Sobre la celebración del año nuevo

Como es sabido, no todo el mundo celebrará el año nuevo este 1 de enero de 2008. Si bien esa fecha es de festejos y buenos deseos para los pueblos cuya fe es cristiana (América, casi toda Europa y algunos países del resto del planeta), culturas como la china, la hebrea o la musulmana tienen fechas diferentes para celebrar el inicio de un nuevo ciclo de 12 meses, e incluso viven en años diferentes.

Ordenando un poco el tema en función a las culturas, conviene comprender: ¿Cómo nació el 1 de enero como la fecha de Año Nuevo en occidente? Fue en Roma, alrededor del año 47 antes de nuestra era, cuando por primera vez se estableció el día 1 de enero como el inicio del año en el nuevo calendario modificado por Julio César (calendario juliano).

Antes de esta fecha, los romanos celebraban el año nuevo en el mes de marzo, siguiendo la tradición impuesta desde el reinado de Numa Pompilio, el segundo rey de Roma. Sin embargo, fue con calendario juliano cuando se estableció que los años tendrían 365 días y estarían ajustados por años bisiestos.

Las reformas posteriores realizadas por el papa Gregorio XIII respetaron la designación del 1 de enero como el primer día del año. Así, desde 1582, esta fecha quedó consagrada en el calendario gregoriano (que sustituyó al juliano) que hoy en día sigue usando la gran mayoría de los países cristianos (las últimas naciones en adoptarlo fueron Rumania y Rusia en 1918).

En el caso de las otras culturas del mundo, el año nuevo chino comienza entre enero y febrero con la primera luna nueva de Acuario; el Rosh Hashaná (cabeza de año) judío empieza en el mes de Tishri del calendario hebreo, que equivale a septiembre u octubre del gregoriano. El año nuevo musulmán empieza en el mes de Muharram que, como obedece a un calendario lunar, puede caer en cualquier mes gregoriano.

Respecto a los años de cada era cultural, éstos también son dispares: Los chinos viven en el año 4705 del cerdo y el próximo 6 de febrero recibirán el nuevo año de la rata. Los hebreos transitan el año 5768, que establecieron a partir de la supuesta fecha del nacimiento de Adán y de la creación del mundo. La era musulmana comienza con la huida (hégira) de su profeta Mahoma, de La Meca a la ciudad de Medina, el 16 de julio del año 622 de la era cristiana.

Para saber en qué año de la era musulmana se está, hay que restar 622 al año gregoriano (2007). Siguiendo esa operación, el año actual para el mundo musulmán es 1385 (aunque hay fuentes que argumentan que están en el año 1428). En culturas como la china, hebrea o musulmana, el año nuevo está vinculado con el ritmo de la luna (el calendario gregoriano es solar), y por ello la fecha para celebrarlo depende de las transformaciones asociadas a la cara siempre cambiante de este astro. Los chinos festejan el año nuevo en la segunda luna nueva posterior al solsticio de verano (hemisferio sur), entre los meses de enero y febrero. Los judíos, por su parte, lo hacen en los primeros días del mes de Tishri (entre septiembre y octubre del calendario gregoriano) que coinciden con la primera luna nueva de otoño.

En China cada año está representado por un animal. La leyenda dice que Buda, antes de partir de la Tierra, convocó a todos los animales pero sólo se presentaron los siguientes doce: rata, vaca, tigre, conejo, dragón, serpiente, caballo, carnero, mono, gallo, perro y cerdo. Buda los recompensó usando sus nombres para denominar a los años según el orden en que fueron llegando. Los chinos creen que el animal que gobierna el año en el que una persona nace tiene una profunda influencia sobre su personalidad.

Los musulmanes dividen el año en 12 meses, que tienen 29 o 30 días alternativamente. Los meses se organizan en años de 354 días, si bien existen años bisiestos de 355. El calendario musulmán se inicia el 16 de julio del año 622 de nuestra era, cuando Mahoma se trasladó forzosamente a Medina huyendo de sus enemigos. Este día se considera el primero de la hégira; es decir, de la huida, y de esta fecha parte la cuenta de los años.

En el caso de los babilonios y muchos otros pueblos agricultores, relacionaban el comienzo de un nuevo año con el equinoccio de primavera; es decir, con los movimientos de la Tierra alrededor del Sol que señalaban la sucesión de las distintas estaciones y los momentos propicios para la siembra y la cosecha. De ese modo, las tradiciones de cada pueblo influenciaron para determinar el modo en que contarían las jornadas de su historia, que ya suma miles de años.

Astronómicamente, el año comienza el 21 marzo con el equinoccio de Primavera (hemisferio norte), estación en la que la vida renace y los frutos se multiplican; o si se prefiere, en lenguaje astrológico, cuando el Sol alcanza el cero grado del signo de Aries, primero del zodíaco. Nosotros los masones, festejamos el año nuevo en esta época.

¿Por qué entonces festejarlo el 1 de enero? Como Jesús era judío y esta tradición impone la circuncisión al octavo día de nacer, el año nuevo que se celebra en esta fecha recuerda el supuesto día de la circuncisión del Mesías, hecho nacer simbólicamente en 25 de diciembre, para borrar los mitos paganos de reverencia al Sol Invicto y al dios Mitra.

Al problema del día de comienzo del año se agrega el de tratar de dilucidar qué año es el que se festejará este 1 de enero. ¿El 2008?

Ocurre que esta edad de la era cristiana es tan poco fidedigna como la del año 5768 que los judíos calculan desde Adán, el primer hombre, puesto que, según ciertas investigaciones, Jesús nació siete años antes de su propia era y hace 500.000 años que el homo sapiens habita el mundo.

Sucedió que en el año 525 el monje Dionisio el Exiguo, que se impuso tratar de fijar el comienzo de la era cristiana, se enredó con los Evangelios y contra lo que estos dicen, calculó que Jesús había nacido cuatro años después de morir Herodes. Pero a todo esto, Herodes fue quien produjo la matanza de inocentes buscando degollar a Jesús. ¿Desde cuándo los muertos pueden degollar a los vivos?

Dionisio también olvidó que los romanos no conocían el cero, y por no contemplarlo produjo un salto olímpico entre dos eras: pasó del año 1 ANE al 1 DNE. Entre una cosa y otra, su error fue de entre 5 y 7 años.

Luego, el astrónomo Juan Kepler estableció que la aparición de la estrella de Belén, que anunció la llegada del mesías, sucedió en el año 7 ANE; y recientemente, varios científicos precisaron que ocurrió entre el 14 y el 15 de septiembre de ese año.

¿Será el año chino el verdadero? ¿Acaso el maya? ¿Quizás el egipcio, el caldeo, el celta, el persa? ¿El de los pueblos originarios? ¿El del Big Bang? ¿El de astrónomos y astrólogos? Sin importar las culturas y los periodos de festejo de un año nuevo, aprovecho la ocasión para desearles lo mejor.

Christian Gadea Saguier

La navidad, el auge del consumo

Cada diciembre los centros comerciales aparecen colmados de gente apresurada que carga bolsas de todos los colores. Lista en mano, nada puede quedar fuera de las previsiones de Navidad. Las reuniones de familias y amigos aumentan el estrés en una celebración que, paradójicamente, invita a la serenidad y a la reflexión. Todo empieza con la decoración navideña en comercios, calles y plazas. Y junto con las luces de fin de año, llega el tiempo de rendir culto al consumo.

Me encuentro leyendo Vida de consumo, de Zygmunt Barman, donde analiza el impacto del modelo consumista de interacción sobre varios aspectos donde los individuos son, simultáneamente, los promotores del producto y el producto que promueven, reciclándose en bienes de consumo para lograr reconocimiento social.

El diario La Nación, de Argentina, consultó a varios intelectuales sobre el sentido de la Navidad. Con prístina claridad, el filósofo y poeta Santiago Kovadloff explicó: "Espiritualidad y consumo entran en conflicto cuando se vuelven excluyentes o aspiran a sustituirse, pretendiendo que los atributos propios reemplacen o ahoguen los ajenos. Hay una espiritualidad que es expresión del consumo exacerbado y hay un consumo que pretende pasar por espiritual, al investir a los objetos de un sentido afectivo y moral que no tienen". El filósofo sumó, como expresiones de un consumo exacerbado, "el apego intolerante a ciertas creencias de moda en torno de la alimentación, la belleza exterior, la apología de la vida social o la sacralización de la vida deportiva".

Para el filósofo Enrique Valiente Noailles, "estamos en lo que Lipovetsky denominó la era del vacío. El consumo es el epicentro de toda actividad de la humanidad contemporánea. Una fiesta de origen espiritual, en un contexto de este tipo, sólo acentúa la percepción de lo que falta. Por tanto, hace más frenética la búsqueda de un sustituto. El consumo es la herramienta que hemos diseñado para intentar escapar a la fosa común de la ausencia de un sentido".

La navidad, originalmente fiesta cósmica, tenía otro sentido al consumista de hoy, era un tiempo de celebración de la nueva vida, del nuevo nacimiento y la oportunidad para empezar todo de vuelta y mejor. Para los pocos que quedamos con esta idea de la navidad, feliz solsticio.

Christian Gadea Saguier

El origen de la navidad

Hace tantos siglos que la humanidad festeja la navidad que ha olvidado su primitivo origen. Hoy en Occidente se conmemora el advenimiento de Jesús, pero no siempre fue así.

Con el inicio de la expansión de la Iglesia católica por todo el continente europeo hacia finales del siglo IV, los papas no siempre pudieron imponer su fe por la fuerza y a menudo tuvieron que obrar con astucia fingiendo tolerar determinados ritos paganos, aunque en realidad los minaban y transformaban progresivamente al entremezclarlos con elementos cristianos añadidos.

Una muestra de ello nos la dejó el papa Gregorio I El Grande (590-604) que, aunque siempre ordenó que los paganos fuesen sometidos a castigos y prisión si no se convertían, tuvo que ser más cauteloso durante su conquista evangélica de las almas anglosajonas, aconsejándole al abad Mellitus, jefe de los propagadores del cristianismo en Gran Bretaña, lo que sigue:

"No hay que destruir los templos paganos de ese pueblo, sino únicamente los ídolos que hay en los mismos; después de asperjar esos templos con agua bendita, erigir altares y depositar reliquias; porque si tales templos están bien construidos, perfectamente pueden transformarse de una morada de los demonios en casas del Dios verdadero, de manera que si el mismo pueblo no ve destruido sus templos, deponga de su corazón el error, reconozca el verdadero Dios y ore y acuda a los lugares habituales según su vieja costumbre...".

Durante la Navidad se produce un fenómeno muy particular en nuestro sistema solar. Desde el 21 de diciembre, en el hemisferio norte, el sol alcanza su nadir en el punto más bajo y desde ese momento el día comienza a alargarse, progresivamente, en detrimento de sus noches. A este fenómeno se lo llama solsticio de invierno "sol inmóvil" ya que en esos momentos el sol cambia muy poco su declinación de un día a otro y parece permanecer en un lugar fijo del ecuador celeste. Precisamente, el solsticio de invierno produce un acontecimiento cósmico que vivifica la naturaleza con su luz y su calor, razón por la cual, para todas las culturas antiguas, representaba el auténtico nacimiento del sol y con él, toda la naturaleza comenzaba a despertar lentamente de su letargo, y los humanos veían renovadas sus esperanzas de supervivencia, gracias a la fertilidad de la tierra, garantizada por la presencia del astro solar, el dios más arcaico que la humanidad ha venerado.

En los pueblos germánicos y galos, éstas ceremonias solsticiales de adoración al sol y a las fuerzas ocultas de la naturaleza prosiguieron hasta bien entrada la Edad Media. En sus formas originales y puras estuvieron vigentes hasta la primera mitad del siglo X, tomando expresiones externas más o menos matizadas o mediatizadas por el cristianismo, han podido sobrevivir hasta nuestros días, contagiando de paganismo la celebración de la navidad actual, hasta el punto de que los mitos solares ancestrales siguen siendo los verdaderos protagonistas de los festejos navideños que se celebran en el mundo de hoy.

Desde hace miles de años, y para las culturas y sociedades más diversas, la época de navidad ha representado el advenimiento del acontecimiento cósmico por excelencia. El hecho más fundamental de cuantos podían garantizar la supervivencia del hombre pagano, el renacimiento anual de la principal divinidad salvadora, el Sol.

No es ninguna casualidad que el natalicio de los principales dioses solares jóvenes de las culturas agrarias precristianas (Osiris, Horus, Apolo, Adonis, Attis, Mitra, Dionisos, Baco) fuese situado durante el solsticio de invierno. Y es menos casual aún que el natalicio de Jesús, el salvador cristiano, se haya decretado un 25 de diciembre, fecha en la que desde los inicios de la humanidad y hasta finales del siglo IV de nuestra era, se conmemoró el nacimiento del Sol Invictus.

La religión cristiana prosperó absorbiendo detalles de los cultos paganos, como la imagen del niño-dios en el culto de Dionisio, lo representaban en pañales, puesto en un pesebre; el nacimiento en un establo, como Horus en el templo-establo de la diosa virgen Isis, reina de los cielos; nuevamente como Dionisio, cuando convierte el agua en vino; como Esculapio, resucita a los muertos y devuelve la vista a los ciegos; como Attis y Adonis, es llorado y celebrado por mujeres; su resurrección, como la de Mitra, se produce a partir de una sepultura excavada en la piedra. En lo fundamental, por tanto, el cristianismo no es más que un paganismo reformado.

Los dioses solares. Con el desarrollo de las culturas urbanas, los rituales solsticiales agrarios no desaparecieron sino que se adaptaron a las nuevas circunstancias y necesidades, por eso las fiestas paganas más importantes rebasaron el ámbito campesino y se convirtieron en ciudadanas, de forma que la fecundidad que en origen solicitaban para el campo y el ganado, pasó a comprenderse como prosperidad y riqueza para la ciudad. Estas festividades se concentran sobre todo en invierno, pues la actividad humana sufría en estos meses una bajada en su ritmo, ya que la guerra se detenía, nadie se atrevía a navegar y las faenas agrícolas eran entonces menos intensas.

El invierno es en consecuencia un periodo muy propicio para que las relaciones que se entablan con el mundo sobrenatural sean más estrechas, más íntimas. Entre las fiestas de los antiguos griegos y romanos que fueron precedentes de la Navidad cristiana debe destacarse, por su importancia social y trascendencia mítica y simbólica, las dedicadas a Dionisos y Saturno. Si nos remontamos mucho más atrás en la historia de la humanidad, hasta la época en la que los hombres comenzaron a desarrollar el concepto divino, observaremos que todas las culturas de la Antigüedad pasaron a identificar a su dios principal, o a alguno de los más importantes de su panteón, con el dios Sol y, en lógica consecuencia, situaron la conmemoración y festejo de su advenimiento alrededor del prodigioso evento cósmico que representaba el solsticio de invierno cada 20 a 24 de diciembre.

Caldeos, egipcios, cananeos, persas, sirios, fenicios, griegos, romanos, hindúes y la práctica totalidad de los pueblos con culturas desarrolladas, entre los cabe incluir los imperios, han celebrado durante el solsticio invernal el parto de la Reina de los Cielos y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios solar. En los mitos solares ocupa un lugar central la presencia de un dios joven que cada año muere y resucita, encarnando en sí los ciclos de la vida en la naturaleza. En las culturas de mitología astral, el sol representaba el padre, la autoridad y también el principio generador masculino. Durante la antigüedad, en todo el mundo civilizado, el sol fue el emblema de todos los grandes dioses, y los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol.

En el Egipto Antiguo se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y daba a luz a su hijo Horus a finales de diciembre. El dios Horus, hijo de Osiris e Isis, era el “gran subyugador del mundo”, concebido milagrosamente por Isis cuando el dios Osiris, su esposo, ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón.

Mitra, uno de los principales dioses de la religión irania anterior a Zaratustra, pervivió con fuerza en el Imperio romano hasta el siglo IV d. C., era una divinidad de tipo solar, tal como lo atestigua, entre otros, su cabeza de león que hizo salir del cielo a Ahrimán (el mal). Tenía una función de deidad que cargaba con los pecados y expiaba las iniquidades de la humanidad, era el principio mediador colocado entre el bien (Ormuzd) y el mal (Ahrimán), el dispensador de luz y bienes, mantenedor de la armonía en el mundo y guardián y protector de todas las criaturas, y era una especie de mesías que, según sus seguidores, debía volver al mundo como juez de los hombres. Sin ser propiamente el Sol, representaba a éste y era invocado como tal.

Como verificamos, muchos siglos antes que Jesús, estos dioses solares ya habían nacido de una virgen un 25 de diciembre, en una cueva o gruta, siendo adorado por pastores y magos, obrando milagros, perseguidos, ejecutados y resucitados al tercer día. Todos ellos habían nacido, según el mito, durante el solsticio de invierno, el nacimiento del sol, fecha en la iglesia llamada Católica sitúa el advenimiento de Jesús, pero nadie en la antigüedad pretendió en serio que los dioses citados fuesen personajes históricos.

El avance cristiano. En el siglo II de nuestra era, los cristianos sólo conmemoraban la Pascua de Resurrección y su misterio, pues consideraban irrelevante el momento del nacimiento de Jesús y, además, desconocían absolutamente cuando pudo haber acontecido.

Durante el siglo siguiente, al comenzar a aflorar el deseo de celebrar el natalicio de Jesús de una forma clara y diferenciada, algunos teólogos, basándose en los textos de los Evangelios, propusieron datarlo en fechas tan distintas como el 6 y 10 de enero, el 25 de marzo, el 15 y 20 de abril, el 20 de mayo y algunas otras. Pero el papa Fabian (236-250) decidió cortar por lo sano tanta especulación y calificó de sacrílegos a quienes intentaron determinar la fecha del nacimiento del nazareno.

A pesar de la disparidad de fechas apuntadas, todos coincidieron en pensar que el solsticio de invierno era la fecha menos probable si se atendía a lo dicho por Lucas en su evangelio: "Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre el rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz..." (Lc 2,8-14). Dejando al margen la vía para calcular tan preciado día, lo cierto es que la fecha del 6 u 8 de enero (la primera que la cristiandad celebró) tenía mucho sentido ya que, en la Alejandría egipcia (cuna de aspectos fundamentales de la doctrina cristiana), se festejaba con toda pompa el festival de Core “la Doncella”, identificada con la diosa Isis y el nacimiento de su nuevo Aion, que era una personificación sincrética de Osiris.

Entrado ya el siglo IV, cuando ya se había concluido lo substancial del proceso de trasvase de mitos desde los dioses solares jóvenes precristianos hacia la figura de Jesús, se decidió fijar una fecha concreta y acorde a su nueva concepción mítica. Dado que a Jesús se le había adjudicado toda la carga legendaria que caracterizaba a su máximo competidor de esos días, el dios Mitra, lo lógico fue hacerle nacer el mismo día en que se celebraba el advenimiento de ese joven dios.

A más abundamiento, cabe recordar que la figura de Jesús no fue oficialmente declarada como consubstancial con Dios hasta el año 325, cuando el emperador Constantino convocó el concilio de Nicea y ordenó a todos los obispos asistentes que acatasen el entonces muy discutido y discutible dogma de que el Padre y el Hijo compartían la misma sustancia divina.

De esta forma, entre los años 354 y 360, durante el pontificado de Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la de la noche del 24 al 25 de diciembre, día en que los romanos celebraban el Natalis Solis Invicti, el nacimiento del Sol Invencible, un culto muy popular y extendido al que los cristianos no habían podido vencer o proscribir hasta entonces y, claro está, la misma fecha en la que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del solsticio de invierno.

En cualquier caso, San Agustín (354-430) sí debía tener muy claro el verdadero origen de la Navidad católica, sobrepuesta al Natalis Solis Invicti, cuando exhortó a los creyentes a que ese día no lo dedicasen “al Sol, sino al Creador del Sol”. A pesar de haberse fijado ya como inmutable la fecha del 25 de diciembre, las especulaciones en torno al natalicio de Jesús prosiguieron durante muchos siglos después.

El papa Juan I (523-526), decidido a averiguar la verdad, le encargó una investigación al monje Dionysius Exiguus (Dionisio el Pequeño) que, tras un curioso proceso de razonamiento concluyó que el año de la encarnación había sido el 754 de la fundación de Roma, y que la encarnación misma había tenido lugar el 25 de marzo y el nacimiento el 25 de diciembre, eso es después de una gestación matemáticamente exacta de nueve meses.

Más prudente fue el gran sabio y teólogo Bynaeus (1654-1698), después de analizar todo lo escrito al respecto, concluyó que "puesto que la Escritura calla sobre esto, callemos también nosotros". La fecha del 25 de diciembre, fijada a finales del siglo IV, ya es inamovible para el orbe católico, aunque no fuese aceptada por las Iglesias cristianas orientales que siguen celebrando el natalicio de Jesús un 6 de enero.

Christian Gadea Saguier

Respuesta a Benedicto XVI ante su crítica al humanismo

El Vaticano presentó esta semana la segunda encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, en la que el Papa ofrece un horizonte de esperanza a la humanidad, tras una época marcada por las ideologías, el relativismo y el materialismo. En la encíclica Benedicto XVI critica con dureza al ateísmo moderno y dice que ha llevado a “las formas más grandes de crueldad y de violaciones de la justicia" que se hayan conocido hasta ahora en la humanidad”.

Particularmente me ofende este tipo de comentarios y más cuando vienen de autoridades eclesiásticas que deben guardan tolerancia ante las creencias de los seres humanos que no forman parte de su feligresía. Esta actitud de absolutismo demuestra una vez más la, medieval y oscurantista, actitud de la Iglesia de Roma al pretender imponer para todo el mundo sus pseudo perspectivas al mundo.

Es fácil comprender cómo para Benedicto XVI los otros son el problema, sean ateos, materialistas, relativistas, agnósticos, o simplemente diferentes. El intento cristiano de eliminación del Otro, nosotros, se inició cuando asumieron el poder absoluto en la Roma imperial, y así lo vieron haciendo hasta perder su poder condenatorio y convertirse en mera declamación.

El Otro, los Otros, son calificativos que se pueden entender de muchas maneras y usar en los más diversos sentidos y contextos. Por lo que a mí respecta, lo uso para diferenciar al librepensador del dogmático. Para el dogmático el Otro constituye una amenaza, simplemente por ser diferente; para lo cual, construye una muralla para separarlo o intenta conquistarlo con el fin de someterlo a sus ideas. Si fracasa en estas empresas, busca eliminarlo.

Por nuestra parte, los librepensadores, anhelamos conocer al Otro porque comprendemos que le necesitamos para conocernos a nosotros mismos. Solo así podemos compararnos, medirnos, competir y desarrollarnos. De allí que la Masonería se transformó en el centro de unión de la humanidad, porques es contraria a aislarse del Otro. En su seno vive la diferencia, con un marco de respeto y es precisamente esta tolerancia a lo diferente es lo que la hace universal, a pesar de que algunas corrientes masónicas no comprendan este sentido.

Desde el Vaticano no tienen vergüenza en pontificar contra el otro como culpable de “las formas más grandes de crueldad y de violaciones de la justicia" que se hayan conocido hasta ahora en la humanidad”. Se olvidan de todo el daño que la Iglesia de Roma ocasionó a la humanidad para lograr posicionarse como dueña absoluta de la verdad. Con el correr de los años esta Iglesia afianzó su poder mandando a la hoguera a quienes disentían de sus opiniones o se oponían a su dominio acusándolos de herejía, en tanto el Papa de turno juntaba bajo su triple tiara el poder temporal y espiritual y se declaraba Pontífice Máximo y Vicario de Cristo en la Tierra.

Salvados por la esperanza es una exploración profundamente teológica de la esperanza cristiana en la vida eterna: que en el sufrimiento y en la aflicción de la vida diaria, la cristiandad ofrece a los feligreses un "camino de esperanza" hacia el reino de Dios.

En el documento de 76 páginas, Benedicto explica cómo el entendimiento cristiano de la esperanza cambió en los tiempos modernos, cuando el hombre buscó aliviar el sufrimiento y la injusticia que lo rodeaban. Benedicto señaló dos hechos históricos: la Revolución Francesa y la revolución del proletariado alentada por Karl Marx.

Respetuoso de esta idea sobre la trascendencia, sostengo que no podemos renunciar a esta vida en la tierra ante una promesa de felicidad futura e incierta. El determinismo dogmático de “sufrimiento y aflicción” que sostiene el Papa ata al ser humano y lo imposibilita a realizar su principal meta aquí en la tierra: La búsqueda de su propia felicidad. El ser humano es un fin en sí mismo, no el medio para los fines de otros, y la búsqueda del propio interés racional y de su felicidad es el más alto propósito en la vida.

Me uno a Nietzsche y a los estoicos desde el punto de vista del valor de la esperanza. Ellos consideraban que la esperanza es más una desgracia que una virtud benéfica. Esto es lo que André Comte-Sponville ha resumido de una forma tan sintética como expresiva, y que Luc Ferry lo expone en su obra Aprender a vivir: “Esperar, dice, es desear sin gozar, sin saber y sin poder”. Es por tanto una gran desgracia y para nada una actitud que contribuya a acrecentar el placer de vivir.

En efecto, desde los tiempos de los griegos, la doctrina de salvación materialista retoma con gusto la idea del famoso carpe diem, el “aprovecha el presente” de los antiguos, es decir, la convicción de que la única vida que merece la pena vivir es la que tenemos aquí y ahora, la que surge de la reconciliación con el presente. Tanto unos como otros consideran que los dos males que nos amarga la existencia son la nostalgia de un pasado que ya no es y la esperanza de un futuro que aún no es. Así, en nombre de estas dos nadas, perdemos de forma absurda la vida tal como es, la única realidad que vale, porque es la únicamente real.

Benedicto XVI afirmó durante la celebración del Angelus, el domingo pasado, que “la ciencia moderna confinó la fe a la esfera individual, por lo que el mundo y el hombre necesitan "dramáticamente" a Dios”. Me parece correcto este lugar para las religiones, el fuero interior de cada uno, pues al final sabemos por experiencia que el entendimiento entre religiones solo produjo guerras y exterminios durante toda la historia de la humanidad. Solo la ciencia, y por medio de la razón, la humanidad puede vivir en paz y no necesita a ese dios para vivir la humanidad.

La necesidad de dios nació ante la angustia que produce en el hombre la soledad de la muerte y la incertidumbre de los seres queridos que pierden al familiar. Apreder a vivir, a dejar de temer los diversos rostros de la muerta o, simplemente, aprender a superar la banalidad de la vida cotidiana, las preocupaciones y el tiempo que pasa, fue el primer objetivo de las escuelas de la antigüedad griega. Vale la pena escuchar su mensaje, porque las filosofías del pasado nos siguen hablando.

Christian Gadea Saguier

Crece la equidad de género en la Masonería

La corriente masónica mixta está de parabienes. Leemos en el blog de mi hermano Victor Guerra que “El tema de la mixtidad, o sea la presencia de las mujeres en las logias del Gran Oriente de Francia (GOdF), está trayendo a maltraer a casi todos, a unos porque les ha entrado las prisas por situarse en la vanguardia de la lucha feminista para que las mujeres ocupen un espacio entre las columnas masónicas. Entre cuyas fuerzas está la Logia Combat que es la que está con el Tour de forcé a la Obediencia en este caso el GOdF. Otros, creo que la mayoría de los masones del GOdF y de las Logias que están federadas en esta Obediencia, nos inclinamos por dejar margen, y ver como se van tratando y desarrollando los temas relacionados con este paso tan importante, y como no, observar como se van posicionando las logias con más madurez y fuerza, y peso en la organización”.

Aunque el tema de la mixticidad continúa en las mismas tablas de siempre, un 40% favorable frente al 60% que la rechaza, el actual presidente del GOdF, Quillardet, no pierde la esperanza de que el debate se abra paso dentro de las logias y en cualquier momento esa proporción deje de se tal, y permita dar un paso adelante. Este cuadro lo relata Víctor en una crónica sobre el último congreso del GOdF.

La Masonería ofrece ayuda y guía para que nos volvamos cada día más conscientes de que nada puede detener el impulso que motiva el progreso humano en su peregrinaje de la oscuridad a la luz, de la irrealidad a la realidad, y de lo perecedero a lo imperecedero. Es un despropósito ser masón y no preocuparse por estos temas, que son individuales y a la vez colectivos.

Ella es una institución universal, esencialmente ética, filosófica, iniciática y progresista. Tiene por principio la libertad absoluta de conciencia y la fraternidad humana. Constituye el centro de unión para los hombres de espíritu libre de todas las nacionalidades y credos. Como institución docente formativa tiene por objeto el perfeccionamiento del hombre y de la humanidad. Promueve entre sus adeptos la búsqueda incesante de la verdad, el conocimiento de sí mismo y del hombre en el medio en que vive y convive, promueve el estudio de la moral universal, de las ciencias y las artes para alcanzar la fraternidad universal del género humano.

Ante estas definiciones, los hermanos de obediencias masculinas deben ampliar sus fronteras de inclusión, hacer honor al lema “libertad, igualdad y fraternidad” y permitir legalmente la participación de la mujer en sus trabajos, bajo lo mismo derechos y obligaciones que los varones. Hoy en el mundo occidental, y cada vez más en el resto del mundo, la presencia y la participación de la mujer se consolidan en todos los ámbitos, y cada vez más se entiende, a pesar de lo difícil de la transición, que el mundo se construye a partir de las dos columnas humanas sobre las que se asienta el futuro: el varón y la mujer, con sus diferencias y complementariedades, porque ambos por igual forman parte de aquello más grande que es la humanidad

El nacimiento de la mixticidad
Cuando surgió la Masonería especulativa, o moderna, en el siglo XVIII, la mujer no estaba económica, social, ni políticamente emancipada, y las Constituciones de Anderson de 1723 que dieron el puntapié inicial de la Francmasonería Moderna no las tuvieron en cuenta por ese motivo.Tal vez porque su redactor, James Anderson, además era pastor anglicano, y esa doble condición pudo haber pesado por los prejuicios religiosos de la época.

Pero hacia 1865, León Richer, Venerable Maestro de la logia Mars et les Arts, pudo conocer muy bien las capacidades de María Deraismes cuando ambos impulsaron y sostuvieron Le Droit des Femmes a partir de 1869.

Aquella revista fue órgano de expresión de una consistente red para la emancipación de las mujeres y su incorporación a la ciudadanía de pleno derecho. Ambos fundaron, en 1882, la Ligue pour le Droit des Femmes.

El espacio privado rompía sus barreras y se buscaba la incorporación paulatina de las mujeres a los espacios públicos. El abanico se abría de manera integral desde la igualdad ante la ley moral, el derecho, el trabajo y la vida política. Se decían en aquellos medios consignas tales como: “La aristocracia de sexo no es más justificable que la aristocracia de sangre”.

María Deraismes paralelamente fue interviniendo como conferencista en tenidas blancas convocadas por el Gran Oriente de Francia. Su palabra clara, su fuerza en la expresión y su inteligencia despierta desgravan argumentos que habían logrado granjearse el aprecio de no pocos hombres masones.

El 14 de enero de 1882, María Deraismes atravesó los umbrales del espacio sagrado, masónico. La logia Les Libres Penseurs du Pec hizo posible ese paso trascendente. Ella expresaba reflexiones como las siguientes en el banquete que siguió a su iniciación, en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado: “La puerta que habéis abierto no se cerrará detrás de mí, y toda una legión me seguirá. Habéis dado una prueba, mis hermanos, de sabiduría y energía. Para vosotros un prejuicio está vencido. Sin duda sois una minoría, pero una minoría gloriosa, a la que pronto deberán adherirse la mayoría de las logias. La presencia aquí de hermanos eminentes que han tomado parte es para mí un seguro de garantía”.

Quedaba, sin embargo, todavía un largo camino que recorrer. Les Libres Penseurs de Pec poco después entraron en sueños. Georges Martin había asistido a la iniciación de María Deraismes, y se comprometió a fondo para hacer posible que aquel paso continuase.

Hubo de arrostrar numerosas dificultades dentro de la Masonería, que persistía en ahondar una tradición exclusivamente masculina. Sus gestiones por diferentes talleres de la Gran Logia Simbólica Escocesa para que alguna afiliase a María Deraismes no dieron el fruto deseado. Reconocer los derechos de ambos sexos dentro de las logias era para él “realizar el derecho humano”.

Georges Martin no pudo contar ni con su propia logia La Jérusalem Ecossaise. La única salida posible era fundar una nueva Obediencia.

El 14 de marzo de 1893, María Deraismes, en el local 45, rue des Sèvres en París, la casa de María Béquet de Vienne, comenzó su trabajo iniciando y conduciendo posteriormente hasta el grado tercero a mujeres que venían teniendo una fuerte presencia pública y muy próximas algunas a sus actividades por la emancipación de las mujeres, la atención a la infancia y a las clases desposeídas.

El 1 de abril se produjo la afiliación de Georges Martin. El 4 del mismo mes de 1893 se forma la estructura principal para Le Droit Humain. Fue la última obra de María Deraimes: la gran luchadora falleció el 7 de febrero de 1894.

El arraigo, el crecimiento y la expansión de Le Droit Humain como futura potencia masónica, pese a las resistencias de la Masonería masculina, resultaron ya imparables. El 11 de mayo de 1899 quedó constituido un primer Supremo Consejo Universal Mixto. Annie Bessant, Venerable Maestra de la logia Human Duty en Londres, en el acto de su instalación explicaba:

“Si son los ingleses quienes han aportado la Masonería a Francia, son los franceses hoy quienes la devuelven regenerada a Inglaterra, completada y fortalecida por la admisión de la mujer dentro de la logia, al lado del hombre.”

A partir de 1920 se abrió una nueva etapa en el afianzamiento y la expansión internacional de Le Droit Humain. La Europa de la posguerra desplegaba nuevas energías y el sentido republicano, civil y humanista de la ciudadanía estaba ya bien cimentado, sin prejuicios por razón de sexo.

Para la época la Obediencia se reafirmaba como una institución iniciática, filosófica y filantrópica, que recogía el trabajo masónico masculino y femenino, todo ello encaminado al progreso de la humanidad. Hoy día, el Derecho Humano, con el título de Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain posee logias en todos los continentes y está presente en el Paraguay.

En conclusión, las corrientes masculinas no pueden seguir escondiéndose tras cortinas de antropología trasnochada o ideas producto de miedos y temores subjetivos. Deben dar un paso adelante que, reconozco, para muchos significará un importante cambio en sus estructuras mentales. Queramos o no, estemos de acuerdo o no, llegó el tiempo de posicionarse en este asunto que divide a la Masonería universal en dos bandos antagónicos, cuando ella pretende ser el centro de unión de la humanidad.

Christian Gadea Saguier