Charles Darwin, un visionario vigente

CHRISTIAN GADEA SAGUIER
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El hombre que destronaría al ser humano de su lugar de privilegio en la naturaleza, que refutaría varias de las creencias fundamentales de su época y cuyas ideas tendrían una influencia pocas veces igualada en la ciencia, la sociedad y la cultura, Charles Darwin, nacía hace hoy 200 años, el 12 de febrero de 1809 , en Shrewsbury, Gran Bretaña. 

Podemos debatir si los trabajos y teorías –y a la cabeza de éstas, la del origen de las especies mediante selección natural– de Darwin son más o menos importantes que el sistema geométrico que sistematizó Euclides, que la dinámica y teoría gravitacional de Newton, que la química que creó Lavoisier, que la relatividad de Einstein, que la física cuántica o que la teoría biológico-molecular de la herencia; pero lo que es difícil negar es que ninguna de esas contribuciones logró lo que consiguieron las de Darwin, que desencadenaron una serie de procesos que afectaron a algo tan básico como nuestras ideas acerca de la relación que nos liga con otras formas de vida animal que existen o han existido en la Tierra. Por ello, «si quisiéramos conceder un premio a la mejor idea jamás concebida, ese premio, antes que a Newton, Einstein o cualquier otro, correspondería ciertamente a Darwin», expresa Daniel Dennet, en Romper el hechizo.

Mas allá de las celebraciones, en este «año de Darwin» se dibujan dos grandes polémicas que han adquirido notable virulencia. Una es la que enfrenta a evolucionistas y creacionistas, y en la cual la Iglesia Católica ha tomado partido: «Hoy, los nuevos conocimientos conducen a reconocer en la teoría de la evolución algo más que una hipótesis», dijo Juan Pablo II. Y el teólogo anglicano Malcom Brown formuló una disculpa pública por «no haber entendido» a Darwin. 

El enfrentamiento entre evolucionistas y creacionistas no es la única gran polémica generada por las ideas de Darwin. La otra polémica divide a quienes aspiran a mantener las ideas darwinianas en el ámbito biológico y los continuadores del darwinismo social, que tratan de explicar las conductas humanas a la luz del evolucionismo. Esta pelea tiene un bando que quiere mantener la teoría de la selección natural en el estricto campo para la cual fue creada, es decir, la biología, y otro bando que, inspirado en el pensador decimonónico Herbert Spencer, intenta aplicarla a la explicación y justificación de las conductas humanas. Teoría biológica en Darwin, teoría biologista en Spencer. 

A la vista de todo lo dicho, podría pensarse que la única actualidad de Darwin y de su obra es la de honrar su memoria utilizando la excusa de los dos mencionados enfrentamientos. La evolución entendida a la manera de Darwin es un hecho científico, contrastado de manera abrumadora, y su relevancia para situarnos en el mundo es obvia, pero no es universalmente aceptada. En Estados Unidos solamente la acepta el 40% de la población. En Europa su aceptación es mayor, especialmente entre los franceses y los escandinavos (creen en ella aproximadamente el 80%), aunque no deja de tener problemas: en una encuesta realizada en Reino Unido por la BBC en 2006, el 48% la aceptaba, mientras que el 39% optaba por alguna forma de creacionismo, y un 13% «no sabía».

Una crítica clásica contra Darwin es que, pese a haber titulado su libro El origen de las especies (1859), un libro legible, claro, lleno de ejemplos, donde refleja una enorme honestidad que plantea todos los argumentos, no sólo los que le resultan útiles. Sus ideas han invadido la ciencia y la medicina, pero también el arte, la filosofía, la política; pero justo no aclaró cómo se originaban las especies; entonces ¿quién descubrió la evolución? 

Por cierto que no fue Darwin. En la época de El origen de las especies la teoría que postulaba que las formas de vida más complejas se desarrollaban a partir de las más simples era ya vieja. La contribución original de Darwin fue haber comprendido que todas las formas vivientes, incluyendo al hombre, se desarrollan solamente por selección natural y sexual. La selección natural se basa en la acumulación gradual de pequeños cambios, mientras que las especies suelen ser entidades discretas y bien definidas: vemos leones y tigres, no una escala Pantone de leotigres.  

La investigación reciente, sin embargo, ha aclarado muchos puntos del problema de la especiación, o generación de nuevas especies, y ha confirmado que la especiación tiene una relación directa con la selección natural  darwiniana. También han revelado unos principios generales que hubieran resultado sorprendentes para el padre de la biología moderna.

La idea de que la competencia entre seres vivos es el principal motor de la evolución arranca del propio Darwin y suele ser la preferida por los biólogos. Se la conoce como la hipótesis de la reina roja, por el personaje de Lewis Carroll que le dice a Alicia en A través del espejo: «En este país tienes que correr todo lo que puedas para permanecer en el mismo sitio». 
Cursiva
¿Es legítimo ocultar a los niños ese mundo científico, condicionando así sus opiniones futuras, en aras a algo así como «mantener su inocencia», o por las ideologías de sus padres? «…en cuanto a mí, creo que he actuado de forma correcta al marchar constantemente tras la ciencia y dedicarle mi vida, –habla Darwin en su Autobiografía–… Nada hay más importante que la difusión del escepticismo o el racionalismo…». 

«Darwin transformó la idea dominante de estabilidad que abarcaba la Tierra, todas las especies que viven en ella e incluso las clases sociales, en una sucesión de imágenes en movimiento», escribe el paleontólogo Niles Eldredge, autor de Darwin, el descubrimiento del árbol de la vida, recién publicado por Katz Editores.

Recordar y celebrar a Darwin es más que un acto festivo; constituye un homenaje a la ambición y el rigor intelectual, al poder de nuestra mente para comprender el mundo. Y también es un ejemplo de que la investigación científica no tiene por qué ser ajena a atributos humanos como son el amor a la familia, la decencia, la discreción o el ansia de justicia. 

La biografía de Charles Darwin -un hombre que atravezó un largo y complejo camino, que le llevó a consecuencias que no había previsto y que le obligaron a desprenderse, en un doloroso proceso, de las creencias religiosas en que había sido educado- está repleta de todo esto. El evolucionismo darwiniano nos suministra un marco conceptual y explicativo imprescindible para comprender el mundo natural de manera racional, sin recurrir a mitos.

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