Mostrando entradas con la etiqueta humanismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta humanismo. Mostrar todas las entradas

El tiempo es la medida de todas las cosas

por Christian Gadea Saguier
Bookmark and Share
No hay dudas de que asistimos a un mundo cada vez más vertiginoso donde la idea de tiempo nos parece cada vez más escaza por lo que en no pocas ocasiones terminamos con la sensación de no haber cubierto el espacio que nos propusimos de inicio. Kant (1724-1804) se había preocupado por esto en su Crítica a la razón pura (1781) donde argumenta que el espacio y el tiempo no son cosas sino formas ajenas de toda experiencia, algo así como los ámbitos donde coloco las sensaciones. Y efectivamente es en el espacio y tiempo donde nos desarrollamos, pero ninguno podrá entregarme en un paquete una hora de tiempo o un tanto de espacio. Ellos no son cosas en sí mismas sino sensaciones mediante las cuales son posibles los juicios. Por lo tanto, el primer peldaño que debemos subir para comprender este "mundo cada vez más vertiginoso" es transformar nuestra noción de tiempo.

"No tengo tiempo" es la excusa favorita de muchos para no tomar las responsabilidades o para justificar el alejamiento de sus gustos; a mí me da la sensación de que se trata de un autoengaño, una manera de evadir la realidad y crearse una burbuja imaginaria. Solamente tenemos la vida y esta sensación de exclusividad a muchos les angustia, y de allí el cobijo en las religiones que prometen una vida posterior, o eterna. Pero justamente porque es finita la vida es bella, imagina si tuviéramos la posibilidad de vivir eternamente, muchas de las actividades o valores que sostenemos caerían en el vacío de la indiferencia, puesto que tendríamos todo el tiempo para cultivarlas.

En esta finitud de la vida algunos pretenden hacer tantas cosas que durante de la jornada privilegian la prisa al goce de la acción. Esta elección les aleja del objetivo que inicialmente se propusieron para alcanzar un fin. Otros son tan inocentes que llegan a creer que si corren podrán llegar a todo lo que se han propuesto. Incluso para el imaginario social queda bien correr y decir "estoy muy ocupado, no tengo tiempo, tengo prisa". De hecho, si alguien dice que le sobra tiempo, no pocos empiezan a sospechar que no trabaja mucho, que no es muy normal, o es vago.

El tiempo también debe invertirse en el disfrute y gozo, puesto que la vida no es otra cosa que un camino, un sendero con etapas por realizar pero donde su fin se justifica en la realización y no precisamente en el lugar de llegada, puesto que todos llegaremos al mismo sitio: al fin de la vida. Con este enfoque nace la idea de que es tan importante el gozo de la vida como la actividad que hacemos de ella; pero el prejuicio de ser solamente productivos motiva a algunos a considerar que como el día tiene "solamente" 24 horas y no se puede alargarlo, hay que recortar la lista de cosas por hacer. Y en ese recorte, desgraciadamente, eliminan las actividades no productivas, es decir, las placenteras. Pero consideran que si les queda algún hueco ya irán a tomar un café con el amigo o se darán un paseo, lo cual al final no sucede nunca. Muchos no son conscientes de que si vamos eliminado lo que realmente nos gusta, nuestro estado de ánimo se resentirá y nos influirá negativamente en nuestra productividad.

Esta situación puede arreglarse si colocamos un orden a nuestro tiempo. El orden es imprescindible para optimizar nuestro rendimiento. Si consideras que no tienes tiempo para detenerte y colocarte un orden, establecer una escala de intereses y prioridades, significa que tus acciones te desbordan y terminarán destruyendo tu persona y familia. Por ello, construir de acuerdo al tiempo te conduce a una vida armónica en el sentido subjetivo del término, puesto que tu escala no necesariamente es viable para mí. La medida resultante será siempre subjetiva pero el medidor es objetivo: 24 horas, día a día, mes a mes, año a año.

Tomemos el ejemplo de una regla con 24 centímetros, a partir de esta simbolización consideremos cada centímentro como una hora de la vida. Y como si fuera una cubeta de hielo vamos agregando contenido a esa distancia entre centímentros, espacios que estarán traducidos en las acciones que deseamos realizar, sin olvidar que cada actividad tiene tres partes muy marcadas: 1) preparación, 2) desarrollo de la actividad, y 3) recoger.

En nuestro trabajo, en nuestra vida, la parte dedicada a recoger muchas veces nos la saltamos para pasar directamente al siguiente punto de la lista de cosas por hacer. Y es muy importante ordenarlo todo si queremos ser realmente productivos. Los beneficios del orden no hace falta ni nombrarlos: ¿cuántos ratos hemos perdido por papeles traspapelados?

Tener en cuenta las tres fases también es imprescindible cuando planificamos el día. Normalmente no somos muy buenos calculando el tiempo, y por eso siempre nos frustramos cuando no logramos tachar todas las tareas de la lista. Cuando calculamos, no somos conscientes de las tres fases, sólo pensamos el tiempo que nos va a llevar realizar la actividad, pero no computamos el tiempo de preparar y recoger. Ser conscientes de que cualquier actividad requiere de estas tres fases nos hará ser mucho más realistas cuando calculemos nuestro tiempo.

Cuando planificamos, solemos ser muy optimistas y no pensamos que vamos a tener imprevistos. Y los imprevistos es lo más previsible que existe. No solemos prever que quizá cuando subamos al coche tendremos que ir a poner gasolina, que hoy recibiremos algunos mails urgentes, u otra cosas.

Andre Comte en su Invitación a la Filosofía (2002) sostiene que lo que denominamos como tiempo es fundamentalmente la sucesión del pasado, del presente y del futuro. Pero el pasado no es, pues ya no es. Ni el futuro, pues todavía no es. Así el único tiempo es el presente, el instante que vivimos ahora y del cual se podrá recordar cuando sea pasado y proyectar para que sea futuro.

El tiempo pasa, pero no es pasado. Viene, pero no está por venir. Solo pasa, viene y llega el presente. El presente es el único momento de la acción, el único lugar del pensamiento, de la memoria y de la espera. Aprovecha el presente, disfruta de la vida. ¿Vivir en el presente? Es simplemente vivir de verdad. Estamos ya en el Reino: la eternidad es ahora.

Hacia una vida poscristiana

CHRISTIAN GADEA SAGUIER
Bookmark and Share
¿Te aterrorizaría la idea de abandonar la religión? Cada vez somos más los que vivimos ajenos a un sistema religioso, pero comparado con los creyentes constituimos un puñado. Esta nota no es una propaganda ni una invitación sino que pretende platear un cambio de enfoque de lo dogmático hacia una visión del mundo naturalista; libre de elementos místicos o sobrenaturales, desplazando la cultura humana sobre otra base que no sea cristiana, tampoco nihilista sino poscristiana. Se trata de construir otro tipo de sociedad para los que no quieran seguir habitando intelectualmente sitios que ya fueron demasiado utilizados. Una edificación, en otro lugar, que no contenga referencia teológica pero tampoco cientificista, para habitar una nueva moral o renovar la de algunos movimientos presocráticos, como los epicúreos o los estoicos. No se trata de acondicionar las iglesias, tampoco destruirlas y menos hacer una huelga como postula Ayn Rand en La Rebelión de Atlas.

¿Por qué recurrir a los presocráticos? No se pretende cambiar las estampitas de San Cayetano por Epicuro, sino de una nueva lectura, emulando lo que hizo Nietzsche cuando recuperó algunas ideas de saberes antiguos como las del estoicismo, que insisten en que la nostalgia del pasado y la esperanza de un futuro mejor nos alejan de la auténtica sabiduría, que consiste en saber reconciliarse con lo que hay y en vivir en la única dimensión real del tiempo; es decir, vivir el presente, con una feliz desesperanza, tal como titula André Comte una de sus obras. La deconstrucción nietzscheana, según Luc Ferry en Familia y Amor, muestra analogías con los grandes movimientos de protesta en contra de las normas sociales tradicionales de los que está llena la historia del siglo pasado.

Para iniciar el camino es necesario estar convencido del new deal que propone Michael Onfray en Tratato de Ateología: «Un nuevo contrato que legitime la relación humana sin Dios, la religión o los curas, sin necesidad de ser amenazado con un infierno o seducido con un paraíso, eludiendo la ontología de premio y castigo posmortem para alentar las buenas acciones, justas y rectas. Una ética sin obligaciones o sanciones trascendentes».

Al seguir esta pauta ya no es necesario negar públicamente a los dioses, tampoco comprometerse en un clericalismo ateo que devino en la cara opuesta –pero de la misma moneda– del cura. Se trata de apuntar a lo que Gilles Deleuze llama, en Pericles y Verdi: La Filosofía de Francois Chatelet, un ateísmo tranquilo; es decir, una filosofía de vida que no plantee como causa la inexistencia o muerte de los dioses. Esas ideas son elementos que hay que considerar como adquiridas para resolver los verdaderos problemas de nuestra existencia. Sobre esta tendencia Onfray apunta: «es menos una posición estática de negación o de lucha contra Dios que un método dinámico que desemboca en una proposición positiva». Por lo tanto, la negación de lo sobrenatural no es un fin sino un medio para construir con otros valores. Pero, ¿acaso no es la religión lo que nos hace morales? 

«A la religión se le han acabado las justificaciones. Gracias al telescopio y al microscopio ya no ofrecen explicación de nada importante. Allá donde en otro tiempo solía ser capaz de impedir la aparición de rivales mediante la imposición absoluta de una visión del mundo, hoy día solo puede obstaculizar y retrazar los progresos hacia a los que nos encaminamos», opina Christopher Hitchens en Dios no es Bueno

Muchos creen que el papel más importante de la religión es ser soporte de la moralidad al darle a la gente una razón imbatible para obrar bien. Daniel Dennett en Romper el hechizo asegura que «no se ha descubierto evidencia alguna que sustente la afirmación según la cual las personas no religiosas sean más propensas a matar, a violar, a robar, o a romper promesas que la gente que sí cree».

Los filósofos de la moral –desde los días de Hume y Kant, pasando por Nietzsche, hasta arribar al presente– han estado de acuerdo en pocas cosas, pero todos han considerado esa visión de la moralidad religiosa como una suerte de trampa, una reducción al absurdo en la que sólo caerían los más incautos moralistas; sin embargo son legión los adeptos, pero una pálida minoría la practicante. «No necesitamos a un dios policía o a sus agentes para generar un clima en el que podamos hacer promesas y conducir los asuntos humanos sobre la base de ellas […]. Además, no hay ninguna razón por la que el hecho de no creer en la inmaterialidad o en la inmortalidad del alma pueda hacer a una persona más despreocupada, menos moral, menos comprometida con el bienestar de todos los habitantes de la Tierra que alguien que cree en el espíritu», afirma Dennet. Empero, El sigue vivo en los juramentos legales de varios países.

El bien y el mal no solo existen porque coinciden con las nociones de fiel o infiel en la religión, sino porque atañen a la utilidad y felicidad de la humanidad. «El valor de un ser humano no viene determinado por su grado de posesión supuesto o real de la verdad, sino más bien por la honestidad de su esfuerzo por alcanzarla. No es la posesión de la verdad, sino más bien la búsqueda de la misma, lo que ensancha su capacidad y donde puede hallarse su creciente perfectibilidad», escribe Gotthold Lessing en Anti-Goeze.

Un principio divino –anota Esther Díaz en el prólogo de la citada obra de Onfray– es sólo un conjunto de palabras. No hay entidad que lo sostenga. Más allá no hay nada. Pero en este mundo, en la contundente realidad de la inmanencia, existen pensamientos alternativos a la teología hegemónica. Existen sujetos alegres que aman la vida. Hay materialistas, cínicos, hedonistas, sensualistas, dionisíacos. Ellos (tal como señala Onfray) saben que sólo tenemos un mundo y que al negarlo –o concentrarnos en lo trascendente desde una óptica metafísica– nos arrojamos a la pérdida de su uso, disfrute y beneficio. 

Ahora que conoces una alternativa a la teología, ¿te inscribirías en esta filosofía de vida?. Cuando deliberes recuerda al Gran inquisidor en Los hermanos Karamazov de Dostoievski: «más allá de la tumba no hallarán nada más que la muerte. Pero guardaremos el secreto, y por su felicidad los atraeremos con la recompensa del cielo y la eternidad»
Creative Commons License

Alternativas a la creencia divina

CHRISTIAN GADEA SAGUIER
Bookmark and Share
¿Es posible la existencia sin Dios? Sí, por supuesto. Quien escribe y una legión de no creyentes vivimos, lo que demuestra que se puede vivir sin él, en el caso que sea definido como sujeto; entonces, ¿es probable que Dios no exista? Esta cuestión que se encuentra viajando en transportes públicos europeos es la actitud que tomamos no pocas personas, pero negar la idea de Dios como predicado se hace más difícil. Veamos… 

Esta semana lo expuso con claridad Fernando Savater en una tribuna de El País: «…decir que Dios probablemente no existe es decir demasiado o demasiado poco. Imaginemos que alguien nos pregunta si el Banco de Santander existe: como hay numerosas sedes de esa entidad, directivos y empleados, gente que le confía sus ahorros, cotiza en Bolsa y reparte jugosos dividendos, etcétera..., la única respuesta lógica y sensata es la afirmativa. Pero si mi interlocutor me asegura que acaba de encontrarse con el Banco de Santander por la calle y le ha revelado fórmulas para escapar de la crisis, me negaré a creerle... porque el banco en cuestión no existe, es decir, no existe en el sentido que vale para los viandantes, Barack Obama, la sierra de Gredos o los animales invertebrados. Creo que lo mismo ocurre con Dios: en un sentido es imposible negar que existe, en otro es imposible afirmarlo». Ante esta situación se presentan tres caminos para romper el hechizo divino.

En particular no soy partidario del mote religioso con que se define las variantes a la creencia: ateo o agnóstico; me cae mejor la palabra «naturalista» o «bright» acuñada por Daniel Dennet en su ensayo The bright stuff, donde llama la atención sobre los esfuerzos de algunos agnósticos, ateos y otros partidarios del naturalismo por poner en circulación un término para los no creyentes. ¿Qué es un bright? Nuestro sitio web en español lo define claramente: «Un bright es una persona con una visión naturalista del mundo. Su visión del mundo está libre de elementos místicos o sobrenaturales. La ética y acciones de un bright se basan en una visión naturalista del mundo». La palabra «bright» significa literalmente «brillante». El título del artículo referido es también un juego de palabras: significa, por una parte, «la materia brillante» y, por otra, así como «lo de los Bright» o «la cosa de los Bright». 

Pero, si me resigno al mote, me parece imposible hacer compatible el ateísmo con el afán misionero. Como individuos tenemos distintas circunstancias entre las que funcionamos. No pensamos de la misma forma en varios asuntos de acción y, más allá de otros principios, no es deseo de este autor presionar para su conformidad. Nuestros países, culturas, política, género, profesiones, intereses y demás, difieren ampliamente. Sin embargo, estamos generalmente «en sincronía» los unos con los otros porque compartimos una visión del mundo libre de elementos místicos y sobrenaturales. Esto es lo que nos une. No tenemos necesidad de reunirnos todos los días, ni cada siete, ni con motivo de ninguna festividad, ni para proclamar nuestra rectitud o postrarnos en nuestra indignidad; no necesitamos ningún sacerdote, ni alguien que custodia la doctrina, somos libres. No confiamos exclusivamente en la ciencia y en la razón, ya que estos elementos son necesarios en lugar de suficientes, pero desconfiamos de todo aquello que contradiga o atente contra la razón, respetando la libre indagación, la actitud abierta y la búsqueda de las ideas por lo que valen en sí mismas, sin mantener nuestras convicciones de forma dogmática.

Ahora, echemos la mirada a los senderos más conocidos transitados por los no creyentes: ateo y agnóstico. Ambos tienen en común el hecho no creer en Dios; sin embargo, el primero es una apuesta, pero negativa. «Un pensamiento que sólo se alimenta de la ausencia de su objeto», sostiene André Comte-Sponville en El alma del ateísmo

Conozco dos formas de ateísmo: no creer en Dios (forma negativa), o creer que Dios no existe (forma positiva). En estas dos variantes el ateo toma partido contra la existencia de Dios. No tiene una certeza sino que imprime una apuesta en virtud de pruebas que le llevan a considerar más bien ausencia que presencia. Se asocia mucho el ateísmo con tristeza, sinsentido, escepticismo, cuando en realidad representa lo contrario. Celebración de la vida, la naturaleza, despojado de los sentidos trascendentales. 

«…ser ateo no quiere decir tampoco sentir a la existencia vacía: esa es la representación que un creyente hace del ateísmo porque para él, si no hay dios, entonces esta realidad carece de sentido y de orden. Para el ateo el sentido no viene dado por ninguna realidad trascendente ni por ninguna existencia inmaterial y superior. La existencia tiene sentido de por sí, y en verdad tiene un sentido superior al de nuestras fuerzas. La vida es perfecta como es: avasallante, feroz, increíble, sensacional, compleja, desbordante, exuberante, maravillosa, incomprensible. Que no pueda comprenderse no quiere decir que haya que apelar a Dios, hay que entender y aceptar que la vida no es un fenómeno para comprender sino para experimentar, es plena en sí misma y no va a dar a ninguna parte. Tras la muerte, nada…», escribe Alejandro Rozitchner en Hijos sin dios

El agnóstico en cambio no cree nada; ni que dios exista ni que no exista, deja la cuestión en suspenso. Es aquel que se niega a elegir, colocándose en una especie de centrismo metafísico. No toma partido, no se pronuncia, pero se cuestiona sobre el por qué habría que pronunciarse sobre algo que ignora, por lo tanto elige no elegir. 

Respeto a los creyentes, pero trato también que se respete a los no creyentes, una situación que no sucede del todo. Hay creyentes que me tocan el timbre para hablarme de Dios, ¿podría yo salir los domingos por el barrio para decirle a la gente que no necesita esconderse tras el velo de la fe? 

Sigmund Freud estaba bastante en lo cierto cuando en el Porvenir de la Ilusión describía el impulso religioso como algo esencialmente imposible de erradicar hasta que la especie humana venza su miedo a la muerte y su tendencia al pensamiento ilusorio, o a menos que ambas cosas sucedan.  La vida, la inteligencia y el razonamiento comienzan precisamente en el punto en que termina la fe. Como desafió kant «sapere aude» (atrévete a saber).
Creative Commons License

Charles Darwin, un visionario vigente

CHRISTIAN GADEA SAGUIER
Bookmark and Share
El hombre que destronaría al ser humano de su lugar de privilegio en la naturaleza, que refutaría varias de las creencias fundamentales de su época y cuyas ideas tendrían una influencia pocas veces igualada en la ciencia, la sociedad y la cultura, Charles Darwin, nacía hace hoy 200 años, el 12 de febrero de 1809 , en Shrewsbury, Gran Bretaña. 

Podemos debatir si los trabajos y teorías –y a la cabeza de éstas, la del origen de las especies mediante selección natural– de Darwin son más o menos importantes que el sistema geométrico que sistematizó Euclides, que la dinámica y teoría gravitacional de Newton, que la química que creó Lavoisier, que la relatividad de Einstein, que la física cuántica o que la teoría biológico-molecular de la herencia; pero lo que es difícil negar es que ninguna de esas contribuciones logró lo que consiguieron las de Darwin, que desencadenaron una serie de procesos que afectaron a algo tan básico como nuestras ideas acerca de la relación que nos liga con otras formas de vida animal que existen o han existido en la Tierra. Por ello, «si quisiéramos conceder un premio a la mejor idea jamás concebida, ese premio, antes que a Newton, Einstein o cualquier otro, correspondería ciertamente a Darwin», expresa Daniel Dennet, en Romper el hechizo.

Mas allá de las celebraciones, en este «año de Darwin» se dibujan dos grandes polémicas que han adquirido notable virulencia. Una es la que enfrenta a evolucionistas y creacionistas, y en la cual la Iglesia Católica ha tomado partido: «Hoy, los nuevos conocimientos conducen a reconocer en la teoría de la evolución algo más que una hipótesis», dijo Juan Pablo II. Y el teólogo anglicano Malcom Brown formuló una disculpa pública por «no haber entendido» a Darwin. 

El enfrentamiento entre evolucionistas y creacionistas no es la única gran polémica generada por las ideas de Darwin. La otra polémica divide a quienes aspiran a mantener las ideas darwinianas en el ámbito biológico y los continuadores del darwinismo social, que tratan de explicar las conductas humanas a la luz del evolucionismo. Esta pelea tiene un bando que quiere mantener la teoría de la selección natural en el estricto campo para la cual fue creada, es decir, la biología, y otro bando que, inspirado en el pensador decimonónico Herbert Spencer, intenta aplicarla a la explicación y justificación de las conductas humanas. Teoría biológica en Darwin, teoría biologista en Spencer. 

A la vista de todo lo dicho, podría pensarse que la única actualidad de Darwin y de su obra es la de honrar su memoria utilizando la excusa de los dos mencionados enfrentamientos. La evolución entendida a la manera de Darwin es un hecho científico, contrastado de manera abrumadora, y su relevancia para situarnos en el mundo es obvia, pero no es universalmente aceptada. En Estados Unidos solamente la acepta el 40% de la población. En Europa su aceptación es mayor, especialmente entre los franceses y los escandinavos (creen en ella aproximadamente el 80%), aunque no deja de tener problemas: en una encuesta realizada en Reino Unido por la BBC en 2006, el 48% la aceptaba, mientras que el 39% optaba por alguna forma de creacionismo, y un 13% «no sabía».

Una crítica clásica contra Darwin es que, pese a haber titulado su libro El origen de las especies (1859), un libro legible, claro, lleno de ejemplos, donde refleja una enorme honestidad que plantea todos los argumentos, no sólo los que le resultan útiles. Sus ideas han invadido la ciencia y la medicina, pero también el arte, la filosofía, la política; pero justo no aclaró cómo se originaban las especies; entonces ¿quién descubrió la evolución? 

Por cierto que no fue Darwin. En la época de El origen de las especies la teoría que postulaba que las formas de vida más complejas se desarrollaban a partir de las más simples era ya vieja. La contribución original de Darwin fue haber comprendido que todas las formas vivientes, incluyendo al hombre, se desarrollan solamente por selección natural y sexual. La selección natural se basa en la acumulación gradual de pequeños cambios, mientras que las especies suelen ser entidades discretas y bien definidas: vemos leones y tigres, no una escala Pantone de leotigres.  

La investigación reciente, sin embargo, ha aclarado muchos puntos del problema de la especiación, o generación de nuevas especies, y ha confirmado que la especiación tiene una relación directa con la selección natural  darwiniana. También han revelado unos principios generales que hubieran resultado sorprendentes para el padre de la biología moderna.

La idea de que la competencia entre seres vivos es el principal motor de la evolución arranca del propio Darwin y suele ser la preferida por los biólogos. Se la conoce como la hipótesis de la reina roja, por el personaje de Lewis Carroll que le dice a Alicia en A través del espejo: «En este país tienes que correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo sitio». 
Cursiva
¿Es legítimo ocultar a los niños ese mundo científico, condicionando así sus opiniones futuras, en aras a algo así como «mantener su inocencia», o por las ideologías de sus padres? «…en cuanto a mí, creo que he actuado de forma correcta al marchar constantemente tras la ciencia y dedicarle mi vida, –habla Darwin en su Autobiografía–… Nada hay más importante que la difusión del escepticismo o el racionalismo…». 

«Darwin transformó la idea dominante de estabilidad que abarcaba la Tierra, todas las especies que viven en ella e incluso las clases sociales, en una sucesión de imágenes en movimiento», escribe el paleontólogo Niles Eldredge, autor de Darwin, el descubrimiento del árbol de la vida, recién publicado por Katz Editores.

Recordar y celebrar a Darwin es más que un acto festivo; constituye un homenaje a la ambición y el rigor intelectual, al poder de nuestra mente para comprender el mundo. Y también es un ejemplo de que la investigación científica no tiene por qué ser ajena a atributos humanos como son el amor a la familia, la decencia, la discreción o el ansia de justicia. 

La biografía de Charles Darwin -un hombre que atravezó un largo y complejo camino, que le llevó a consecuencias que no había previsto y que le obligaron a desprenderse, en un doloroso proceso, de las creencias religiosas en que había sido educado- está repleta de todo esto. El evolucionismo darwiniano nos suministra un marco conceptual y explicativo imprescindible para comprender el mundo natural de manera racional, sin recurrir a mitos.

¿Cuál es el origen de la moral?

La indagación sobre el tema en cuestión me fue motivada luego de un encuentro de filocafé que realicé en la ciudad de Encarnación en la quincena de enero, donde uno de los participantes afirmó: «no podemos vivir moralmente sin dios o sin alguna religión». Sumó aún más este mail que recibí de una lectora: «me llamo Rocío y soy de México, tengo una duda... y me gustaría que me ayudase a responderla: ¿qué es el bien y qué el mal?...». 

La primera respuesta que se ocurre, influencia por las lecturas de la época, fue buscar su origen dentro de la función evolutiva del ser humano, puesto que no encuentro la moral en un caballo, o la moral de un pingüino, sí podemos observar la moral de uno; por lo tanto, la función moral, junto con otras, también nos distingue esencialmente de los demás animales. 

Esta función surgió como alternativa a la fuerza física y bruta para preservar la estabilidad social, puesto que con anterioridad a nosotros sólo esas fuerzas solucionaban los problemas para preservar un orden armónico entre las especies sociales. Todas las culturas poseen un conjunto particular de lo que podríamos clasificar como «conductas morales» que podría definirse, según lo realiza Mattew Alper en Dios está en el cerebro, «como la tendencia que tiene nuestra especie a clasificar todos los actos como buenas y malas para el bienestar de un grupo». Esta propensión a diferenciar las conductas «buenas» de las «malas» se demuestra por el hecho de que todas las culturas han compilado listas de reglas y regulaciones que moderan dichas actitudes. 

La primera clave para demostrar que podemos estar evolutivamente determinados para una conducta moral, puede remontarse al extraño caso de Phineas Gage, un trabajador ferroviario que en 1848 sufrió un accidente con dinamita, y una varilla de hierro le atravesó el cráneo. Aunque Gage sobrevivió al accidente sin sufrir ningún detrimento notable en su intelecto, su personalidad cambió radicalmente. El relato del suceso, que lo leí en El error de Descartes escrito por Antonio Damasio, cuenta que antes del accidente Gage era conocido como un hombre honesto, dedicado a su familia y a su trabajo. Pocas semanas después del accidente, se convirtió en un vago irresponsable sin ningún sentido moral, y comenzó a engañar, mentir y robar. Estudios que se indican en la obra revelaron que el hierro le había atravesado la corteza prefrontal, indicando así que esta parte del cerebro podría tener un papel crucial en el razonamiento social y moral, lo que justificaría una interpretación neurobiológica de la conciencia moral. 

Considerando este enfoque, podríamos concluir previamente que la moral es únicamente humana, no del universo, de la naturaleza o introducida por un ser absoluto. Tal como postula Spinoza: «el bien y el mal no existen en la naturaleza», pero tampoco hay nada exista fuera de ella. 

Lo moral forma parte de lo real: este hecho, que impide que valga de un modo absoluto, imposibilita su abolición. Sólo lo real es absoluto, cualquier juicio de valor, relativo. Para Kant, y comparto, la moral es autónoma o no es moral. El comportamiento de quien sólo se prohibiera matar por temor de un castigo divino no tendría valor moral: no sería otra cosa que prudencia, miedo al policía divino. Entonces, ¿la moral no pude venir de las religiones? Exacto. No porque Dios, si se es creyente, me lo ordene algo está bien (porque entonces hubiera podido ser bueno para Abraham degollar a su hijo), sino que pueden creer que Dios ordena una acción porque es buena. Así, ya no es la religión la que funda la moral, sino la moral la que funda la religión. 

Tener una religión, puntualiza Kant en su Crítica a la razón práctica, consiste en «reconocer todos los deberes como mandamientos divinos». Para quienes no la tenemos no hay mandamientos divinos, pero sí deberes, que son los mandamientos que nos ponemos a nosotros mismos. Por lo tanto, no hay ninguna necesidad de creer en Dios para ser una persona moral, basta con considerar a los propios padres y maestros, a la conciencia y a los amigos. Sin embargo, como la persona que asistió al encuentro, hay quienes todavía confunden la moral con la religión, especialmente quienes buscan en la lectura literal de la Biblia o el Corán algo que los dispense de pensar por sí mismos.

En todas las grandes cuestiones morales, excepto para los integristas, creer o no creer en Dios no cambia en nada lo fundamental. Se tenga o no una religión, esto no le exime a uno de respetar al otro, su vida, su libertad y su dignidad. Que las religiones hayan ayudado a entenderlo forma parte de su aporte histórico, pero esto no significa que se basten a sí mismas o que tengan monopolio de la moral. El pensador Pierre Bayle, desde finales del siglo XVII, lo había señalado con rotundidad: «tan cierto es que un ateo puede ser virtuoso como que un creyente puede no serlo». 

No por carecer de religión uno traicionará a los amigos, robará o matará «si Dios no existe –dice un personaje de Dostoievski en Los hermanos Karamazov–, todo está permitido» ¡De ninguna manera!, porque no me lo permito todo. Si todo vale, nada vale: una ciencia no es más que una mitología como otras, el progreso es sólo una ilusión y una democracia respetuosa de los derechos humanos no es de ningún modo superior a una sociedad esclavista y tiránica. Esto nos conduciría a un nihilismo donde la moral no tendría cabida.

Si todo está permitido, uno ya no tiene nada que imponerse a sí mismo ni que reprochar a los demás ¿En nombre de qué podemos luchar contra el horror, la violencia o la injusticia? La solución es la fidelidad, el compromiso con los propios valores. En su Introducción a la Filosofía André Comte explica sobre la moral: es «…lo que uno se impone y no por interés sino por deber, sólo esto es propiamente moral. Moral es lo que te exiges a ti mismo, no en función de la mirada del otro, sino en nombre de determinada concepción del bien y del mal, del deber y de lo prohibido. Es el conjunto de reglas a las que tú te someterías incluso si fueras invisible...». 

Para concluir, pues de esto se puede escribir más de un libro…, toda moral es relación con el otro, pero antes una relación de sí mismo consigo mismo. Tú no vales más que el bien que haces, el mal que te prohíbes, y sin otro beneficio que la satisfacción de obrar correctamente. 

Christian Gadea Saguier

Machismo frena la equidad de género

Las mujeres de América Latina han conseguido, en la última década, que se legisle contra la violencia machista, esa actitud de prepotencia de algunos hombres hacia la mujer; pero esto no se traduce aún en la disminución de la violencia contra las mujeres por cuestiones de género. Llevar esas leyes de la teoría a la práctica sigue siendo un camino tedioso. Los valores patriarcales que aún imperan en muchos países de la región constituyen uno de los principales inconvenientes, según el informe anual del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), que se presentó esta semana.

«La violencia por motivos de género se perpetra gracias a normas y tradiciones sociales y culturales que refuerzan las estructuras de poder dominadas por el hombre», asegura el documento.

Aunque no parece que haya una solución clara a corto plazo, Naciones Unidas propone promover el desarrollo cultural como ventana al progreso y diseñar políticas y programas de población «con sensibilidad cultural», siempre y cuando esa mirada comprensiva y respetuosa de las diferencias « no implique aceptar prácticas tradicionales nocivas o que violan derechos humanos universales», matiza el documento. 

La cultura patriarcal en la región no es algo nuevo tampoco. El documento de 108 páginas de Unfpa considera que la independencia de las colonias no vino acompañada de un cambio de mentalidad en ese apartado, sino que ha seguido vigente en muchos países de la región. Es decir, los distintos países heredaron las tradiciones de las colonias españolas, portuguesas y francesas de sus metrópolis.

La función femenina es «mantener unida a la familia a cualquier costo, por lo que la violencia en el hogar se convierte en una realidad aceptada y hasta cierto punto natural», apunta.

Dentro de la Masonería el tema no es muy diferente a lo que se vive en la comunidad latinoamericana. Luego de la Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain y el Gran Oriente Latinoamericano, no existen otras Hermandades de carácter internacional que sostengan la equidad de género dentro de la Organización.

¿Cómo un masón que practica los valores sociales más nobles, miembro de una escuela iniciática que trabaja por el perfeccionamiento de la humanidad, casado o que algún día lo será, hoy por hoy podría decir a su esposa «tu condición de mujer no te da el derecho de hacer esto » o «por ser mujer no puedes comprender aquello»?

Algunos, como el Gran Oriente de Francia (GODF) alegan que es una cuestión estructural y no dogmática. Independiente de la justificación, han dado la espalda a la posibilidad de incorporar mujeres en su seno luego de que su Asamblea General, realizada meses atrás, decidiera dilatar la respuesta a la posibilidad plantada por una seria de logias, que por cierto han retorcido y malinterpretado sus Reglamentos y Constituciones. Victor Guerra, miembro del Gran Oriente en España y autor del blog Masonería Siglo XXI, sostiene que «en parte si el tema no ha salido adelante es porque la acción liberticida de esa serie de logias precipitó la situación lo que además ha traído una compleja situación jurídica para las logias y para los Maestros masones que en su momento tiraron por la calle de en medio iniciando mujeres». Frente a la iniciativa de iniciar mujeres la Organización reaccionó y procedió a suspender a 169 Maestros, de los 50.000 miembros que tiene el GODF. 

Otros, como la Gran Logia Unidad de Inglaterra, se oponen a la admisión de la mujer en la Masonería esgrimiendo como únicos argumentos, unas veces el de la «tradición», otras «las Constituciones de 1723», y los menos, más fundamentalistas, van mucho más allá recurriendo a teorías antropológicas de nula base científica y de fascistas reminiscencias que ahora me ahorraré comentar.

Para los tradicionalistas y conservadores la Constitución de Anderson, salida de la imprenta de Willian Hunter, representa uno de los puntos discordantes para el ingreso de la Mujer. En su Sección Segunda (Obligaciones de un Francmasón, apartado III), está el origen de lo que todavía hoy continúa sembrando la polémica:

«Los candidatos admitidos como miembros de la Logia, deben ser buenos y leales, nacidos libres, de edad madura y discreta, no esclavos, ni mujeres, no inmorales o escandalosos, sino de excelente reputación».

Resulta a todas luces incomprensible que una Fraternidad que ha luchado contra toda clase de «dogmas», acabe por crear y mantener uno, para justificar la ausencia de la mujer en su seno. Esta postura dogmática se fundamenta en un párrafo de un documento, producto de la mentalidad de aquellos años y elaborado por hombres de iglesia (no olvidamos la calidad de pastores protestantes de Anderson y Désaguliers), puritanos y con un concepto sobre la inteligencia y aptitudes de la mujer de su época totalmente diferente al nuestro. 

Ambas posturas, la estructural o la tradicional-legal, impiden que la otra mitad de la humanidad beba de las mismas fuentes del conocimiento que los hombres libres, pero nacidos de mujer.
 
De todas formas, con el apoyo de los masones o sin el, la participación de la mujer va ganando paso a paso mayor protagonismo en la escena pública, según indica la medición 2007 del Índice de Desarrollo Democrático de América Latina que utiliza el Indicador «Género en el Gobierno» para establecer cuál es la proporción de la representación femenina en el Gabinete del Poder Ejecutivo, en las Cámaras del Poder Legislativo y en las Cortes Supremas de Justicia de los dieciocho países que analiza.

Este indicador se usa para medir lo que se considera el «grado de integración social de la democracia». En el año de la primera medición (2002), el promedio de participación de la mujer en puestos de decisión en América Latina era de apenas un 8,5%. La medición de 2007 indica que este porcentaje promedio creció al 21,6%. O sea que en 2002 uno de cada doce puestos de decisión eran ocupados por mujeres y hasta el año pasado uno de cada cinco lugares. 

Considero que la transversalización de género no es un fin en si mismo sino un camino para el logro de la equidad. Esa es la fórmula que mantiene el equilibrio, la que refleja realmente la composición de la sociedad y la que necesitamos para reforzar y promover el correcto funcionamiento de esta joven democracia latinoamericana. 

Christian Gadea Saguier

El Vaticano empleó a 6.000 judíos esclavos en el nazismo

Sobre el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Benedicto XVI se preguntaba en 2006 "dónde estaba Dios en aquellos días". No mencionó la culpa de los alemanes y calificó el Holocausto como un "instrumento de la saña destructiva" de un "grupo de criminales". Tampoco se planteó otra cuestión: ¿dónde estaba la Iglesia católica? El cardenal Karl Lehmann presentó ayer en Maguncia un estudio que ilustra el papel de la Iglesia de Roma en el sistema nazi de trabajos forzados durante la II Guerra Mundial. Entre seis y ocho mil esclavos judíos trabajaron para ella, segú publica hoy El País, de España.

El historiador Karl-Joseph Hummel, que ha editado este informe, describía ayer las dificultades de los católicos bajo el nazismo. "Mediante contratos con el Ejército, los monasterios y otras instituciones evitaban las posibles expropiaciones" de un régimen hostil. Para cumplir estos contratos en medio de la guerra, la Iglesia recurrió a los trabajadores forzados puestos a su disposición por los nazis como "medida de autodefensa". El catedrático de la Universidad Libre de Berlín Wolfgang Wippermann destacaba la "estrecha relación" entre la Iglesia católica y la Comisión de Historia que ha guiado el estudio. Para él "tiene como meta la justificación de algunos comportamientos del Vaticano respecto a la Alemania de Hitler".

Sin más palabras.

Christian Gadea Saguier

Criar hijos en un hogar de padres no creyentes

En diciembre pasado llegó a mis manos el libro Hijos sin Dios que postula un estilo ateo de vivir y explica, con un lenguaje ameno y epistolar, cómo criar chicos ateos. El libro demuestra que criar hijos sin religión es enseñarles a ser dueños de sus actos, resposables de sus opciones de vida, protagonistas de su destino. Es ayudarlos a disfrutar de la vida que tenemos hoy, yendo más allá de un marco sostenido por la fe incuestionable y una tradición que promueve la repetición y la impostura. Sobre todo esto, escribí la nota: Cómo educar a los hijos sin religión.

Hoy el diario La Nación (Arg.) publica una entrevista con el autor del libro. Alejandro Rozitchner, un reconocido escritor y pensador que participa del diálogo público con originalidad y despreocupación. Que lo disfruten!

Alejandro entra en el bar y un mozo le pregunta: "¿Y? ¿Ya nació?" La sonrisa que se dibuja en la cara de Rozitchner borra el apuro con que se lo vio llegar. "Sí. Ayer", contesta este licenciado en filosofía de 47 años, autor de catorce libros y padre de Bruno, Andrés y, ahora, también de Félix. El mozo lo felicita con una palmada en la espalda.

Hijos sin Dios es su último libro, escrito junto con Ximena Ianantuoni, su esposa. "Quisimos abordar los problemas que surgen en la crianza cuando los padres son ateos", dice Rozitchner. "No porque surjan más que en la crianza religiosa, sino porque son problemas distintos acerca de los cuales todavía no se ha pensado demasiado."

Alejandro Rozitchner es uno de esos pocos pensadores que abandonaron el ámbito universitario y de las aulas, y se dedicaron a "buscarle la vuelta a la cosa". Es conocido por su estilo franco y, muchas veces, provocador. "Tuve una beca en el Conicet, pero me harté de todo lo académico", dice. "Entonces abandoné la beca y empecé a hacer cosas interesantes con el pensamiento." Esas cosas interesantes lo llevaron a dictar talleres, a trabajar como guionista para Antonio Gasalla, a colaborar en varios proyectos con Mario Pergolini, a escribir varios libros -entre ellos Ideas falsas , Malvinas, Amor y país , Argentina impotencia - y, por último, a sistematizar sus ideas acerca de lo que significa criar hijos sin religión.

"La perspectiva atea permite revalorizar la crianza", dice Rozitchner, "pero, al mismo tiempo, surgen algunos problemas". Los chicos que crecen en casas ateas les preguntan a sus padres: ¿nosotros qué somos, católicos, judíos, o qué? O cuando una amiguita toma la primera comunión quieren saber por qué ellas no pueden ponerse un vestido así y hacer una fiesta. "Mi mujer y yo estamos convencidos de que esas preguntas, legítimas, importantes, tienen una respuesta religiosa, pero también tienen una respuesta atea."

Ximena Ianantuoni es psicóloga, trabaja dando apoyo en tratamientos de fertilidad y haciendo consultoría en organización familiar. "Quise escribir el libro con ella porque para mí es una influencia muy fuerte en términos de pensamiento. Nuestro enganche pasa por lo sensual, como toda pareja, pero también por lo intelectual."

Rozitchner emana una vitalidad poco frecuente. A lo largo de la entrevista se ríe en varias ocasiones de su propia vehemencia y no deja de agradecer a cada una de los conocidos del barrio que interrumpen para preguntarle si el bebe ya nació.

-¿Qué significa, para vos ser ateo?
-Para empezar, ser ateo no quiere decir no creer en Dios. Un ateo no se define en relación con la religión, sino en función de su propia visión del mundo, que no requiere caer en un poder superior para encontrarle sentido a la vida. Para el ateo el sentido no viene dado por una realidad trascendente, sino que tiene sentido de por sí. La vida es avasallante, compleja, maravillosa e incomprensible. Para un ateo, que la vida no pueda comprenderse no quiere decir que haya que apelar a Dios. Hay que entender y aceptar que la vida no es un fenómeno para comprender, sino para experimentar, que es plena en sí misma y no va a dar a ninguna parte.

-¿Desde cuándo sos ateo?
-Desde siempre. Entiendo que haya gente que crea en Dios y que Dios existe como una idea inventada por el hombre, pero yo no fui educado en esa visión del mundo. No necesito la idea de un creador, una realidad trascendente que encierre los valores de todas las cosas.

-¿Nunca sentiste necesidad de creer?
-Para nada. La estructura de mi pensamiento no está basada en la fe. Las personas religiosas me dicen, "pero creerás en algo, aunque no sea en Dios". Pero yo no creo cosas: quiero cosas, sé que existo, y punto. Me gusta decir que en la frase "yo creo en Dios", la parte clave no es "dios", la parte clave es el "yo creo". Y es que los ateos no tenemos la estructura de la fe para encontrar el sentido de la vida. El sentido está en nuestra sensibilidad misma, en nuestro deseo, en nuestro cuerpo. Y no por eso somos inmorales o poco constructivos socialmente, tal vez justo lo contrario. Respeto a los creyentes, pero quisiera que se respetara de la misma manera a los ateos.

-¿Sin religión, qué postura ética se puede tener ante la vida? ¿En qué se asientan tus valores, si no los consideras trascendentes?
-Creo que el asiento verdadero de los valores es un pacto social: nos ponemos de acuerdo en qué nos parece bueno y qué malo, y hacemos leyes y normas de conducta basándonos en eso. Aun cuando muchas veces se aluda a los valores como si fueran algo trascendente, en realidad fueron fundados por personas que pensaron y sintieron cosas. Es un error pensar que para ser buena persona, o para tener valores, sea necesario creer en Dios. Si no crees en Dios tus valores se fundan en tu pensamiento, en tu deseo, en lo que vos sos, en lo que querés. Y entonces sos una persona mucho más real y verdadera.

-Sin religión, ¿cuál es el sentido de la existencia?
-La clave está en el deseo. La identidad no está dada ni por la historia, ni por el contexto. Está dada por lo que vos querés; eso es lo que te define. Yo soy mi deseo. Por supuesto que en ese deseo está presente mi historia, la historia del hombre, la de mi sociedad. Pero lo más valioso es el nivel de expresión que surge de la estela emotiva personal. La peculiar identidad de cada quien.

-Si alguno de tus hijos te pide tomar la Primera Comunión o hacer el Bar Mitzvá, ¿qué le vas a decir?
-Mi posición no es la de esos que dicen que hay que escuchar todas las campanas para después decidirse por una. Si fuera así, los dejaría probar cosas nocivas para que después decidieran si les hace bien o mal. Como padre, procuraré que no prueben aquello que sé que puede hacerles mal. Y como a mi juicio la religión es un sistema que debilita a las personas, trataré de que mis hijos no vayan por ese camino.

-¿Cuán importante es para vos ser ateo? ¿Podrías haberte enamorado de una mujer que practicara alguna religión?
-No es que yo tenga el dogma de decirme "no te relacionarás con gente religiosa". Tengo amigos católicos, tengo amigos judíos, y hasta tengo amigos peronistas. Para que veas lo abierto que soy. Quiero decir: está todo bien. No valoro a las personas porque sean ateas o no, pero cuando se arma una pareja es otra cosa. Ahí surgen acuerdos de sentido muy básicos que se dan de manera espontánea. Creo que el amor conlleva una visión del mundo similar y para mí era importante compartir esa visión.

- ¿Te parece que es mejor ser ateo que creyente?
-Sí, pero el libro no fue escrito con la idea de evangelizar ateamente a los creyentes. Cada uno tiene que sentir lo que siente, y eso se debe respetar. Lo que queríamos con el libro era abrir el espacio para que la experiencia del ateísmo fuera más libre entre los chicos y que ellos pudieran decir "soy ateo" y que eso fuera perfectamente asumido en la realidad escolar. El punto máximo sería lograr que la Constitución Nacional acepte que el presidente no tiene por qué tener ninguna religión. Me parece mal que el Estado argentino tenga una religión. Creo que es una falta de respeto para las personas. El Estado no tendría que tener religión.

-¿Cómo les explicás a tus hijos la muerte? ¿Adónde les dirías que van los seres queridos que se mueren?
-A ningún lado. Les diría que ese ser querido ya no está en ninguna parte, que si lo sentimos vivo es porque lo recordamos, porque en nuestro cuerpo persiste la emoción de amarlo y es difícil aceptar que ya no esté en ninguna parte. Les diría que las personas que han muerto dejan en nosotros su huella y mientras esa huella persista ellos no desaparecerán del todo.

-¿Qué ventajas tiene la crianza atea?
-Creo que hace a los niños más sensuales, más libres, más capaces de tomar decisiones y pensar por sí mismos. Una crianza atea significa mucho más que decirle no a Dios. Significa basarse en la experiencia de vivir como creadora de sentido, como suficiente en sí misma. Esto revaloriza la idea de crianza, la despoja de fantasmas. Una crianza atea es pura vitalidad.

-¿Te parece mal que otros eduquen a sus hijos en la religión?
-No, pero podríamos decir que criar hijos dentro de determinada religión es una especie de abuso, así como lo es hacerlo muy rápido socio de un club de fútbol. Es imponerles un modo de pensar aún antes de que ellos sean capaces de hacerlo. A los chicos religiosos les tiran encima un montón de planteos que convocan una cierta sumisión. La religión es un marco de comprensión que impide que las personas busquen su propio sentido de la vida.

-Pero cuando les enseñás tus valores a tus hijos, tus valores ateos, ¿no estás también sometiéndolos a tu modo de pensar?
-Por supuesto. Lo que pasa es que yo no creo que los valores se enseñen diciendo "te voy a enseñar cuáles son mis valores". Al vivir expresamos nuestros valores aunque no tengamos conciencia de ello. Cada padre expresa sus valores y educa a sus hijos en esos valores y, en ese sentido, está perfecto que los creyentes eduquen a sus hijos en sus creencias. Sin embargo, cuando veo a padres criando a sus hijos de un modo religioso no puedo evitar sentir una especie de escozor. Pero supongo que a ellos les debe de dar escozor que yo deje a mis hijos a la intemperie, bajo el cielo infinito del universo, sin ningún tipo de constricción religiosa.

-En el libro ustedes dicen que "criar hijos ateos quiere decir enseñarles a creer en sí mismos sobre todas las cosas... transmitirles la sensación de que pueden confiar en sus decisiones sólo por el hecho de ser ellos quienes las toman". ¿No te parece que eso equivale a ponerse a sí mismo por encima de todo lo demás? ¿Hacer del individualismo casi una religión?
-Creo que la palabra "individualismo" es una palabra que describe el fenómeno al cual alude con mala conciencia. Yo celebro el individualismo actual, no me parece censurable. Creo que una de las claves está en la posibilidad de pensar que lo que veníamos llamando "egoísmo" es lo que se empieza a llamar "autoestima". Y en ese sentido no me parece nada mal que una persona esté muy contenta con las decisiones que toma. No está dicho que esas decisiones vayan en contra del interés social, por el contrario, creo que es muy importante que una persona se dé mucho valor; de esa autoestima surge lo mejor para una sociedad.

-¿La vida no pierde sentido al pensar que no hay nada después?
-No, para nada. Cuando te das cuenta de que no hay nada después, tenés que hacerte cargo de un montón de cosas. Es duro, pero nadie dijo que la vida fuera fácil. La vida es tremenda. Es dura y sensacional. Dura, entre otras cosas, porque nos vamos a morir y no tenemos forma de evitarlo. Todo eso le agrega valor a este asunto que es vivir.

Christian Gadea Saguier

Por la liberación de los masones, presos políticos, en Cuba

A inicios de la primavera boreal, pero un par de años atrás, me sume a la denuncia sobre la situación de los presos políticos en Cuba, particularmente preocupado por 11 hermanos privados injustamente de su libertad.

En esta semana se conmemora el quinto aniversario de las detenciones de 75 disidentes en la oleada represiva de la primavera de 2003 realizada en Cuba. Cinco años después 55 de aquellos detenidos permanecen en la cárcel, uno falleció y 19 han sido excarcelados por cuestiones de salud, cuatro de ellos viajaron en febrero pasado a España por esta causa.

Esta estadística vale para denunciar la captura y solicitar la liberación de estos presos políticos, incluidos nuestros hermanos, entre ellos, Héctor Masera, quienes en marzo de 2003 junto a otras 64 personas fueron encarcelados por el régimen absolutista de Fidel Castro. Los hermanos son dirigentes y miembros de la disidencia política y pacífica interna, directivos de organismos no gubernamentales y monitoreadores de los Derechos Humanos, líderes sindicales independientes y periodistas alternativos, conocidos como los "Prisioneros de la primavera".

Injustamente acusados, por el dictador Castro, de servir a una potencia extranjera (EEUU), cometer actos contra la seguridad e integridad territorial y económica de Cuba cuando, en realidad, defienden nuestros derechos a la libertad de pensamiento, opinión y reunión.

Específicamente Héctor Masera fue condenado a veinte años de privación de libertad en un proceso judicial preñado de irregularidades de principio a fin, entre los cuales se puede citar: impedirle mantener una entrevista técnica con su defensor, previa al juicio y no presentarse verdaderas pruebas, sólo declaraciones por la representación fiscal que avaló las absurdas y festinadas acusaciones en su contra.

Aprovechando el nuevo gobierno cubano, los presidentes Zapatero y Bush se suman a la campaña y solicitan la liberación de los presos políticos, según informa hoy el diario español El País.

"Puede tener la seguridad de que España seguirá haciendo todo lo que esté en su mano para lograr la liberación de todos los presos políticos", dice el mensaje enviado por Zapatero a Laura Pollán, la esposa de Héctor Maseda. La misiva está fechada el pasado 28 de enero, según ha asegurado una fuente de la Embajada española en La Habana.

Por su parte el presidente estadounidense ha asegurado en la carta dirigida a Maseda que "seguiremos apoyando al pueblo cubano para que exija al Gobierno que respete las libertades fundamentales". Esta misiva también está fechada a finales de enero.

Laura Pollán ha dado a conocer estas cartas como parte de las protestas de las Damas de Blanco en el quinto aniversario de las detenciones de 75 disidentes en la oleada represiva de la primavera de 2003. Cinco años después 55 de aquellos detenidos permanecen en la cárcel, uno falleció y 19 han sido excarcelados por cuestiones de salud, cuatro de ellos viajaron en febrero pasado a España por esta causa.

Vestidas todas de blanco, en señal de que su actitud es pacífica, las familiares de los apresados marcharon el viernes pasado por el centro de La Habana hasta el Ministerio de Justicia y dejaron una carta dirigida al fiscal general, Juan Escalona, en la que piden la libertad de sus parientes.

Cartas íntegras

Desde España
Estimada Señora:
Le agradezco muy sinceramente su carta del pasado 20 de noviembre, así como el ejemplar del último libro que ha escrito su esposo, que ha tenido la cortesía de hacerme llegar. Muchas gracias también por la amable dedicatoria por la que su marido, el Sr. Hector Maseda Gutiérrez, ha querido obsequiarme su obra.
Puede tener la seguridad de que España seguirá haciendo todo lo que esté en su mano para lograr la liberación de todos los presos políticos y de conciencia, incluida de la su esposo.
Deseo también aprovechar la oportunidad para expresarle nuevamente mi admiración de la tenaz labor que realizan las Damas de Blanco, y expresarles el reconocimiento del Gobierno de España por el ejemplo de dignidad y coraje que todas Ustedes realizan.

Agradeciendo de nuevo su carta, reciba un cordial saludo

José Luis Rodríguez ZapateroPresidente del Gobierno de España

Desde Estados Unidos
Estimado señor Maseda Gutiérrez:

Gracias por su considerada nota y por el libro en el que documenta las crueles realidades a las que se enfrentan los presos políticos de Cuba. Admiro su valentía y su determinación para revelar al mundo estas realidades pese al gran riesgo que conlleva. Espero que su testimonio atraiga mayor atención sobre la indiferencia del régimen cubano hacia los derechos humanos básicos. Seguiremos apoyando al pueblo cubano en su petición al gobierno para que respete las libertades fundamentales. Su compromiso con una Cuba libre es una inspiración para todos nosotros. Mis pensamientos y mis oraciones están con usted, con su valiente y dedicada esposa Laura y con los demás miembros de su familia.

Sinceramente, George W. Bush

Desde la prisión
En 2004 Héctor Maseda nos envió esta nota cuyos extractos dice: …Afortunadamente pude recibir noticias de ustedes, mis queridos hermanos, por intermedio de un ángel, nuestro Venerable Hermano José Antonio. Ahora provecharé la ocasión en sentido inverso para hacerles llegar noticias mías. El portador será la misma persona. La foto que ustedes me enviaron, en la que aprecio a muchos Hermanos de vuestro Taller, visitadores de otras Logias y a José Antonio en el centro como honor especial ese delta delta que se encuentra junto a mí, encerrado en esta celda caribeña, permanentemente brindándome fuerza de voluntad, inteligencia, sabiduría y paciencia infinita…La carta completa se encuentra aquí.

La vigencia de la ilustración
La masonería está íntimamente ligada a la historia de Cuba. Se afirma que la independencia del colonialismo español en 1898 fue obra de masones. Cada símbolo nacional -himno, bandera y escudo- fueron concebidos por hijos de la Escuadra y el Compás. Masones fueron Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria; Ignacio Agramonte, Antonio Maceo,José Martí y la inmensa mayoría de los gestores de la república.

Al advenimiento del actual régimen, en 1959, la Masonería era una institución fraternal pujante, entidad inseparable de las clases vivas del país. Treinta y cuatro mil miembros aproximadamente, una universidad, tres asilos, varias escuelas, 340 logias y un majestuoso edificio, la Gran Logia de Cuba constituían su mayor patrimonio.

Aún en los albores del siglo XXI se sigue luchando por los valores de la Ilustración del siglo XVIII. En esta ocación por la libertad, a pesar de que su sentido sea tan antiguo como el hombre mismo.

Christian Gadea Saguier

El precio del velo

El velo, un simple pedazo de tela, se ha convertido en la manzana de la discordia en Europa, un continente amenazado por el envejecimiento de la población, que, para sobrevivir, les abre a regañadientes las puertas a millones de inmigrantes, entre ellos miles de mujeres musulmanas que, por tradición o imposición, se cubren.

Giuliana Sgrena, veterana feminista y corresponsal de guerra del diario de izquierda Il Manifesto, que viajó a varios países islámicos, no tiene dudas: "El velo es el primer paso para la reducción de los derechos de la mujer".

Autora de El precio del velo. La guerra del islam contra las mujeres, recientemente editado en Italia, Sgrena saltó trágicamente a la fama tras ser secuestrada en Bagdad en febrero de 2005 por un grupo islámico que nunca la obligó a cubrirse porque no era fundamentalista, según contó a La Nación (Argentina) en una entrevista mantenida con Elisabetta Piqué, corresponsal en Italia.

Cuando fue liberada, en marzo del mismo año, gracias a los servicios secretos italianos, vivió otra pesadilla: el auto en el que se dirigía al aeropuerto de Bagdad junto con dos agentes italianos fue acribillado a tiros por soldados estadounidenses. En el ataque murió el agente Nicola Calipari.

Comprometida a dar a conocer lo que considera una realidad dramática, Sgrena está convencida de que el velo representa, y no sólo simbólicamente, "la opresión de la mujer en el mundo islámico".

Afirma que detrás de su imposición no se esconde solamente el intento de las fuerzas más fundamentalistas de "reislamizar" la sociedad, sino, además, una verdadera guerra contra las mujeres, y en contra de su cuerpo, visto como el terreno de batalla sobre el cual afirmar principios y costumbres que poco tienen que ver con la tradición islámica, sino con un "nuevo" retorno al orden machista y reaccionario.

"Sólo una interpretación fundamentalista del islam dice que hay que llevar el velo. Tanto es así, que en los tiempos de Mahoma no se llevaba el velo", afirma Sgrena, que condena duramente el "relativismo cultural" de la izquierda, e incluso de varias feministas de Occidente.

"Mientras la derecha considera a estos pueblos salvajes, por lo que es mejor mantenerlos alejados de nosotros, la izquierda, que también tiene una actitud distinta en cuanto a la inmigración, cae en la trampa de considerar el velo de las mujeres musulmanas «parte de su cultura, parte de su tradición», y no va al fondo del problema, que es que el velo no es el fruto de una elección libre de la mujer, sino una condena".

En su libro, una investigación a fondo, llena de datos, Sgrena denuncia la violencia, las infamias, las muertes y la tremenda discriminación que sufren las mujeres. Además, se rebela ante lo que pasa en la misma Italia, y en otros países europeos, con las mujeres musulmanas.

Muchas de estas, que creen haber alcanzado finalmente la libertad al llegar al Viejo Continente, chocan con el hecho de que son "doblemente discriminadas", como inmigrantes y como musulmanas. Y pasan a vivir un verdadero infierno, al terminar solas y olvidadas en virtuales guetos, donde la opresión de los hombres, que las encierran en sus casas y las obligan a veces a usar velo, o incluso burka (la tristemente célebre túnica afgana con una rejilla a la altura de los ojos), termina siendo aún mayor que la de sus países de origen.

Hace dos años la opinión pública italiana vivió con gran conmoción el caso de Hina, una joven paquistaní que vivía como una occidental, y que, por este motivo "de honor", fue brutalmente asesinada por su propio padre. Pero Sgrena considera que en Italia "hay muchas Hinas".

"Yo no lo sabía, pero es altísimo el número de mujeres que han sido asesinadas en Italia porque no respetaban las reglas impuestas por la familia o por la comunidad. ¿Cómo podemos aceptar que en nuestro país pasen cosas de este tipo?", se pregunta.

"Reislamización"
Para Sgrena, estamos frente a un claro proceso de "reislamización". "Antes, cuando iba a Argel, a Amman o a El Cairo veía poquísimas mujeres con velo, salvo en los barrios populares, donde usaban el tradicional. Pero si uno viaja ahora, no encuentra mujeres sin velo, porque hay un proceso de «reislamización», impulsado por los Hermanos Musulmanes, que establecieron que las mujeres deben llevar el velo. Si no, corren gravísimos riesgos", afirma la periodista.

Pero en su libro pueden leerse otras cifras que hablan de una situación espantosa: 50.000 mujeres se suicidan al año en todo el mundo forzadas por sus familias para limpiar su honor, según datos de la ONU.

Hace cuatro años, cuando Francia prohibió el velo y otros símbolos religiosos en las escuelas, Sgrena era escéptica. Pero cuando viajó allí para hacer un reportaje y ver cómo se había implementado, quedó muy sorprendida. Según el Ministerio de Educación francés, sólo 47 estudiantes en todo el país habían abandonado las escuelas públicas, entre ellas algunas que decidieron matricularse en escuelas católicas y otras que optaron por seguir cursos por correspondencia.

Para Sgrena, en cambio, la reciente ley aprobada por Turquía, que permitió el uso del velo en las universidades, es un paso atrás. "Es cierto, el velo es un pedazo de tela, pero la verdad es que en todos los países siempre se empieza con el velo", afirma. "Por eso, para mí, es el primer paso de Turquía hacia la «reislamización»", dice.

Christian Gadea Saguier

"El saber no necesita padres ni curas"

"Benedicto XVI no debe entrar en la Universidad de La Sapienza: es demasiado reaccionario, enemigo de la ciencia y de Galileo Galilei", indica hoy una nota de La Nación Argentina.

La visita del Papa, pasado mañana, a la famosa Universidad de La Sapienza, el ateneo más antiguo de esta capital, ha desencadenado un revuelo de dimensiones gigantescas en Italia. Después de que más de 60 científicos manifestaron en una carta su rechazo a la visita del Papa, acusado de haber atacado a Galileo, un tenso debate entre laicos y católicos se ha abierto en la Península, donde ayer algunos intelectuales se preguntaban si no era en verdad un "acto de censura", contrario a la libertad, pedir la anulación de la visita del Santo Padre a la universidad romana, reza la nota de la corresponsal Elisabetta Piqué.

En sintonía con el vade retro de los académicos a Benedicto XVI, que el jueves inaugurará el 705° año académico de La Sapienza, diversos grupos estudiantiles organizaron una "semana anticlerical" de protesta. Se trata de cuatro días de eventos, debates y shows que culminarán pasado mañana con un "asalto sonoro" a la universidad -a través de música dance y house a todo volumen- para molestar la visita de Joseph Ratzinger, un "huésped indeseado".

Un "evento incongruente"
La "rebelión" antipapal comenzó en noviembre pasado, cuando Marcello Cini, profesor emérito de física de La Sapienza, escribió una carta al rector de esa universidad, Renato Guarini, en contra de la presencia de Benedicto XVI, una "increíble violación de la tradicional autonomía de las universidades".

A esta misiva se fueron sumando otros 67 docentes, indignados porque el 15 de marzo de 1990 Joseph Ratzinger, siendo aún cardenal, en un discurso que pronunció en la ciudad de Parma hizo suya una afirmación del filósofo Paul Feyerabend que afirmó que "en la época de Galileo la Iglesia fue mucho más fiel a la razón que Galileo, y que el juicio que la Iglesia le hizo a Galileo fue razonable y justo".

"Se trata de palabras que, en cuanto científicos fieles a la razón y en cuanto docentes que dedican su vida al avance y a la difusión de los conocimientos, nos ofenden y nos humillan", escribieron los científicos. "En nombre del laicismo de la ciencia y de la cultura, y en el respeto de nuestro ateneo, abierto a docentes y estudiantes de todos los credos e ideologías, auspiciamos que este evento incongruente pueda ser anulado", agregaron.

Entre los firmantes de la carta se encuentran nombres de importantes científicos, como el físico Andrea Frova, autor de un libro sobre Galileo; Luciano Maiani, presidente del Consejo Nacional de Investigaciones, y los investigadores Carlo Bernardini, Giorgio Parisi y Carlo Cosmelli.

"Nosotros, que hemos dedicado toda nuestra vida a la ciencia, no tenemos ganas de escuchar en nuestra casa una voz que condena de nuevo a Galileo", denunció Andrea Frova. "Las acusaciones anticientíficas realizadas por el Papa cuando era cardenal las reiteró en su última encíclica: él está convencido de que cuando la verdad científica entra en conflicto con la verdad revelada, la primera debe pararse. Algo así no puede ser aceptado en una comunidad científica", afirmó Cosmelli.

Galileo Galilei (1564-1642) fue condenado por hereje por la Iglesia en 1632, luego de haber afirmado que la Tierra giraba alrededor del Sol, lo que rompía el dogma de la cosmología católica. En 1992, sin embargo, Juan Pablo II rehabilitó al famoso astrónomo.

Nunca antes, sin embargo, causó tanto revuelo la visita del Papa. La tensión, en efecto, era palpable en la universidad, donde colgaban de las paredes pancartas con leyendas que rezaban "No Pope"; "O con el Papa o con el saber, defendamos a Minerva [diosa del conocimiento] del oscurantismo"; o "El saber no necesita ni padres ni curas".

En este clima, no sorprende que La Sapienza, que todavía no decidió si suspenderá las clases del jueves, haya puesto a punto fuertes dispositivos de seguridad, como prohibir el ingreso de autos en la ciudad universitaria, un ateneo que, gracias al Papa, estará bajo la lupa de todo el mundo.

Christian Gadea Saguier

La fuerza de la ilustración

El mundo entero admite hoy que la propagación de los principios masónicos durante el siglo XVIII preparó una profunda transformación en todo el mundo, constituyendo las bases sobre las cuales se liberaron los pueblos del mundo y se instala la democracia. Estos principios de fraternidad obrando en la construcción del bien humano, con el objeto de que cada uno de sus miembros se vuelva constructor del edificio social, dio lugar a un vasto movimiento cultural extendido por toda Europa con el nombre de Ilustración.

A lo largo de los siglos XVI y XVII, Europa se encontraba envuelta en guerras de religión. Cuando la situación política se estabilizó tras la Paz de Westfalia y el final de la guerra civil en Inglaterra, existía un ambiente de agitación que tendía a centrar las nociones de fe y misticismo en las revelaciones individuales como la fuente principal de conocimiento y sabiduría. En lugar de esto, la Era de la Razón trató entonces de establecer una filosofía basada en axiomas, como base para el conocimiento y la estabilidad.

Este objetivo alcanzó su madurez con la ética de Baruch Spinoza , que exponía una visión panteística del Universo basada en la idea de que Dios y la Naturaleza eran uno, expresada magníficamente en su ensayo Ética demostrada según el orden geométrico (1677). Esta idea se convirtió en el fundamento para la Ilustración, desde Newton hasta Jefferson.

La Ilustración estaba influenciada en muchos sentidos por las ideas de Pascal, Leibniz, Galileo y otros filósofos del periodo anterior. El pensamiento europeo atravesaba por una ola de cambios, ejemplificados por la filosofía natural de Sir Isaac Newton, un genio matemático y físico brillante. Las ideas de Newton, que combinaba su habilidad de fusionar las pruebas axiomáticas con las observaciones físicas en sistemas coherentes de predicciones verificables, proporcionaron el sentido de la mayor parte de lo que sobrevendría en el siglo posterior, tras la publicación de su Philosophiae Naturalis Principia Mathematica.

Estos precedentes de la Ilustración en Inglaterra, a fines del siglo XVII, fuerzan el movimiento iluminista que se considera francés. Desde Francia, donde madura, se extiende por toda Europa y América y renueva especialmente las ciencias, la filosofía y la política. Sus aportaciones han sido más discutidas en el terreno de las artes y la literatura.

Este movimiento constituyó el nuevo sistema filosófico masónico que propone ilustrar, con la luz de la humana razón, la realidad toda, combatiendo los errores y prejuicios que se atribuían en la Edad Media; sin embargo la idea dogmática de dios no ha muerto.

Diana Cohen Agrest, doctora en filosofía y autora de Inteligencia ética para la vida cotidiana, sostiene, en una nota publicada hoy en el diario La Nación, de Argentina que la expresión “Dios ha muerto”, en el siglo XXI, es una verdad a medias, pues, asegura, asistimos tanto al aparente ocaso de una constelación de valores que sostuvieron durante dos milenios a Occidente como al renacimiento de las religiones que el adagio nietzscheano condenaba al ostracismo.

Lo cierto es que más que una premonición, “Dios ha muerto” es una prueba irrefutable de los laberintos de la historia. Porque una vez que los ideales de la Ilustración invitaron a erradicar, en términos del célebre David Hume, “los males de la superstición”, las religiones –para unos, opio del pueblo; para otros, gracia divina– persisten más vigorosas que nunca.

Y es comprensible que así sea: en la medida en que el hombre se sabe vulnerable ante las fuerzas de la naturaleza y de los otros hombres, la apertura hacia la divinidad es un consuelo para los males presentes, un asilo místico donde la fragilidad de la experiencia humana encuentra un cobijo y donde la promesa de otra vida le otorga sentido a la actual.

Distantes de todo fundamentalismo, los ideales de la Ilustración continúan vigentes en la búsqueda de la libertad de conciencia y de expresión, en el derecho a la seguridad ante la arbitrariedad del poder, en la protección de la esfera privada y en la promoción de la libertad de asociación, cuyo fin es construir una ciudadanía según el modelo de la representación. El modelo de los derechos humanos condensa, a modo de desiderátum, el anhelo de las sociedades imperfectamente democráticas construidas sobre la base del disenso y de la denuncia. Y aun cuando no se hayan abolido la esclavitud o el hambre –porque hay mujeres, hombres y niños esclavos; porque hay mujeres, hombres y niños con hambre–, en esas sociedades se reconoce la índole nefasta de la práctica de la esclavitud y la inequidad de las hambrunas. Y hasta se lucha por su erradicación.

Al fin de cuentas, confrontados a lo que algunos llaman el desencanto del mundo, y a sabiendas de que la realización del proyecto ilustrado lleve más tiempo, le invito a instaurar sus principios, en un ejercicio perpetuo consagrado al respeto de la dignidad humana.

Christian Gadea Saguier

Sobre la celebración del año nuevo

Como es sabido, no todo el mundo celebrará el año nuevo este 1 de enero de 2008. Si bien esa fecha es de festejos y buenos deseos para los pueblos cuya fe es cristiana (América, casi toda Europa y algunos países del resto del planeta), culturas como la china, la hebrea o la musulmana tienen fechas diferentes para celebrar el inicio de un nuevo ciclo de 12 meses, e incluso viven en años diferentes.

Ordenando un poco el tema en función a las culturas, conviene comprender: ¿Cómo nació el 1 de enero como la fecha de Año Nuevo en occidente? Fue en Roma, alrededor del año 47 antes de nuestra era, cuando por primera vez se estableció el día 1 de enero como el inicio del año en el nuevo calendario modificado por Julio César (calendario juliano).

Antes de esta fecha, los romanos celebraban el año nuevo en el mes de marzo, siguiendo la tradición impuesta desde el reinado de Numa Pompilio, el segundo rey de Roma. Sin embargo, fue con calendario juliano cuando se estableció que los años tendrían 365 días y estarían ajustados por años bisiestos.

Las reformas posteriores realizadas por el papa Gregorio XIII respetaron la designación del 1 de enero como el primer día del año. Así, desde 1582, esta fecha quedó consagrada en el calendario gregoriano (que sustituyó al juliano) que hoy en día sigue usando la gran mayoría de los países cristianos (las últimas naciones en adoptarlo fueron Rumania y Rusia en 1918).

En el caso de las otras culturas del mundo, el año nuevo chino comienza entre enero y febrero con la primera luna nueva de Acuario; el Rosh Hashaná (cabeza de año) judío empieza en el mes de Tishri del calendario hebreo, que equivale a septiembre u octubre del gregoriano. El año nuevo musulmán empieza en el mes de Muharram que, como obedece a un calendario lunar, puede caer en cualquier mes gregoriano.

Respecto a los años de cada era cultural, éstos también son dispares: Los chinos viven en el año 4705 del cerdo y el próximo 6 de febrero recibirán el nuevo año de la rata. Los hebreos transitan el año 5768, que establecieron a partir de la supuesta fecha del nacimiento de Adán y de la creación del mundo. La era musulmana comienza con la huida (hégira) de su profeta Mahoma, de La Meca a la ciudad de Medina, el 16 de julio del año 622 de la era cristiana.

Para saber en qué año de la era musulmana se está, hay que restar 622 al año gregoriano (2007). Siguiendo esa operación, el año actual para el mundo musulmán es 1385 (aunque hay fuentes que argumentan que están en el año 1428). En culturas como la china, hebrea o musulmana, el año nuevo está vinculado con el ritmo de la luna (el calendario gregoriano es solar), y por ello la fecha para celebrarlo depende de las transformaciones asociadas a la cara siempre cambiante de este astro. Los chinos festejan el año nuevo en la segunda luna nueva posterior al solsticio de verano (hemisferio sur), entre los meses de enero y febrero. Los judíos, por su parte, lo hacen en los primeros días del mes de Tishri (entre septiembre y octubre del calendario gregoriano) que coinciden con la primera luna nueva de otoño.

En China cada año está representado por un animal. La leyenda dice que Buda, antes de partir de la Tierra, convocó a todos los animales pero sólo se presentaron los siguientes doce: rata, vaca, tigre, conejo, dragón, serpiente, caballo, carnero, mono, gallo, perro y cerdo. Buda los recompensó usando sus nombres para denominar a los años según el orden en que fueron llegando. Los chinos creen que el animal que gobierna el año en el que una persona nace tiene una profunda influencia sobre su personalidad.

Los musulmanes dividen el año en 12 meses, que tienen 29 o 30 días alternativamente. Los meses se organizan en años de 354 días, si bien existen años bisiestos de 355. El calendario musulmán se inicia el 16 de julio del año 622 de nuestra era, cuando Mahoma se trasladó forzosamente a Medina huyendo de sus enemigos. Este día se considera el primero de la hégira; es decir, de la huida, y de esta fecha parte la cuenta de los años.

En el caso de los babilonios y muchos otros pueblos agricultores, relacionaban el comienzo de un nuevo año con el equinoccio de primavera; es decir, con los movimientos de la Tierra alrededor del Sol que señalaban la sucesión de las distintas estaciones y los momentos propicios para la siembra y la cosecha. De ese modo, las tradiciones de cada pueblo influenciaron para determinar el modo en que contarían las jornadas de su historia, que ya suma miles de años.

Astronómicamente, el año comienza el 21 marzo con el equinoccio de Primavera (hemisferio norte), estación en la que la vida renace y los frutos se multiplican; o si se prefiere, en lenguaje astrológico, cuando el Sol alcanza el cero grado del signo de Aries, primero del zodíaco. Nosotros los masones, festejamos el año nuevo en esta época.

¿Por qué entonces festejarlo el 1 de enero? Como Jesús era judío y esta tradición impone la circuncisión al octavo día de nacer, el año nuevo que se celebra en esta fecha recuerda el supuesto día de la circuncisión del Mesías, hecho nacer simbólicamente en 25 de diciembre, para borrar los mitos paganos de reverencia al Sol Invicto y al dios Mitra.

Al problema del día de comienzo del año se agrega el de tratar de dilucidar qué año es el que se festejará este 1 de enero. ¿El 2008?

Ocurre que esta edad de la era cristiana es tan poco fidedigna como la del año 5768 que los judíos calculan desde Adán, el primer hombre, puesto que, según ciertas investigaciones, Jesús nació siete años antes de su propia era y hace 500.000 años que el homo sapiens habita el mundo.

Sucedió que en el año 525 el monje Dionisio el Exiguo, que se impuso tratar de fijar el comienzo de la era cristiana, se enredó con los Evangelios y contra lo que estos dicen, calculó que Jesús había nacido cuatro años después de morir Herodes. Pero a todo esto, Herodes fue quien produjo la matanza de inocentes buscando degollar a Jesús. ¿Desde cuándo los muertos pueden degollar a los vivos?

Dionisio también olvidó que los romanos no conocían el cero, y por no contemplarlo produjo un salto olímpico entre dos eras: pasó del año 1 ANE al 1 DNE. Entre una cosa y otra, su error fue de entre 5 y 7 años.

Luego, el astrónomo Juan Kepler estableció que la aparición de la estrella de Belén, que anunció la llegada del mesías, sucedió en el año 7 ANE; y recientemente, varios científicos precisaron que ocurrió entre el 14 y el 15 de septiembre de ese año.

¿Será el año chino el verdadero? ¿Acaso el maya? ¿Quizás el egipcio, el caldeo, el celta, el persa? ¿El de los pueblos originarios? ¿El del Big Bang? ¿El de astrónomos y astrólogos? Sin importar las culturas y los periodos de festejo de un año nuevo, aprovecho la ocasión para desearles lo mejor.

Christian Gadea Saguier

La navidad, el auge del consumo

Cada diciembre los centros comerciales aparecen colmados de gente apresurada que carga bolsas de todos los colores. Lista en mano, nada puede quedar fuera de las previsiones de Navidad. Las reuniones de familias y amigos aumentan el estrés en una celebración que, paradójicamente, invita a la serenidad y a la reflexión. Todo empieza con la decoración navideña en comercios, calles y plazas. Y junto con las luces de fin de año, llega el tiempo de rendir culto al consumo.

Me encuentro leyendo Vida de consumo, de Zygmunt Barman, donde analiza el impacto del modelo consumista de interacción sobre varios aspectos donde los individuos son, simultáneamente, los promotores del producto y el producto que promueven, reciclándose en bienes de consumo para lograr reconocimiento social.

El diario La Nación, de Argentina, consultó a varios intelectuales sobre el sentido de la Navidad. Con prístina claridad, el filósofo y poeta Santiago Kovadloff explicó: "Espiritualidad y consumo entran en conflicto cuando se vuelven excluyentes o aspiran a sustituirse, pretendiendo que los atributos propios reemplacen o ahoguen los ajenos. Hay una espiritualidad que es expresión del consumo exacerbado y hay un consumo que pretende pasar por espiritual, al investir a los objetos de un sentido afectivo y moral que no tienen". El filósofo sumó, como expresiones de un consumo exacerbado, "el apego intolerante a ciertas creencias de moda en torno de la alimentación, la belleza exterior, la apología de la vida social o la sacralización de la vida deportiva".

Para el filósofo Enrique Valiente Noailles, "estamos en lo que Lipovetsky denominó la era del vacío. El consumo es el epicentro de toda actividad de la humanidad contemporánea. Una fiesta de origen espiritual, en un contexto de este tipo, sólo acentúa la percepción de lo que falta. Por tanto, hace más frenética la búsqueda de un sustituto. El consumo es la herramienta que hemos diseñado para intentar escapar a la fosa común de la ausencia de un sentido".

La navidad, originalmente fiesta cósmica, tenía otro sentido al consumista de hoy, era un tiempo de celebración de la nueva vida, del nuevo nacimiento y la oportunidad para empezar todo de vuelta y mejor. Para los pocos que quedamos con esta idea de la navidad, feliz solsticio.

Christian Gadea Saguier

El origen de la navidad

Hace tantos siglos que la humanidad festeja la navidad que ha olvidado su primitivo origen. Hoy en Occidente se conmemora el advenimiento de Jesús, pero no siempre fue así.

Con el inicio de la expansión de la Iglesia católica por todo el continente europeo hacia finales del siglo IV, los papas no siempre pudieron imponer su fe por la fuerza y a menudo tuvieron que obrar con astucia fingiendo tolerar determinados ritos paganos, aunque en realidad los minaban y transformaban progresivamente al entremezclarlos con elementos cristianos añadidos.

Una muestra de ello nos la dejó el papa Gregorio I El Grande (590-604) que, aunque siempre ordenó que los paganos fuesen sometidos a castigos y prisión si no se convertían, tuvo que ser más cauteloso durante su conquista evangélica de las almas anglosajonas, aconsejándole al abad Mellitus, jefe de los propagadores del cristianismo en Gran Bretaña, lo que sigue:

"No hay que destruir los templos paganos de ese pueblo, sino únicamente los ídolos que hay en los mismos; después de asperjar esos templos con agua bendita, erigir altares y depositar reliquias; porque si tales templos están bien construidos, perfectamente pueden transformarse de una morada de los demonios en casas del Dios verdadero, de manera que si el mismo pueblo no ve destruido sus templos, deponga de su corazón el error, reconozca el verdadero Dios y ore y acuda a los lugares habituales según su vieja costumbre...".

Durante la Navidad se produce un fenómeno muy particular en nuestro sistema solar. Desde el 21 de diciembre, en el hemisferio norte, el sol alcanza su nadir en el punto más bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse, progresivamente, en detrimento de sus noches. A este fenómeno se lo llama solsticio de invierno "sol inmóvil" ya que en esos momentos el sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste. Precisamente, el solsticio de invierno produce un acontecimiento cósmico que vivifica la naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del sol y con él, toda la naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo, y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia, gracias a la fertilidad de la tierra, garantizada por la presencia del astro solar, el dios más arcaico que la humanidad ha venerado.

En los pueblos germánicos y galos, éstas ceremonias solsticiales de adoración al sol y a las fuerzas ocultas de la naturaleza prosiguieron hasta bien entrada la Edad Media. En sus formas originales y puras estuvieron vigentes hasta la primera mitad del siglo X, tomando expresiones externas más o menos matizadas o mediatizadas por el cristianismo, han podido sobrevivir hasta nuestros días, contagiando de paganismo la celebración de la navidad actual, hasta el punto de que los mitos solares ancestrales siguen siendo los verdaderos protagonistas de los festejos navideños que se celebran en el mundo de hoy.

Desde hace miles de años, y para las culturas y sociedades más diversas, la época de navidad ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia. El hecho más fundamental de cuantos podían garantizar la supervivencia del hombre pagano, el renacimiento anual de la principal divinidad salvadora, el Sol.

No es ninguna casualidad que el natalicio de los principales dioses solares jóvenes de las culturas agrarias precristianas (Osiris, Horus, Apolo, Adonis, Attis, Mitra, Dionisos, Baco) fuese situado durante el solsticio de invierno. Y es menos casual aún que el natalicio de Jesús, el salvador cristiano, se haya decretado un 25 de diciembre, fecha en la que desde los inicios de la humanidad y hasta finales del siglo IV de nuestra era, se conmemoró el nacimiento del Sol Invictus.

La religión cristiana prosperó absorbiendo detalles de los cultos paganos, como la imagen del niño-dios en el culto de Dionisio, lo representaban en pañales, puesto en un pesebre; el nacimiento en un establo, como Horus en el templo-establo de la diosa virgen Isis, reina de los cielos; nuevamente como Dionisio, cuando convierte el agua en vino; como Esculapio, resucita a los muertos y devuelve la vista a los ciegos; como Attis y Adonis, es llorado y celebrado por mujeres; su resurrección, como la de Mitra, se produce a partir de una sepultura excavada en la piedra. En lo fundamental, por tanto, el cristianismo no es más que un paganismo reformado.

Los dioses solares. Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades, por eso las fiestas paganas más importantes rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad. Estas festividades se concentran sobre todo en invierno, pues la actividad humana sufría en estos meses una bajada en su ritmo, ya que la guerra se detenía, nadie se atrevía a navegar y las faenas agrícolas eran entonces menos intensas.

El invierno es en consecuencia un periodo muy propicio para que las relaciones que se entablan con el mundo sobrenatural sean más estrechas, más íntimas. Entre las fiestas de los antiguos griegos y romanos que fueron precedentes de la Navidad cristiana debe destacarse, por su importancia social y trascendencia mítica y simbólica, las dedicadas a Dionisos y Saturno. Si nos remontamos mucho más atrás en la historia de la humanidad, hasta la época en la que los hombres comenzaron a desarrollar el concepto divino, observaremos que todas las culturas de la Antigüedad pasaron a identificar a su dios principal, o a alguno de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 20 a 24 de diciembre.

Caldeos, egipcios, cananeos, persas, sirios, fenicios, griegos, romanos, hindúes y la práctica totalidad de los pueblos con culturas desarrolladas, entre los cabe incluir los imperios, han celebrado durante el solsticio invernal el parto de la Reina de los Cielos y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios solar. En los mitos solares ocupa un lugar central la presencia de un dios joven que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida en la naturaleza. En las culturas de mitología astral, el sol representaba el padre, la autoridad y también el principio generador masculino. Durante la antigüedad, en todo el mundo civilizado, el sol fue el emblema de todos los grandes dioses, y los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol.

En el Egipto Antiguo se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y daba a luz a su hijo Horus a finales de diciembre. El dios Horus, hijo de Osiris e Isis, era el “gran subyugador del mundo”, concebido milagrosamente por Isis cuando el dios Osiris, su esposo, ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón.

Mitra, uno de los principales dioses de la religión irania anterior a Zaratustra, pervivió con fuerza en el Imperio romano hasta el siglo IV d. C., era una divinidad de tipo solar, tal como lo atestigua, entre otros, su cabeza de león que hizo salir del cielo a Ahrimán (el mal). Tenía una función de deidad que cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (Ormuzd) y el mal (Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Sin ser propiamente el Sol, representaba a éste y era invocado como tal.

Como verificamos, muchos siglos antes que Jesús, estos dioses solares ya habían nacido de una virgen un 25 de diciembre, en una cueva o gruta, siendo adorado por pastores y magos, obrando milagros, perseguidos, ejecutados y resucitados al tercer día. Todos ellos habían nacido, según el mito, durante el solsticio de invierno, el nacimiento del sol, fecha en la iglesia llamada Católica sitúa el advenimiento de Jesús, pero nadie en la antigüedad pretendió en serio que los dioses citados fuesen personajes históricos.

El avance cristiano. En el siglo II de nuestra era, los cristianos sólo conmemoraban la Pascua de Resurrección y su misterio, pues consideraban irrelevante el momento del nacimiento de Jesús y, además, desconocían absolutamente cuando pudo haber acontecido.

Durante el siglo siguiente, al comenzar a aflorar el deseo de celebrar el natalicio de Jesús de una forma clara y diferenciada, algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, el 20 de mayo y algunas otras. Pero el papa Fabian (236-250) decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha del nacimiento del nazareno.

A pesar de la disparidad de fechas apuntadas, todos coincidieron en pensar que el solsticio de invierno era la fecha menos probable si se atendía a lo dicho por Lucas en su evangelio: "Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre el rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz..." (Lc 2,8-14). Dejando al margen la vía para calcular tan preciado día, lo cierto es que la fecha del 6 u 8 de enero (la primera que la cristiandad celebró) tenía mucho sentido ya que, en la Alejandría egipcia (cuna de aspectos fundamentales de la doctrina cristiana), se festejaba con toda pompa el festival de Core “la Doncella”, identificada con la diosa Isis y el nacimiento de su nuevo Aion, que era una personificación sincrética de Osiris.

Entrado ya el siglo IV, cuando ya se había concluido lo substancial del proceso de trasvase de mitos desde los dioses solares jóvenes precristianos hacia la figura de Jesús, se decidió fijar una fecha concreta y acorde a su nueva concepción mítica. Dado que a Jesús se le había adjudicado toda la carga legendaria que caracterizaba a su máximo competidor de esos días, el dios Mitra, lo lógico fue hacerle nacer el mismo día en que se celebraba el advenimiento de ese joven dios.

A más abundamiento, cabe recordar que la figura de Jesús no fue oficialmente declarada como consubstancial con Dios hasta el año 325, cuando el emperador Constantino convocó el concilio de Nicea y ordenó a todos los obispos asistentes que acatasen el entonces muy discutido y discutible dogma de que el Padre y el Hijo compartían la misma sustancia divina.

De esta forma, entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la de la noche del 24 al 25 de diciembre, día en que los romanos celebraban el Natalis Solis Invicti, el nacimiento del Sol Invencible, un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer o proscribir hasta entonces y, claro está, la misma fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del solsticio de invierno.

En cualquier caso, San Agustín (354-430) sí debía tener muy claro el verdadero origen de la Navidad católica, sobrepuesta al Natalis Solis Invicti, cuando exhortó a los creyentes a que ese día no lo dedicasen “al Sol, sino al Creador del Sol”. A pesar de haberse fijado ya como inmutable la fecha del 25 de diciembre, las especulaciones en torno al natalicio de Jesús prosiguieron durante muchos siglos después.

El papa Juan I (523-526), decidido a averiguar la verdad, le encargó una investigación al monje Dionysius Exiguus (Dionisio el Pequeño) que, tras un curioso proceso de razonamiento concluyó que el año de la encarnación había sido el 754 de la fundación de Roma, y que la encarnación misma había tenido lugar el 25 de marzo y el nacimiento el 25 de diciembre, eso es después de una gestación matemáticamente exacta de nueve meses.

Más prudente fue el gran sabio y teólogo Bynaeus (1654-1698), después de analizar todo lo escrito al respecto, concluyó que "puesto que la Escritura calla sobre esto, callemos también nosotros". La fecha del 25 de diciembre, fijada a finales del siglo IV, ya es inamovible para el orbe católico, aunque no fuese aceptada por las Iglesias cristianas orientales que siguen celebrando el natalicio de Jesús un 6 de enero.

Christian Gadea Saguier