Nuestra institución tiene sus orígenes en los centros iniciáticos de la antigüedad, a través de los cuales se transmitió el lenguaje simbólico hasta nuestros días. La Masonería ha sido la heredera de esta filosofía perenne y, por lo tanto, le ha correspondido durante los últimos siglos la delicada función de ser el guardián de estos símbolos que pertenecen a la humanidad. Es nuestro deber resguardarlos y promover su sentido originario, no con el objeto de aumentar simplemente nuestra erudición, sino más bien para aplicar este conocimiento a la vida del mundo de hoy. Entendemos que el lenguaje simbólico es la expresión más universal para expresar nociones y conceptos sobre valores constructivos para la humanidad. Este lenguaje define a la Masonería como institución universal, pues el contenido de los símbolos no está determinado por una lengua particular como el inglés o el francés, sino que constituye en sí misma una lengua que transmite una idea que va más allá de la definición puramente material del objeto que describe.
Es precisamente con el estudio del esoterismo que aquella significación que está oculta, contenida e invisible en los símbolos, se hace visible y entendible. Las vivencias esotéricas no son espontáneas o inconcientes, sino que requieren de un acto de voluntad que permita la entrada a un ámbito en el que los valores propios de la vida espiritual y material adquieren un significado distinto.
El lenguaje simbólico mal comprendido no es más que un conjunto embrollado de signos y alegorías confusas, pero para el iniciado los mismos signos son un medio práctico de internalizar las ideas y lejos de tener un valor mágico o de imponer un límite al desarrollo del pensamiento, ayudan, a través de la libre interpretación, a mejorar la comprensión de la realidad del mundo en que vivimos.
Los masones no somos místicos persiguiendo algún absoluto esotérico, ni fieles de una religión oculta, sino ciudadanos comprometidos a ser francos con nosotros mismos, despojándonos de las pasiones y prejuicios para conocer y desplegar las fuerzas espirituales que se encuentran en uno mismo. Para despertar esas fuerzas es necesario comprender el lenguaje simbólico.
Las herramientas presentes en la imagen que se adjunta representan así los valores y las elevadas normas de conducta que deben vivir los masones, dejando a cada uno en libertad para ubicarlos dentro de su propia e individual escala de valores. Por ello, no basta ingresar en la Masonería para convertirse en un masón, sino que es necesario tomar estos símbolos desarrollando con ellos una significativa filosofía de vida.
Este proceso transformacional es potencial en toda la humanidad, pero sólo los iniciados estarán dispuestos a invertir en el proceso. Es en sí un acto de copulación intelectual y físico; preparar el cuerpo para el cultivo de la semilla de la que nacerá una idea que se plasmará en un ámbito sustancial. Para que ocurra este proceso de materialización de la idea, no es suficiente la improvisación, debe haber una predisposición, una prioridad en esa preparación para que la transformación se logre.
Es necesario estudiar algo más que rituales, historia y doctrina masónica, debe estudiarse también el mundo en que vivimos. La conjunción de ambos efectos, la introspección y el estudio de la realidad, acrecentarán geométricamente la fuerza de ambos. Abrirán las puertas para que símbolo y ciencia, mancomunados, religados, contribuyan al conocimiento más profundo de los misterios de la vida.
Con este legado, honraremos a nuestros antepasados y contribuiremos a prolongar el camino que deberán seguir las generaciones futuras en búsqueda de un mundo mejor
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