La tolerancia se define como la virtud que desarrolla un individuo para respetar otras creencias y prácticas que difieren de las propias. Está basada en un proceso de gran autodisciplina; así como de un alto grado evolutivo. Es el aceptar que otros tengan sus propias verdades y que no por el hecho de que no se correlacionen con las nuestras signifiquen que estén errados.
Los seres humanos son todos diferentes entre sí y desarrollan sus propias visiones del mundo en base a sus legados genéticos y sus historias de vida, historias desarrolladas dentro de una cultura que les permite elaborar sus propios conocimientos. De igual forma, la visión de los seres humanos, en relación a la realidad, es expandida y complementada a través de la razón. De esta manera logran elaborar sus propios conceptos mediante los cuales medirán y evaluarán la realidad sensible que llegan a sus sentidos y que después se transforman en el fenómeno de sus mentes.
Bajo esta premisa, podríamos decir que todos los seres humanos poseen una verdad basada en una realidad objetiva y común para todos, y que por lo demás, concordamos en los elementos que hace que ésta sea así; sin embargo, hay instancias en las cuales la falta de conocimiento específico sobre las propiedades de la realidad afectan al proceso de percepción del mundo sensible, y es más, en muchos casos hay individuos que llegan a vivir realidades paralelas debido a la falta de conocimiento sobre la metafísica de la realidad; es decir, existe una contraposición en sus mentes sobre lo que es y lo que uno cree que es. No obstante, la tolerancia nos permitirá entender y aceptar el desarrollo de planteamientos alternativos a los de la ciencia o la filosofía.
Tarde o temprano surgirá una pregunta significativa con respecto al planteamiento de posturas radicalmente opuestas que pueden incluso llegar a excluirse mutuamente, por ejemplo: ¿Qué pasa cuando las especulaciones ontológicas sobre la realidad se transforman en fuentes de supuestas inspiraciones de juicios morales y éticos, las cuales no solamente pasan de lo especulativo a lo práctico, sino aún más, se llegan a transformar en dogmas y conductas de vida impuestas a los hombres libres? ¿Podemos ser tolerantes cuando nos enfrentamos ante una posición fundamentalista que se abre paso entre la mente de los seres humanos mediante el uso de la falacia, el engaño y la manipulación metal de las mayores aspiraciones en la vida de las personas como lo son la felicidad, la libertad, la fraternidad, la igualdad de oportunidades en la vida y la autorrealización?
La Masonería es una institución universal, esencialmente ética, filosófica e iniciática y es precisamente en este punto donde la tolerancia encuentra sus propias limitaciones ya que si la Masonería basa uno de sus postulados en la filosofía ¿no debería estar el pensamiento masónico intrínsecamente regido por la lógica? De esta forma surge la siguiente pregunta significativa: ¿Cómo se puede ser tolerante con alguien que se muestra abiertamente ilógico y que más aún defiende su postura como una verdad absoluta?
Cuántas veces nos hemos vistos enfrentados, a modo de ejemplo, ante proposiciones religiosas tales como "tú no puedes demostrar que Dios no existe por lo tanto existe". Esta falacia es conocida como "Apelar a la ignorancia", ya que el hecho de postular lo no verídico como verdadero, no respalda ninguna verdad.
Este problema deriva en dos paradojas: la primera es el hecho de que postular lo no verídico como evidente da pie para que otras creencias subjetivas puedan ser postuladas como verídicas, por ejemplo, los unicornios, los dragones, los duendes, etc. De esta manera, si reemplazamos el concepto "Dios" por el de "unicornios" nos de como resultado la proposición "tú no puedes demostrar que los unicornios no existen, por lo tanto existen".
Muchos dirán que al final cada uno es libre de creer en lo que quiera, pero la tolerancia nos dice que existe una alta probabilidad de que una creencia no sea dañina para el resto de la gente, pero ¿Qué pasa cuando una falacia se torna un postulado universal? Como solía ocurrir en la antigüedad y en algunos casos, prosigue el vicio en la actualidad. La segunda plantea la disyuntiva del cómo un planteamiento que no es respaldado por un argumento, ni lógico ni científico, pueda traer bienestar a los hombres de buena voluntad.
Las etapas que sigue este fenómeno son siempre las mismas. Primero se manifiesta por la falacia de apelar a la ignorancia, después puede derivar hacia el exterior mediante la falacia –ad baculum- en la cual se impone una verdad por la fuerza o el miedo y no por la razón. También puede extenderse mediante la falacia –ad verecundiam- en la cual por el simple hecho de que alguien importante, influyente o carismático postule una supuesta verdad sin pruebas racionales, todos asuman, sin cuestionar, que así es.
De estas formas, una concepción errada e infundada de la realidad puede crecer hasta llegar a transformarse en una verdad absoluta y que, detrás del dogma, esconde sus imperfecciones y se posesiona definitivamente hasta de los ámbitos académicos, donde en lugar de detener la expansión de la falacia, buscan medios para hacer racional lo irracional.
En otras palabras, hacer lógico lo ilógico, transformando el mundo no evidente en evidente. En este punto la tolerancia se habrá transformado en una forma de protección, una suerte de defensa mediante el acto de racionalización psicológica de los ataques del mundo exterior, más que en una forma de interactuar en un mundo de libertad, igualdad y fraternidad.
Para concluir, quisiera agregar que la tolerancia no está en base a una actitud pasiva y contemplativa hacia los excesos y falacias del mundo, sino que, por el contrario, es una reacción activa en contra de todas aquellas supuestas verdades, las cuales sin ningún fundamento empírico, se pretenden plantear como verdades universales del mundo. Pseudos tautologías que se imponen por la fuerza, el engaño y el uso de las falacias.
Por lo tanto, será deber de la Masonería, así como el de cada masón en particular, cautelar que lo irracional y lo ilógico no contaminen sus propias mentes ni la de los demás para que después no tengamos que beber el trago amargo de la intolerancia, la desigualdad y la esclavitud.
La tolerancia no se puede dar el lujo de mirar complacientemente cómo lo irracional y lo ilógico se realzan como verdades absolutas para el supuesto bien de la humanidad. Solamente un estricto y comprometido proceso educativo logrará acabar con estos vicios.
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