue juzgado y condenado primero por la Santa Inquisición de Venecia, en 1592 y después en 1593, por la Santa Inquisición romana.
A esta acusación respondió Giordano Bruno con la siguiente profesión de fe, idéntica a la de los antiguos maestros:
“Creo que el universo es infinito como obra del divino e infinito poder, porque hubiera sido indigno de la omnipotencia y de la bondad de Dios crear un solo mundo finito pudiendo crear, además de este mundo, infinitos otros. Por lo tanto, declaro que hay infinitos mundos parecidos al nuestro, el cual, de acuerdo con el sentir de Pitágoras, creo que una estrella de naturaleza análoga a la luna, a los otros planetas y demás astros, cuyo número es infinito, y que todos estos cuerpos celestes son mundos innumerables que constituyen el universo infinito en el espacio infinito, y esto es lo que llamo universo infinito con innumerables mundos; y así tenemos dos linajes de grandeza infinita en el universo y una multitud de mundos. Esto aparece a primera vista contrario a la verdad si se compulsa con la fe ortodoxa. Además, en este universo hay una providencia universal por cuya virtud todos los seres viven, se mueven y perseveran en su perfeccionamiento. Esto lo entiendo en dos sentidos: primero, a la manera como el alma está en todo el cuerpo y en cada una de sus partes, a lo que llamo la naturaleza, sombra o huella de la Divinidad; y segundo, a la manera como esta Dios en todo y sobre todo, por esencia, presencia y potencia, no como parte ni como alma, sino de mondo inefable.”
“Además, creo que todos los atributos de Dios son uno solo y el mismo. De acuerdo con los más eminentes teólogos y filósofos concibo tres atributos principales: poder, sabiduría y bondad, o mejor dicho, voluntad, conocimiento y amor. La voluntad engendra todas las cosas; el conocimiento las ordena; y el amor las concierta y armoniza. Así comprendo la existencia de todas las cosas, pues nada hay que no participe de la existencia ni ésta es posible sin esencia, de la propia manera que nada es bello sin belleza, y por lo tanto nada puede escapar a la divina presencia. Así es que por raciocinio y no por verdad substancial la distinción de Dios”.
“Creo que el universo con todos sus seres procede de una Causa primera, por lo que no debe desecharse el nombre de creación a que, según colijo, se refiere Aristóteles al decir que Dios es aquello de que el universo y la naturaleza dependen. Así es que, según el sentir de Santo Tomás, sea o no eterno el universo, considerado en razón de sus seres, depende de una Causa primera y nada hay en él independiente”.
“Con respecto a la verdadera fe, prescindiendo de la filosofía, ha de creerse en la individualidad de las divinas personas, y que la sabiduría, el Hijo de la Mente, llamada por los filósofos inteligencia y por los teólogos Verbo, tomó carne humana. Pero a la luz de la filosofía, dudo de estas enseñanzas ortodoxas, aunque no recuerdo haberlo dado a entender explícitamente, ni de palabra ni por escrito, sino de un modo indirecto, al hablar de otras cosas que con toda sinceridad creo que pueden demostrarse por natural juicio. Así, en lo referente al Espíritu Santo o tercera persona, no lo comprendo de otra manera que como lo entendieron Salomón y Pitágoras, es decir, como Alma del universo compenetrado con el universo, pues según Salomón: “El Espíritu de Dios llena toda la tierra y contiene todas las cosas. Y esto concuerda asimismo con la doctrina pitagórica expuesta por Virgilio en el Texto de la Eneida: “De este espíritu, vida del universo, procede, a mi entender, la vida y el alma de todo cuanto tiene alma y vida. Además, creo en la inmortalidad del alma lo mismo que en el cuerpo, pues en lo que a sustancia se refiere también el cuerpo es inmortal, ya que no hay otra muerte que la disgregación, según parece inferirse de la sentencia del Eclesiastés, que dice: “Nada hay de nuevo bajo el sol. Lo que es será”.
[1] En este concilio el papa Paulo III (Alessandro Farnese) padre de varios hijos naturales implantó el celibato obligatorio del clero en un mero decreto administrativo, no un mandato evangélico, además prohibió explícitamente qu la iglesia pudiese ordenar a varones casados, práctica normalizada hasta el concilio.
[3] Paulo III había fallecido en 15449 y lo sucedió Ippolito Aldobrandini, Clemente VIII
[4] Isis sin Velo, H.P. Blavatsky, pp. 167 y ss.
Que inspiradora lectura sobre G. Bruno, sin duda es un precioso recuerdo, ya que la búsqueda de la verdad es ante todo un romper con lo aprendido. Una búsqueda en la que se pone el corazón y la vida, y tales ejemplos valen la pena ser convertidos en un humilde anhelo.
ResponderEliminarGracias.