El desafío a decidir la propia vida

"El hombre es un fin en sí mismo y no un medio para los fines de otros". Este juicio forma parte de la novela de Ayn Rand: La rebelión de Atlas, la cautivadora historia de un hombre que prometió detener el motor del mundo… y lo hizo. Traigo esta reflexión para plantear el sentido de la propia vida, la de cada uno, ¿es de uno en el sentido de propiedad, o delegada, debida a otro?

Del criterio que se postule la respuesta seguro que dependerá la visión de la vida en torno a los temas más polémicos de la sociedad actual: aborto, homosexualidad, eutanasia y adopción; cuestiones que estuvimos conversando en el salón de Pasos Perdidos y donde quedé más que sorprendido, anonadado por el conservadurismo moral en algunos miembros de la logia, por fortuna los menos. 

Resulta que en Paraguay cada día los religiosos, que tienen más espacio en los medios de comunicación, buscan imponer su obtusa y totalizadora visión del mundo sobre los temas del párrafo anterior. Inclusive no se les mueve el hábito al denostar ciertas actitudes liberales y progresistas algunos políticos. Claro que este fenómeno no es exclusivo de mi país, pero, a diferencia de otras latitudes, la visión del mundo laicista está insuficientemente representada en la mayoría de los sectores, e incluso política y socialmente reprimida.

Como ciudadano me encuentro fastidiado de que las instituciones eclesiásticas pretendan decidir, en lugar del ciudadano, cómo debe ser su vida. Por qué, ¿quién puede disponer sobre la vida salvo quien la vive? Entre dos seres humanos, tú y yo, ¿qué aberración justifica que yo pueda decidir sobre tu vida? Y lo de menos es que ese yo que pretende decidir de forma totalitaria tu vida sea un individuo, sea el Estado o sea la Iglesia. Todas estas cuestiones se plantea Paolo Flores D`Arcais, filósofo, periodista y editor italiano, en una tribuna que publicó el sábado El Pais de España.

Desde la parroquia sostienen que el que dispone sobre mi vida, como de la vida de cualquiera, no es quien la vive sino Dios. "Dios no quiere; el dispone; el determina lo que es bueno", dicen. Pero la única afirmación que escuchamos, o que me diga alguien lo contrario, es que Dios no habla, sino que son siempre seres humanos los que hablan en su nombre; cosa que, aparte de todo, es una forma de delirio de omnipotencia.

En segundo lugar, la idea de Dios existe para unos pero no para otros, y todos somos ciudadanos, por lo que Dios, en una democracia, no puede convertirse en argumento, ya que ello discriminaría manifiestamente a los no creyentes, como es mi caso.

En tercer lugar, cada uno tiene la libertad de conciencia que permite el derecho a elegir su creencia, su propia idea de Dios, que impone distintos derechos y obligaciones: el dios judío otorga el derecho al divorcio, el dios cristiano ordena el matrimonio indisoluble, el dios islámico da derecho a tener cuatro esposas... Y, sobre asuntos como el aborto y la eutanasia, cada una de las iglesias tiene un punto de vista diferente.

Interpretadas de esta manera, la vida delegada, determinada por una verdad de fe no puede ser una verdad de razón para todos los ciudadanos, porque, de ser así, cada ateo y agnóstico sería un minus habens (el que menos tiene) desde el punto de vista psíquico. Esta premisa devela a los legisladores que a la hora de votar los temas planteados se ocultan en la sotana de sus creencias religiosas y sostienes, orgullosos: "Mi religión no permite el aborto".

Esta visión totalizadora debe ser contendida por el Estado como garantizador de las libertades de sus ciudadanos y solicitar a la Iglesia que renuncie a forzar a quien no es creyente a aceptar decisiones sobre su vida, o su muerte que van a contramarcha de sus convicciones. 

Lo irónico es que se hable de "un Dios que es amor" para obligar a los condenados a muerte por una enfermedad terminal a sufrir horas, días, semanas e incluso meses una tortura a la que su libertad desearía poner fin. Es un amor verdaderamente extraño éste que se atribuye a Dios.

Por otra parte,  el sentido de la vida como propiedad promovida desde el laicismo no pretende jamás obligar a nadie vivir sus principios filosóficos, pero sí a respetar las leyes constitucionales que aluden al desarrollo de la propia personalidad.  En las ciudades en los que, hasta ahora, ha logrado prevalecer, ese relativismo que es su característica -que es lo mismo que el carácter pluralista de una sociedad abierta- ha permitido que cada uno escoja su ética de vida, sin más limitación que el perjuicio a terceros y el cumplimiento de la ley. 

Pero en no pocas ocasiones el cumplimiento de la ley va contra la misma propiedad de la vida. Por ejemplo: en mi país el aborto está permitido sólo en casos específicos y aún es penalizado si una lo hiciera fuera de esas especificaciones. Tampoco la eutanasia está legislada, pero el Estado se declara defensor de la vida desde la misma concepción. 

La decisión no queda en cada uno, sino en las carpetas de los legisladores que deben promover el progreso de sus sociedades, entendiendose la idea de progreso como un mayor nivel de vida.

Christian Gadea Saguier

2 comentarios:

  1. Hola Cristian,
    Como estas mi Hermano, la verdad que hace tiempo no entraba en tu blog, por cierto siempre bastante enriquecedor. Esta ultima discusión que planteas en este post me parece hasta de suma importancia para un país como el nuestro que esta experimentando cambios en lo político, social y económico y empezar a discutir que la decision no solo de la vida sino de cada uno de nuestros actos es puramente responsabilidad individual de cada uno de nosotros.
    Bueno Hermano te mando un fraternal abrazo y ya ves, aqui estoy para cualquier cosa..

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