Hasta el 3 de julio se realiza en Asunción (Paraguay) la Feria del Libro. Ya desde el año pasado, sus organizadores me invitan para hablar sobre la Masonería. Para esta duodécima edición de 2006, mi charla se basó en influencia de la Masonería en la formación cultural de las sociedades, pues, como en todo el mundo, también en el Paraguay la organización de la escuadra y el compás constituyó un hito histórico en la influencia de una organización en la construcción de un país.
La cultura es una de las dos o tres palabras más complicadas de la lengua, aunque el término que a veces se toma por su opuesto "naturaleza", parece llevarse la Palma. Pese a que hoy día se ha puesto de moda ver la naturaleza como un derivado de la cultura, la cultura, etimológicamente hablando, es un concepto derivado de la naturaleza. Uno de sus significados originales es "producción", o sea, un control del desarrollo natural. Pasa algo parecido con las palabras que usamos para referirnos a la ley y a la justicia, o con términos como "capital", "reserva", "pecuniario".
Así pues las palabras que usamos para referirnos a las actividades humanas más refinadas la hemos extraído del trabajo y de la agricultura, de las cosechas y del cultivo. Francis Bacon habló de "cultivo y abono de los espíritus", jugando con la ambigüedad entre el estiércol y la distinción intelectual. A esas alturas, "cultura" significaba una actividad, y eso fue lo que significó durante mucho tiempo, antes de que pasara a designar una entidad. Incluso así, hubo que esperar a Matthew Arnold para que la palabra se desprendiera de adjetivos como "moral" e "intelectualidad" y se convirtiera, sin más, en "cultura", o sea, en una abstracción.
Etimológicamente hablando, "cultura" designó un proceso profundamente material que luego se vio metafóricamente trasmutado en un asunto del espíritu. La palabra, pues, registra, dentro de su desarrollo semántico el tránsito histórico de la humanidad, del mundo rural al urbano, de la cría de cerdos a Picasso, de la labranza del campo a la escisión del átomo. Pero la inversión semántica también resulta paradójica: las personas "cultivadas" acaban siendo los habitantes del medio urbano, mientras que los que cultivan la tierra tienen menos posibilidades de cultivarse a sí mismos; la agricultura no deja tiempo libre para la cultura.
Los seres humanos no son meros productos de sus entornos, pero esos entornos tampoco son pura arcilla que pueden usar para darse la forma que quieran. La cultura transfigura la naturaleza, pero es un proyecto al que la naturaleza impone límites estrictos. La cultura, pues, es un asunto de autosuperación, pero también de autorrealización. La naturaleza humana no es en absoluto lo mismo que un campo de remolacha, pero necesita ser cultivada como un campo.
Ya en más de una oportunidad mencionamos en este espacio que la Masonería es una institución milenaria y que tiene por objeto construir un espacio de reflexión y hermandad para que los hombres descubran en sí mismos y proyecten a la sociedad sus mejores cualidades, privilegiando el ejercicio del intelecto y el cultivo de una moral digna para sí y para los que lo rodean, sin que los prejuicios o ataduras (en algunos casos dogmáticas) puedan limitar el ámbito de su racionalidad.
Para comprender la influencia cultural que tiene la Masonería, no se puede soslayar la participación que sus hombres tuvieron en el proceso histórico acaecido durante la independencia, formación y organización política de los estados de nuestro continente. Afortunadamente en estos días vemos cada vez con más fuerza la aparición de historiadores que echan luz sobre la verdadera acción que le cupo a la Masonería en dicho proceso.
Desde los mismos inicios de la República paraguaya, cuando Carlos Antonio López contrató a ingenieros y arquitectos europeos para construir el País, los masones tuvieron participación. Estos iniciados inmigrantes, unos 100 en total, se reunían en diversos lugares de Asunción, uno de los más conocidos fue la logia que trabajaba en la estación del ferrocarril en el centro de Asunción; en la misma medida también levantaron grandes edificios públicos como el Oratorio de la Virgen de Asunción parecida a los Inválidos de París, hoy Panteón de los Héroes, la residencia de los jóvenes López, el Teatro de la Opera inspirada en el Scala de Milán, el Club Nacional, , y diseñaron un vasto plan de empresas públicas de utilidad nacional como la ampliación de la Fundición de Ybycuí, construyéndose instrumentos de labranzas y maquinarias industriales.
Luego de la triste epopeya (la guerra de 1870), fueron nuevamente los masones quienes forjaron la cultura del país. No deseo caer en la frecuente tentación de mencionar la inacabable nómina de prohombres que la nutrieron, pero se debe tener presente que sus nombres se veneran entre los Padres de la Patria y que son muchos los que hicieron la historia de nuestro país, especialmente en los momentos en que nuestra nación se debatía entre la vida y la muerte.
Y así podemos seguir citando todas las obras y el desarrollo del Paraguay hasta que el último masón ocupara la Presidencia del País, José F. Estigarribia; luego volvieron los tiempos de anarquía y la caída durante 35 años de una aplastante dictadura que destrozó culturalmente al Paraguay.
A 17 años de la vuelta a la democracia, semanalmente, miles de masones paraguayos, se reúnen en numerosas logias a lo largo y ancho del país para buscar, afanosamente, soluciones y alternativas para sus comunidades, siendo concientes de la responsabilidad que les cabe en la formación cultural de esta nación que le debe su existencia.
Christian Gadea Saguier
© Blog Los Arquitectos
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