Domingo Faustino Sarmiento, masón, estadista y educador

La pertenencia de Domingo Faustino Sarmiento a la Masonería es un dato reconocido y difundido por él mismo. Le recordamos esta semana porque el 11 de setiembre de 1888 fallecía en Paraguay, tal vez, una de las mentes más brillantes de la época.

Sarmiento pensaba que el gran problema de
la Argentina era el atraso que él sintetizaba con la frase "civilización y barbarie". Como muchos pensadores de su época, entendía que la civilización se identificaba con la ciudad, con lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, o sea, lo que para ellos era el progreso. La barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho.

Este dilema, según él, solo podía resolverse por el triunfo de la "civilización" sobre la "barbarie". Decía "Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia".


En una carta le aconsejaba a Mitre: "no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes."


Lamentablemente el progreso no llegó para todos y muchos "salvajes y bárbaros" pagaron con su vida o su libertad el "delito" de haber nacido indios o de ser gauchos y no tener un empleo fijo.


Iniciado en Chile en 1854 en
la Logia Unión Fraternal de Valparaíso, fue uno de los fundadores y primer Orador de la Logia Unión del Plata Nº 1 de Buenos Aires en 1856.

Cuatro años después, en julio de 1860 tuvo lugar, en el segundo piso del antiguo Teatro Colón de Argentina, una magna Tenida Nacional. En ese encuentro se le otorgó el Grado 33, máximo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (REAA) junto a sus allegados Mitre, Derqui y Urquiza.


La intensión principal de este encuentro era llegar a un acuerdo entre Buenos Aires y
la Confederación que hasta el momento venían disputándose el poder en la Argentina. La Tenida fue organizada por los miembros del Gran Oriente Argentino, presidido en ese entonces por José Roque Pérez.

En 1862 su hermano Bartolomé Mitre, fundador del diario
La Nación, asumió la presidencia de la Argentina y se propuso unificar al país. En estas circunstancias Sarmiento asumió la gobernación de San Juan, ciudad donde había nacido. A poco de asumir dictó una Ley Orgánica de Educación Pública que imponía la enseñanza primaria obligatoria y creaba escuelas para los diferentes niveles de educación, entre ellas, una con capacidad para mil alumnos, el Colegio Preparatorio, más tarde llamado Colegio Nacional de San Juan, y la Escuela de Señoritas, destinada a la formación de maestras.

En sólo dos años Sarmiento cambió la fisonomía de su provincia. Abrió caminos, ensanchó calles, construyó nuevos edificios públicos, hospitales, fomentó la agricultura y apoyó la fundación de empresas mineras. Y como para no aburrirse, volvió a editar el diario "El Zonda".


En 1863 se produjo en la zona el levantamiento del Chacho Peñaloza y Sarmiento decretó el Estado de Sitio y como coronel que era, asumió personalmente la guerra contra el caudillo riojano hasta derrotarlo. El ministro del interior de Mitre, Guillermo Rawson criticó la actitud de Sarmiento de decretar el estado de sitio por considerar que era una decisión exclusiva del Poder Ejecutivo nacional. Sarmiento, según su estilo, renunció. Corría el año 1864.


En ese año, a pedido del Presidente Mitre, viajó a los Estados Unidos como ministro plenipotenciario de
la Argentina. También fue como representante de la Gran Logia y el Supremo Consejo Grado 33 de la Argentina.

Sarmiento llegó a Nueva York en mayo de 1865. Acababa de asumir la presidencia Andrew Johnson en reemplazo de Abraham Lincoln, asesinado por un fanático racista. Contactó con el presidente de
la Unión quien le regaló un distintivo masónico.

Sarmiento quedó muy impresionado con la vida de Lincoln y escribió "Vida de Lincoln". Frecuentó los círculos académicos norteamericanos y fue distinguido con los doctorados "Honoris Causa" de las Universidades de Michigan y Brown.


Mientras Sarmiento seguía en los Estados Unidos, se aproximaban las elecciones y un grupo de políticos le postuló para la candidatura presidencial. Los comicios se realizaron en abril de 1868 y el 16 de Agosto, mientras estaba de viaje hacia Buenos Aires, el Congreso lo consagró Presidente de los argentinos. Asumió el 12 de octubre de ese año.


Poco antes de asumir
la Presidencia de la República aprovechó la ocasión brindada en un banquete, organizado por los masones de Buenos Aires con motivo de haber sido electo Presidente de la República, para pronunciar su conocido discurso de 1868 en el que luego de ponderar las virtudes de la Orden, termina anunciando su separación provisoria de las prácticas de la institución mientras desempeñe el alto cargo republicano.

No debe interpretarse que en tal ocasión renuncia a su condición de masón, sólo decide "dormirse" hasta cumplir su período al frente del Ejecutivo por lo que cree una cuestión de incompatibilidad: "Un hombre público no lleva al gobierno sus propias y privadas convicciones para hacerlas ley y regla del Estado".


Termina su disertación afirmando que apenas baje de dicho puesto volverá a tomar su lugar de trabajo en la masonería. Cumplido su mandato presidencial Sarmiento volvió a la institución y en 1882 fue electo Gran Maestro de
la Masonería Argentina por el periodo 1882-1885, teniendo como pro-Gran Maestro a Leandro A. Alem.

Cuando Sarmiento asumió la Presidencia todavía se combatía en el Paraguay (la guerra de 1865-70). La guerra iba a llevarse la vida de su querido hijo Dominguito. Sarmiento ya no volvería a ser el mismo, un profundo dolor lo acompañaría hasta su muerte.

Durante su presidencia siguió impulsando la educación, fundando en todo el país unas 800 escuelas y los institutos militares (Liceo Naval y Colegio Militar).


Sarmiento había aprendido en los EEUU la importancia de las comunicaciones en un país extenso como el argentino. Durante su gobierno se tendieron
5.000 kilómetros de cables telegráficos y en 1874, poco antes de dejar la presidencia pudo inaugurar la primera línea telegráfica con Europa.

Modernizó el correo y se preocupó particularmente por la extensión de las líneas férreas. Pensaba que, como en los EEUU, el tren debía ser el principal impulsor del mercado interno, uniendo a las distintas regiones entre sí y fomentando el comercio nacional.


Pero estos no eran los planes de las compañías británicas inglesas, cuyo único interés era traer los productos del interior al puerto de Buenos Aires para poder exportarlos a Londres. En lugar de un modelo ferroviario en forma de telaraña, o sea interconectado, se construyó uno en forma de abanico, sin conexiones entre las regiones y dirigido al puerto.


Este es un claro ejemplo de las limitaciones que tenían los gobernantes argentinos frente a las imposiciones del capital inglés. La red ferroviaria paso de
573 kilómetros a 1.331 al final de su presidencia.

En 1869 se concretó el primer censo nacional. Los argentinos eran por entonces 1.836.490, de los cuales el 31% habitaba en la provincia de Buenos Aires y el 71% era analfabeto. Según el censo, el 5% eran indígenas y el 8% europeos. El 75% de las familias vivía en la pobreza, en ranchos de barro y paja. Los profesionales sólo representaban el 1% de la población. La población era escasa, estaba mal educada y como la riqueza estaba mal distribuida.


Sarmiento fomentó la llegada al país de inmigrantes ingleses y de
la Europa del Norte y desalentó la de los de la Europa del Sur. Pensaba que la llegada de sajones fomentaría en el país el desarrollo industrial y la cultura. En realidad los sajones preferían emigrar hacia los EEUU donde había puestos de trabajo en las industrias. La Argentina de entonces era un país rural que sólo podía convocar, lógicamente a campesinos sin tierras. Y, para tristeza de Sarmiento, la mayoría de los inmigrantes, serán campesinos italianos, españoles, rusos y franceses.

Entre las múltiples obras de Sarmiento hay que mencionar la organización de la contaduría nacional y el Boletín Oficial que permitieron a la población en general, conocer las cuentas oficiales y los actos de gobierno. Creó el primer servicio de tranvías a caballo, diseñó los Jardines Zoológico y Botánico. Al terminar su presidencia 100.000 niños cursaban la escuela primaria.


Al finalizar su mandato en 1874 apoyó la candidatura del tucumano Nicolás Avellaneda. Se retiró de la presidencia pero no de la política. En 1875 asumió el cargo de Director General de Escuelas de
la Provincia de Buenos Aires y continuó ejerciendo el periodismo desde "La Tribuna". Poco después fue electo senador por San Juan.

En 1879 asumió como ministro del Interior de Avellaneda, pero por diferencias políticas con el gobernador de Buenos Aires, Carlos Tejedor, renunció al mes de haber asumido.


Durante la presidencia de Roca ejerció el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación. En la época en que Sarmiento fomentaba la educación popular, el índice de analfabetos era altísimo. En el campo había muy pocas escuelas porque la mayoría de los estancieros no tenían ningún interés en que los peones y sus hijos dejaran de ser ignorantes. Cuanta menos educación tuvieran más fácil sería explotarlos.


Pero Sarmiento trataba de hacerles entender que una educación dirigida según las ideas y los valores de los sectores dominantes, lejos de poner en peligro sus intereses, los reproducía y confirmaba. "Para tener paz en
la República Argentina, para que los montoneros no se levanten, para que no haya vagos, es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales, para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela".

De todas formas, le costó muchísimo convencer a los poderosos de que les convenía la educación popular y recién en 1882, logró la sanción de su viejo proyecto de Ley de educación gratuita, laica y obligatoria, que llevará el número 1420.


El cargo de Gran Maestro de
la Masonería Argentina lo asume el 5 de mayo de 1882, luego de ejercer en 1881 la superintendencia de Consejo Escolar, trabándose en ruidosas polémicas con el resto de sus miembros que respondían a la línea conservadora católica del entonces ministro de Instrucción Pública, Culto y Justicia, Manuel D. Pizarro.

Siendo arbitrariamente destituido de dicho cargo por el Presidente Roca, se encuentra al frente de la redacción de “El Nacional”, desde donde da una doble y dura pelea contra el roquismo, por un lado, denunciando su maniobra de concentración de todo el poder en sus manos y por otro, en pro de la implantación de educación común laica, en réplica constante contra el sector ultramontano militante que tiene su órgano de prensa combativa en “
La Unión”.

Su período de Gran Maestre debería haber durado hasta 1885, sin embargo, en setiembre de 1883 renuncia al mismo, siendo reemplazado por el Pro Gran Maestre -a la vez que amigo, discípulo político y compañero de causa en la lucha contra el régimen y a favor de la enseñanza laica-, Dr. Leandro N. Alem.


Su renuncia al cargo se inicia con la contestación pública que Sarmiento da al Presidente del Club Liberal, quien a través de la prensa lo había convocado como Gran Maestre de
la Masonería a participar en la Manifestación que se estaba preparando para el 16 de setiembre de 1883 en pro de la enseñanza laica, pidiéndole a su vez que oficiase de intermediario para que concurriesen a ella las logias de su obediencia.

Lo cierto es que el sanjuanino al asumir el cargo en el seno de los "hermanos", al pronunciar un discurso masónico que es una pieza oratoria brillante, había ordenado y mandado reiteradamente que guardaran el más estricto silencio sobre la investidura que acababa de asumir.


Era obvio, que siendo su meta central colaborar a la sanción de la ley de educación común laica, la trascendencia de su cargo de director de
la Masonería, institución a la que los clericales pretendían presentar como la mano tenebrosa que alentaba ocultamente una supuesta campaña contra el catolicismo, le hubiera brindado a tales adversarios un poderoso argumento para descalificar la luminosa e incontrastable prédica de Sarmiento agitando los prejuicios de la época contra la Orden.

Por eso no duda en responderle al Club Liberal a través de las columnas de “El Nacional” que agradecía la invitación pero se disculpaba por no poder aceptarla, rechazando tanto el tratamiento que se le da en ella -el de Gran Maestre- como el pedido de invitación a las Logias, no sólo por hallarse desligado de ellas sino además porque sus mismos estatutos les impedían actuar corporativamente en tales asuntos.


Y con clarividencia meridiana pone al descubierto el accionar roquista tendiente a generar conflictos artificiales: "Pesaría una inmensa responsabilidad sobre el que se encargue de poner en cuestiones políticas y religiosas masones contra iglesias, extranjeros en este carácter contra argentinos o nacionales".


Esta contestación despierta fuertes censuras de los masones contra él y el Supremo Consejo Grado 33 y Gran Oriente de
la Argentina. Reunido en asamblea debe tratar el caso en sucesivas y agitadas jornadas, donde las opiniones no son uniformes. El pleito en el seno de la masonería se trasunta en algunos casos deformadamente en los diarios de la época, particularmente en “La Prensa”, revelando la obvia infidencia de algún infiltrado en aquellas reuniones secretas, tal como se hace notar en el mismo Libro de Actas de las mismas.

En verdad, la mayoría de los hermanos masones desconoce el trasfondo político que sustenta la actitud de Sarmiento, quien había penetrado con su aguda mente el meollo de la estrategia roquista y quería salvar a la masonería de caer en sus redes. Por eso brega denodadamente por que no se confundiera la sincera adhesión a una legislación liberal con el apoyo a un sistema de gobierno que desquiciaba las instituciones democráticas conquistadas en Caseros, en el que una clase dirigente sin principios utilizaba arbitrariamente el poder recurriendo al fraude y la intimidación, malversaba los fondos públicos y derrochaba la tierra, sembrando entre los ciudadanos "una desmoralización sin esperanza que destroza la vida nacional", según denunciaba Sarmiento, quien no dudaba en traducir el lema del Presidente: "paz y administración" en su verdadero significado "rémington y empréstitos".


Ante las severas críticas que recibió por algunos miembros de
la Orden, que violaban la obediencia que se le debía por su alta investidura, el 5 de octubre de 1883 Sarmiento renuncia a la Gran Maestría, consciente de que nadie podía cuestionar su actitud ejemplar de masón.

Una de sus últimas actuaciones públicas data de 1885. El presidente Roca prohibió a los militares emitir opiniones políticas. Sarmiento, que no podía estar sin expresar su pensamiento, decidió pedir la baja del ejército, y opinar libremente a través de las páginas de su diario "El Censor".


En el invierno de 1888 se trasladó al clima cálido del Paraguay junto a Aurelia Vélez, la hija de Dalmacio Vélez Sarsfiled, autor del Código Civil. Aurelia fue la compañera de Sarmiento durante los últimos años de su vida. Murió el 11 de septiembre de ese año, en Paraguay, como su hijo Dominguito.


Pocos años antes había dejado escrito una especie de testamento político: "Nacido en la pobreza, criado en la lucha por la existencia, más que mía de mi patria, endurecido a todas las fatigas, acometiendo todo lo que creí bueno, y coronada la perseverancia con el éxito, he recorrido todo lo que hay de civilizado en la tierra y toda la escala de los honores humanos, en la modesta proporción de mi país y de mi tiempo; he sido favorecido con la estimación de muchos de los grandes hombres de
la Tierra; he escrito algo bueno entre mucho indiferente; y sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, de que yo gocé sólo a hurtadillas".

¡Chapeau querido hermano!


Christian Gadea Saguier

© Blog Los Arquitectos

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