Hoy el hombre corriente vive alejado de la naturaleza y preocupado por dominarla, olvidando que es parte de ella. En lo que resta de esta semana, seremos testigos de un momento astronómico crucial del año que marca el inicio oficial de dos estaciones –verano e invierno – de acuerdo al lugar del observador.
En el hemisferio norte se producirá el día más largo y en el sur, el día más corto. Esta danza celestial es propiciada por la benevolente oblicuidad del planeta que habitamos. Este fenómeno, de inmensa importancia para los antiguos habitantes, se denomina solsticio.
El solsticio de verano del hemisferio boreal recae en el punto de la órbita en que el polo norte está orientado directamente hacia el sol; seis meses más tarde el solsticio de invierno marca el punto en que el polo norte está orientado en dirección opuesta al sol. Y, lógicamente para los que vivimos en el sur se produce el efecto contrario.
Pero, ¿qué importancia tiene este fenómeno para la Masonería en pleno siglo XXI, cuando desde Internet podemos estar en ambos hemisferios a la vez? La Masonería es más que una institución que agrupa a seres humanos, es mucho más que la práctica continua y exacta de sus rituales; ella, en profundidad, es una escuela misterica, donde se aprende el lugar del hombre en el universo, para desentrañar el puesto que ocupa el ser humano dentro de la evolución. En este estudio, que desarrolla toda una filosofía de vida, las alegorías, símbolos y fenómenos astronómicos adquieren vital importancia para explicar el programa de vida masónico.
Particularmente el fenómeno que convoca la redacción de esta nota despierta en el iniciado una actitud reflexiva y profunda que pretende obtener de la experiencia positiva en la observación del comportamiento de la tierra y su relación con el sol.
Así visto el fenómeno, aunque el verano sea considerado generalmente como una estación alegre y el invierno como una triste, por el hecho de que el primero representa en cierto modo el triunfo de la luz y el segundo el de la oscuridad, los dos solsticios tienen un carácter exactamente contrario.
Por paradójico que parezca, es muy fácil comprenderlo si se posee algún conocimiento sobre los datos tradicionales acerca del curso del ciclo anual. En efecto, lo que ha alcanzado su máximo no puede ya sino decrecer y lo que ha llegado a su mínimo no puede sino crecer. Así, el solsticio de verano marca el comienzo de la mitad descendente del año y el de invierno su mitad ascendente.
En verano el día adquiere un poder creciente sobre la noche, sin embargo superado el ápice solsticial vuelve a suavizarse en su enfrentamiento con la noche. Algo parecido a este fenómeno luminoso lo verificamos cuando observamos que los frutos de nuestro trabajo fueron resultados del esfuerzo realizado día a día y que del éxito alcanzado surge el inicio de otra carrera con todas sus dificultades y desafíos.
El invierno, es un tiempo de silencio, recogimiento interior y meditación. Justamente en este periodo el candidato a la iniciación toma un rol protagónico, aludiendo al despertar de la naturaleza y nuevo nacimiento en su persona. Es tiempo de afirmar los valores y convicciones para que cuando llegue la primavera se viva a pleno.
Este fenómeno celeste que se reproduce dos veces cada año no es sino el motivo inspirador a través del cual se busca conciliar el sentido cósmico de la constante renovación, simbolizada por la doble cabeza de Jano, quien, desde la perspectiva iniciática, es propiamente el Janitor que abre y cierra las puertas del ciclo anual. Un dios bifronte, con dos rostros que según la interpretación tradicional, se considera como representación respectiva del pasado y el porvenir.
Con este punto de vista, hablamos también de un tercer tiempo o un triple tiempo donde conviene añadir que el auténtico rostro de Jano es el de quien contempla el presente con una nueva conciencia. Este tercer rostro, oculto al mundo aparente, es el tercer ojo del despertar de conciencia, ojo que simboliza el sentido de la eternidad en la iluminación.
Los antiguos latinos reverenciaban a Jano como a un genio benéfico que velaba por la prosperidad de las familias y que impedía la entrada de genios maléficos en las moradas. Su rostro era colgado en las puertas como medida de protección. A través del tiempo esa disposición simbolizó el paso de un ciclo a otro.
Este fenómeno solsticial ocurre en la tierra antes que el hombre pudiera calcularlo y como no logró controlar su sentido en el universo, ha trabajado para dotarla de símbolos otorgando significado al fenómeno y descubriendo que existe al menos un rincón en el universo que con toda seguridad puede mejorarlo, y ese lugar es uno mismo.
Christian Gadea Saguier
© Blog Los Arquitectos
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