El hogar de la ideología, dios y el alma, nuestro cerebro

La corriente conservadora y tradicional de la Masonería liderada por la Gran Logia Unida de Inglaterra impone a sus miembros la creencia en un ser supremo y en la inmortalidad del alma, temas que por tradición no están sujetos a debate. Sin embargo, desde el Gran Oriente de Francia y la Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain rechazamos toda afirmación dogmática y trabajamos por lograr el mejoramiento material y moral, y el perfeccionamiento intelectual y social de la humanidad. Nuestra corriente es esencialmente filosófica y progresiva, tiene por objeto la búsqueda de la verdad, el estudio de la moral y la práctica de la solidaridad.

Haciendo honor a esta “búsqueda de la verdad” vengo investigando sobre el fenómeno de las neurociencias y sus investigaciones al cerebro humano. El tema es bien controversial pues vivimos una época en que lo esotérico y la creencia en fenómenos paranormales se encuentran en franco apogeo y coexisten con las más altas cotas de desarrollo científico y tecnológico de la historia de la humanidad.

De la misma manera, el progreso en las ciencias del cerebro en las últimas décadas ha sido enorme, siendo el paradigma incuestionable (por la abrumadora evidencia que lo apoya) el hecho de que la mente no es un ente inmaterial separado del cerebro, sino que es el mismo cerebro “en acción” (mente sería sinónimo de función cerebral). Pues bien, la religiosidad en sus diferentes versiones mantiene un espléndido estado de salud, si bien las religiones oficiales mayoritarias pierden terreno ante nuevos cultos “alternativos”. Algunos piensan que esto es debido a que ciencia y religión abordan aspectos diferentes de la realidad, o lo que es lo mismo, que la ciencia no puede dar respuestas a las preguntas esenciales de la vida.

Los autores de un trabajo publicado recientemente en la revista Nature Neuroscience aseguraban haber hallado diferencias en el funcionamiento de un cerebro liberal frente a otro conservador. En pocas palabras: el primero reacciona mejor ante los cambios, mientras que el segundo es más rígido.

Los investigadores hicieron electroencefalogramas a 43 hombres y mujeres diestros mientras reaccionaban ante un estímulo que solía repetirse, pero a veces cambiaba. Cuando ocurría esto último, en la gran mayoría de los sujetos que previamente se habían declarado liberales se detectaba una actividad más intensa en un área de la corteza cerebral relacionada con los conflictos, lo que sugiere "una mayor sensibilidad neurocognitiva" a los cambios, escriben David Amodio y su grupo en su artículo. Se ve, por tanto, la firma de la ideología en el cerebro.

"Esta investigación demuestra que se empieza a dilucidar cómo un producto abstracto, aparentemente inefable de la mente, como la ideología, tiene su reflejo en el cerebro humano", dice Amodio. ¿Alguien se escandaliza por esta afirmación? ¿Alguien piensa que es absurdo que pueda verse algo así en un escáner cerebral? No los neurocientíficos, desde luego. Para ellos está clarísimo, y es perfectamente esperable, que cerebros que piensan distinto, que reaccionan distinto ante un mismo estímulo, funcionen de forma diferente; medir esa diferencia es sólo cosa de tener el instrumento adecuado.

"Todo, y todo es todo, está en el cerebro", dice Alberto Ferrús, director del Instituto Cajal de Neurociencias del CSIC, en Madrid, según una nota publicada en El País. "La sensación de estar enamorado o enfadado, la religión... todo se traduce en moléculas, en algo físico que hay en el cerebro".

En los años noventa, cuando aparecieron las primeras técnicas para estudiar el cerebro humano en vivo y en directo -en acción-, se supo que la corteza cerebral de muchos ciegos muestra diferencias apreciables respecto a la corteza de personas que ven; que el cerebro de los taxistas tiene más sitio para información espacial; o cómo actúa el cerebro de los ajedrecistas al jugar. ¿Qué hay de raro en dar un paso más y buscar la marca de la mentira o la espiritualidad? Nada de nada, dice Ferrús en la nota.

Pero volvamos al trabajo sobre los cerebros políticos. En él se hacen las siguientes analogías: pensamiento menos rígido equivale a ideología liberal; pensamiento menos rígido equivale a más actividad en áreas cerebrales implicadas en afrontar conflictos; y, por tanto, más actividad en áreas cerebrales implicadas en afrontar conflictos equivale a ideología liberal.

Puestos a analizar, dicen los expertos, el eslabón frágil del razonamiento no es que un estilo de pensamiento tenga su sustrato biológico, sino lo no absoluto del término liberal. En el trabajo de Nature Neuroscience la mayoría de los autodefinidos liberales votaron por John Kerry, y los conservadores por Bush. Y en un país musulmán, ¿quiénes tienen el cerebro flexible y quiénes rígido?.

Ahora bien, no hay que equivocarse: que haya un sustrato biológico no implica ni que ese hardware nos ha sido transmitido genéticamente, ni que es inmutable. "Nosotros no examinamos si la orientación política se hereda, si nos viene dada de nacimiento", explica Amodio. "El cerebro es maleable, así que incluso si nacemos con un sistema neural más sensible a información conflictiva, es posible que este sistema neural cambie con el tiempo". Y ¿es fácil de cambiar el hardware que nos viene de fábrica? En otras palabras, ¿Qué pesa más, lo heredado o el ambiente?

"Puede que esa no sea la manera correcta de formular la pregunta", responde Amodio. "Los genes proporcionan unos mecanismos de base para la supervivencia. Pero lo bonito es que la expresión génica es muy sensible al ambiente".

Otra posible pregunta sobre este trabajo es si los cambios sociales globales -el cambio de postura respecto a la homosexualidad, el divorcio o el trabajo femenino-, implican un cambio colectivo en el funcionamiento del cerebro. ¿Tenemos todos un cerebro más liberal? "Tal vez", responde Amodio, para quien sin embargo la sociedad tiende ahora hacia un mayor conservadurismo -una prueba más de lo confuso de estos términos-. Pero "no está claro si estos cambios a gran escala tienen algo que ver con cambios heredables. Podrían estar más relacionados con la globalización y los cambios culturales".

En cualquier caso, lo cierto es que a la luz de los tentáculos que está desarrollando la neurociencia la intimidad empieza a emerger -también- como un concepto de lo más borroso. Con lo que ello implica, como señala Carlos Belmonte, director del Instituto de Neurociencias de Alicante: "Los problemas éticos que plantea la capacidad de analizar la actividad del cerebro vinculada a conductas, o la capacidad de modular desde fuera esa actividad cerebral, de encender o apagar genes, la neuro-estimulación, son importantes". Se podría llegar a descubrir cómo es el cerebro de un maltratador, por ejemplo, y entonces "¿Estaría bien tratarle para que no llegue a serlo? ¿Hasta dónde podemos llegar? Se van a plantear debates muy serios, y vamos a una velocidad espeluznante", dice.

Las células del alma
La base del “alma” humana, o al menos nuestra conciencia del yo, no es más que el producto de una simple reacción bioquímica en el cerebro, según el doctor Francis Crick, uno de los descubridores de la doble hélice del ADN.

Este famoso investigador ha publicado un estudio en el que presenta una explicación científica de lo que tradicionalmente se conoce como “alma”, y atribuye la conciencia humana a un conjunto de neuronas del cerebro. Francis Crick asegura que él y su equipo de investigación han descubierto el grupo de células que generan la conciencia y el “sentido del yo”.

Su descubrimiento, que el plano de la vida y de la evolución se encuentra en una simple molécula, aún es considerado una amenaza contra la religión por ciertos grupos, como el de los creacionistas. De confirmarse, la nueva teoría de Crick representaría otro gran triunfo de la ciencia sobre la religión. La aparente incapacidad de la ciencia de explicar de dónde proviene el sentido del yo de los humanos ha sido interpretada por algunos líderes religiosos como una prueba de la existencia del alma eterna.

El estudio describe cómo distintas partes del cerebro se interrelacionan para producir la conciencia. "Por primera vez disponemos de un esquema coherente sobre las correlaciones neuronales de la conciencia en términos filosóficos, psicológicos y neuronales", añade el informe.

"La conciencia en sí podría ser la expresión de sólo un reducido número de neuronas, en particular de las que se proyectan desde la parte posterior del córtex hasta el córtex frontal”.

Christof Koch, profesor de neurociencia en el California Institute of Technology y coautor del último informe de Crick, declaró lo siguiente: “Está claro que la conciencia surge de procesos bioquímicos dentro del cerebro”. Colin Blakemore, profesor de neurociencia de la Universidad de Oxford, apoya la teoría de Crick de que la conciencia surge de reacciones bioquímicas. “La ciencia y la religión están en conflicto porque ambas intentan explicar el mundo físico, pero la mayor parte de las religiones sugieren que la vida es parte de un grandioso proyecto del que no hay pruebas. La religión es una hipótesis que no puede ponerse a prueba», opina este investigador”.

¿La ciencia contra la religión?
En los debates sobre la existencia de dios que uno puede mantener con un creyente o incluso con un agnóstico siempre termina surgiendo esa frase hecha de que “la ciencia no puede demostrar la no existencia de dios”.

En los últimos años varios científicos o filósofos de la ciencia del mundo anglosajón se han levantado en armas contra esa afirmación y han aparecido varios libros mostrando pruebas acerca de la improbabilidad de la existencia de dios.

El último exponente de este movimiento es sin duda Richard Dawkins y su The God Delusión que acaba de ser traducido y editado al castellano con el “políticamente correcto” título de El Espejismo de Dios, segú indica una nota del blog Las pirámides del cerebro. Posiblemente este es el motivo de que la revista Muy Interesante haya dedicado la portada de su número de abril 2007 a este tema con el titular “Ciencia contra religión, ¿Son incompatibles?”

El artículo más extenso dedicado a este tema es el titulado “Dawkins contra Collins, dos formas de entender la relación entre la fe y la ciencia.” Francis Collins, responsable del proyecto Genoma Humano, es un ferviente creyente cristiano que publicó el libro The Language of God en el que intenta contrarrestar la ofensiva de los científicos ateos. El artículo está basado en un debate publicado en la revista Time entre Dawkins y Collins el año pasado en noviembre y que también mereció la portada de la revista con el menos afortunado titular “God vs Science”. El debate ha sido comentado en Numenware (TIME magazine on Science vs. God ) y en eSkeptic (traducido en Delenda est Carthago) pero merece la pena leerlo porque Collins revela sus argumentos fundamentales dejando clara la debilidad de su posición.

¿Sobrevivimos a la muerte?
Esta pregunta se hizo también Bertrand Russell y lo respondió en un artículo publicado por primera vez en 1936, en un libro titulado Los misterios de la vida y de la muerte; sin embargo en la actualidad forma parte de su libro Porque no soy cristiano (edhasa, 2007) donde afirma que “antes de que podamos discutir provechosamente si continuamos existiendo después de la muerte, conviene aclarar en qué sentido un hombre es la misma persona que fue ayer. Los filósofos solían pensar que había substancias definidas, el alma y el cuerpo, cada una de las cuales duraba un día para otro; que el alma, una vez creada, continuaba existiendo por siempre, mientras que el cuerpo cesaba temporalmente desde la muerte hasta su propia resurrección”.

Russell aseguraba que nuestros recuerdos y hábitos están unidos a la estructura del cerebro del mismo modo que un ría está unido a la estructura de su cause. El agua del río cambia siempre, pero sigue el mismo curso porque las lluvias anteriores han abierto un canal. Igualmente los acontecimientos anteriores han abierto un canal en el cerebro y nuestros pensamientos corren a lo largo de dicho canal. Esta es la causa de los recuerdos y de los hábitos mentales. Pero el cerebro, como estructura, se disuelve con la muerte, y por lo tanto es de esperar que la memoria se disuelva también. No hay más razón para pensar lo contrario que el esperar que un río siga su mismo curso después de que un terremoto haya levantado una montaña donde solía haber un valle.

A la vista de estos hechos tan familiares, parece poco probable que la mente sobreviva a la destrucción total de la estructura cerebral que supone la muerte. No son los argumentos racionales sino las emociones las que hacen creer en la vida futura, asegura Bertrand.

La más importante de esas emociones es el miedo a la muerte, útil instintiva y biológicamente. La naturaleza es indiferente a nuestros valores y sólo puede ser entendida olvidando algunos conceptos del bien y mal. El universo puede tener una finalidad, pero nada de lo que nosotros sabemos sugiere que, de ser así, ese propósito tenga alguna semejanza con los nuestros. Nuestros sentimientos y creencias sobre el bien y el mal son, como todo lo demás que hay en torno a nosotros, hechos naturales desarrollados en la lucha por la existencia y que no tienen ningún origen divino ni sobrenatural.

En conclusión, la mayoría de la gente cree en dios porque le han enseñado a creer desde su infancia, y ésa es la razón principal. La razón más poderosa e inmediata después de ésta es el deseo de seguridad, la sensación de que hay un gran hermano que cuidará de uno.

Christian Gadea Saguier

1 comentario:

  1. Saludos. Es interesante tu blog. Llegué aquí viendo el enlace que pusiste a un post mío.

    Te comento que mi padre es masón y yo no lo soy. Hace años mi padre me dijo que para poder ser masón era requisito creer en algo y yo soy agnóstico, así que ni siquiera intenté acercarme. Tu post me revela que exsisten corrientes dentro de la masonería que sí aceptan ateos (y mi anterior ignorancia).

    Muy interesante tu comentario acerca del alma. Hace poco en mi blog surgió un comentario sobre el caso de Crick y como su investigación ha sido utilizada fuera de contexto para expresar que el alma sí existe.

    Un Abrazo.

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