Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades, por eso las fiestas paganas más importantes rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad.
Estas festividades se concentran sobre todo en invierno, pues la actividad humana sufría en estos meses una bajada en su ritmo, ya que la guerra se detenía, nadie se atrevía a navegar y las faenas agrícolas eran entonces menos intensas. El invierno es en consecuencia un periodo muy propicio para que las relaciones que se entablan con el mundo sobrenatural sean más estrechas, más íntimas.
Entre las fiestas de los antiguos griegos y romanos que fueron precedentes de la Navidad cristiana debe destacarse, por su importancia social y trascendencia mítica y simbólica, las dedicadas a Dionisos y Saturno.
Si nos remontamos mucho más atrás en la historia de la humanidad, hasta la época en la que los hombres comenzaron a desarrollar el concepto divino, observaremos que todas las culturas de la Antigüedad pasaron a identificar a su dios principal, o a alguno de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 20 a 24 de diciembre.
Caldeos, egipcios, cananeos, persas, sirios, fenicios, griegos, romanos, hindúes y la práctica totalidad de los pueblos con culturas desarrolladas, entre los cabe incluir los imperios, han celebrado durante el solsticio hiemal el parto de la “Reina de los Cielos” y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios solar.
En los mitos solares ocupa un lugar central la presencia de un dios joven que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida en la naturaleza. En las culturas de mitología astral, el sol representaba el padre, la autoridad y también el principio generador masculino. Durante la antigüedad, en todo el mundo civilizado, el sol fue el emblema de todos los grandes dioses, y los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol.
En el Egipto Antiguo se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y daba a luz a su hijo Horus a finales de diciembre. El dios Horus, hijo de Osiris e Isis, era el “gran subyugador del mundo”, concebido milagrosamente por Isis cuando el dios Osiris, su esposo, ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón.
Mitra, uno de los principales dioses de la religión irania anterior a Zaratustra, pervivió con fuerza en el Imperio romano hasta el siglo IV d. C., era una divinidad de tipo solar, tal como lo atestigua, entre otros, su cabeza de león que hizo salir del cielo a Ahrimán (el mal). Tenía una función de deidad que cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (Ormuzd) y el mal (Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Sin ser propiamente el Sol, representaba a éste y era invocado como tal.
Como verificamos, muchos siglos antes que Jesús, estos dioses solares ya habían nacido de una virgen un 25 de diciembre, en una cueva o gruta, siendo adorado por pastores y magos, obrando milagros, perseguidos, ejecutados y resucitados al tercer día.
Todos ellos habían nacido, según el mito, durante el solsticio de invierno, el nacimiento del sol, fecha en la iglesia llamada Católica sitúa el advenimiento de Jesús, pero nadie en la antigüedad pretendió en serio que los dioses citados fuesen personajes históricos.