Masonería e intolerancia religiosa

Los difíciles momentos de cambio que estamos viviendo indican que ha llegado la hora de repensar si es posible liberarnos de las moralinas que en nombre de lo divino atentan contra la misma existencia de la humanidad. En el mundo posterior al 11 de setiembre de 2001, la religión ha salido de lo privado para estar presente en el espacio público más que nunca. Las investigaciones sobre el origen del cristianismo y el legado de Jesús están socavando los cimientos que durante 2.000 años ha sostenido al Vaticano. También desde el Medio Oriente llegan los fuertes discursos contra la cultura occidental vista por fundamentalistas del Islam. Así el retorno de lo religioso se hace presente y la teoría del Choque de civilizaciones que predijo Samuel Huntington está más cerca que nunca. Ha llegado el momento de reconfigurar el humanismo, independiente de sus confesiones religiosas e instalar una fuerte presencia de la laicidad como principio de las repúblicas.

Quienes pretenden anular la laicidad para aplicar el adoctrinamiento religioso en los ámbitos de la República, atentan contra uno de los principios más elementales del ser humano, el del libre albedrío expresado como la libertad individual.

Por esto entendemos que debemos promover por una laicidad como expresión total de libertad frente a los dogmas y a los fundamentalismos no sólo religiosos, sino políticos, xenofóbicos, y otras concepciones metafísicas que deben ser patrimonio individual de cada ser humano.
Este concepto de laicidad total, así como tiene expresión en el concepto de libertad, también se asocia al concepto de igualdad puesto que sin ella no podría concebirse una distribución equitativa en el orden moral, jurídico y político entre otros. Igualdad de derechos a la existencia, a la dignidad, a la felicidad, a la justicia, al perfeccionamiento y a practicar en lo colectivo.

La laicidad debe ser una, que convoque a todos, religiosos, ateos, agnósticos. Es un método de convivencia entre todas las posiciones que excluye de raíz las posiciones de privilegios, por muy tradicionales que éstas sean. Como expresaba el educador inglés del 1700, John Wesley “Pensamos y dejamos Pensar”.

Los antiguos problemas conexos con el proceso de globalización han cambiado nuestro mundo; después de un largo período, durante el cual la dimensión religiosa y espiritual parecía declinar, la ilusión simplista que el desarrollo tecnológico, con el colapso de la Unión Soviética, habría superado cualquier problema científico, se ha desvanecido definitivamente. Hoy debemos enfrentar un mundo mucho más complejo, donde las fronteras nacionales no pueden separar culturas y tradiciones, y donde las diferencias entre interno y externo pierden paso a paso su significado, tal como nos ha mostrado el ataque terrorista a España.

La guerra que estamos viviendo es igualmente global, y nadie puede pensar que se encuentra fuera de este gran y trágico juego. En este contexto, nuevas formas de intolerancia religiosa asumen un fuerte y creciente significado político; algunos dogmas religiosos, expresados de una forma tosca, esquemática y sin sentido crítico, son utilizados hoy en día como un bastón, a veces contra las mismas seculares tradiciones o simplemente como un instrumento de propaganda más eficiente y políticamente convincente y, obviamente, por estas mismas razones, extremadamente más peligrosos.

Un Mundo Occidental, presentado vulgarmente como judeo-cristiano de hecho se está convirtiendo en el blanco de un Oriente islámico, según el plan de algunos movimientos religiosos fundamentalistas que están intentando asumir una nueva forma de liderazgo espiritual, particularmente en África del Note, en el Medio Oriente, en el Sudeste Asiático y en el Asia Central.

En el lado opuesto, podemos ver que algunas reacciones psicológicamente negativas están echando raíces en la opinión pública europea, tanto así que muchas personas que ya están impresionadas por el actual fenómeno de la inmigración, ahora se sienten profundamente consternadas por la violencia de los actos terroristas; es así que muchos ciudadanos consideren, unilateralmente, a los musulmanes como intolerantes, terroristas en potencia, o incluso peor.
En esta situación, nuestra orden no puede permanecer en silencio y observar la evolución de esta tragedia como algo externo o simplemente profano para nuestras esotéricas mentes y almas.

La primera razón que nos impone una clara respuesta se debe a la dramática circunstancia de la que es objeto la Masonería con una propaganda muy violenta e insultante por parte de algunos grupos fundamentalistas, quienes proponen la reciente exhumación de algunas mitologías comunes y muy antiguas, concernientes a un notorio plan masónico de dominio mundial.

Tampoco podemos olvidar que, en el pasado, en muchos países europeos y americanos la Masonería ha sido severamente atacada, perseguida, prohibida y continuamente condenada por prejuicios religiosos y políticos; hasta que las ideas de tolerancia, democracia parlamentaria, estado laico, libertad religiosa y respeto mutuo, o los principios fundamentales establecidos en la Carta de los Derechos Humanos no se hicieron actuales y aceptados. De hecho, desde el punto de vista de esas personas intolerantes, nuestra existencia, nuestra cultura, nuestra filosofía, nuestra historia deben ser completamente canceladas.

Debemos recordar que nuestra orden no se negó a iniciar a musulmanes, parsis, hindúes, siks, y muchas otras personas de varias religiones del mundo. Gracias a la Masonería, muchas concepciones culturales positivas concernientes a los ideales de tolerancia, hermandad, libertad, democracia, igualdad, o la misma idea de “Derechos Humanos”, han crecido no solo en Europa y en los Estados Unidos, sino también en varios países orientales y africanos.

Si, por un lado, está claro que como Masones no nos ocupamos de política partidaria, por otro lado, no podemos pensar que nuestra filosofía no tenga impacto social ni cultural en las vidas de muchas personas. Esto significa claramente que el espacio ritual y esotérico ofrecido por nuestra orden representa un medio de educación espiritual y social, que propone a personas de distintos países, tradiciones y religiones, la oportunidad de compartir grandes ideales y fundamentales conceptos éticos. Tal clase de educación es obviamente un serio problema, desde el punto de vista de estos nuevos terroristas, fundamentalistas y modernos hijos de la intolerancia.

Debemos resistir, no encerrándonos en nuestros hermosos templos, debemos ofrecer una laicidad entendida en la no hostilidad a la religión como opción espiritual particular, sino en la afirmación de una libertad de conciencia para cada ser humano.

Este será un claro testimonio en las sociedades abiertas, donde la necesidad de nuestras profundas ideas y principios está creciendo más y más, así como crecieron durante el iluminismo para dar forma al mundo de libertad que hoy vivimos.

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