Desde que lanzamos este espacio digital venimos sosteniendo, en concordancia con los principios masónicos, que el hombre es un fin en sí mismo y no un medio para el fin de los demás, que la búsqueda de la armonía y de su propio interés racional es el más alto propósito en la vida.
Pero queda claro que cada vez nos encontramos viviendo en un mundo más violento y material, donde los valores humanos decrecen en la misma proporción en que se valoran las cosas materiales. Ante esta realidad, cuáles son las raíces de esa valoración material; habría alguna forma de cambiar el norte consumista y volver hacia un humanismo como medida de todas las cosas.
En el tiempo que fueron desarrollándose las economías de las naciones, realizando un mundo más moderno, educado y libre de enfermedades que generaban catástrofes en otras épocas, parte de la humanidad quedó pegada al medio material de desarrollo, llevando la acumulación de las cosas como modo de llegar a la felicidad. Nos encontramos en los albores del siglo XXI, en medio de un choque de civilizaciones y en la antesala de una próxima guerra, lejos de aquella anhelada “felicidad”.
Qué nos ha pasado como humanidad. Hemos sustituido el culto de la construcción personal por la búsqueda de objetos materiales que nos brinden brillo y prestigio. Vivimos un mundo tan rápido que nos olvidamos que somos el centro que hace girar aquel y ante la incertidumbre convertimos en fetiche a los medios materiales de desarrollo.
Por ello, desde tiempo inmemorial la Masonería coloca al candidato que desea iniciarse en los misterios en un lugar aislado, silencioso, lúgubre que representa a la vez un sitio externo y otro interno, en un periodo de oscuridad y maduración silencioso del alma, donde por medio de la meditación y concentración en uno mismo, el candidato permanece por largo tiempo para hacer un balance existencial a fin de deliberar la decisión de suscribir el programa de vida masónico.
Este programa tiene por tarea principal al hombre, considerándole un todo perfectible, donde lo importante es la construcción de uno mismo. Cada uno de nosotros llegamos al mundo con destrezas, talentos e imperfecciones. Los masones consideramos que las primeras se pueden fortalecer y las últimas combatir mediante la adquisición del conocimiento, esa luz que rompe las cadenas del subdesarrollo mental.
La Masonería presenta al iniciado una seria de herramientas que ayudan a desligarse de sus pasiones, controlar sus emociones y dominar sus instintos. Las pasiones entendidas como las falsas ilusiones y el fanatismo, esas pasiones venenosas que nublan la mente del hombre volviéndolo frágil, inseguro y desconfiado de todo lo distinto. Las emociones, aquellas destructivas, que sencillamente causan daño y generan estados mentales que nos conducen al lado oscuro de la vida: baja autoestima; exceso de confianza; resentimiento; celos y envidia; falta de compasión y la peor de todas, el miedo.
Por medio del estudio de las herramientas el iniciado puede comprenderlas y construirse, pero para ello no sólo será necesario un acabado estudio en particular de cada herramienta, sino proyectarla y colocarla en práctica en la vida cotidiana, a modo que con el tiempo fortalecido por el compromiso, logre la transformación de si mismo en una mejor persona.
Y así, recordando a Ortega y Gaset en su famosa frase: “Soy yo y mis circunstancia” transformándose uno mismo enseña a los demás por medio del ejemplo de vida, pues si bien son pocos los que conocen como termina aquella frase, él sentencia “…y sino no cambio mi circunstancia, no cambio yo”. ¡Adelante constructores!
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