La Masonería sostiene como principio fundamental de su membresía el concepto de libertad y buenas costumbres. Entendiendo estas “buenas costumbres” desde un enfoque filosófico observamos que pueden delinearse en una ética fundamental. Razonaremos en esta nota sobre los valores expresados en esa ética, para demostrar que ser ético es un buen negocio.
Después del caso Enron, surgió una corriente en los Estados Unidos dirigida a difundir estilos de liderazgo basados en principios morales. Resultado de esta tendencia es el libro Inteligencia Moral donde sus autores muestran la férrea conexión entre los buenos negocios y los valores éticos.
Ya en su momento el Premio Nobel de Economía Amartya Sen subrayó: “Los valores éticos de los empresarios y los profesionales de un país son parte de sus recursos productivos”. Es decir, si son a favor de la inversión, la honestidad, el progreso tecnológico, la inclusión social, la integridad, serán verdaderos activos; si en cambio, predominan la ganancia rápida y fácil, la corrupción, la falta de escrúpulos, bloquearán el avance y desarrollo de la sociedad.
Si tuviéramos una vista aérea de la más novedosa organización moralmente inteligente, ¿qué veríamos? Ante todo, no veríamos personas tan sólo morales, o sociales o enfocadas en los aspectos tecnológicos de su trabajo, Veríamos valores morales en su hábitat natural, entrelazados con otros valores sociales y empresariales importantes para el éxito de una gran empresa. Veríamos líderes que creen en la existencia de valores morales que son propios de toda la humanidad, y en consecuencia los aplican en el trabajo y fuera de él. Veríamos líderes que hablan apasionadamente sobre esas creencias y sobre los valores que la compañía sostiene. También veríamos que los líderes tienen tanta competencia moral como dotes para la estrategia.
A medida que nos eleváramos para ver la organización entera, veríamos candidatos a ocupar ciertos puestos, que son examinados para garantizar que sus creencias y valores sean coherentes con los que sostiene la empresas. Veríamos empleados a quienes se brindan oportunidades de desarrollar competencias que traducen los valores en acción. Veríamos personas que resuelven problemas y toman decisiones coherentes con los valores de la organización. Veríamos directivos de todos los niveles que comparten sus valores personales y sus metas e invitan a sus pares y empleados a exigirles que den cuenta de ellos. Veríamos que los empleados son recompensados, no por su adicción al trabajo sino por sus resultados, que logran grandes resultados y reservan tiempo para su familia, para el servicio a la comunidad.
Más alto aún, veríamos una organización que no abandona sus valores cuando la economía pasa por una crisis, cuando una tecnología amenaza con causar problemas o cuando la azota un desastre natural. Veríamos una compañía que tiene un largo historial de desarrollo rentable. Veríamos que la organización dedica cierta cantidad de sus recursos a ayudar a miembros de la comunidad a la que pertenece.
Así planteada las acciones percibimos que la integridad importa. La integridad es lo que mantiene unidas a las organizaciones exitosas. Todas las organizaciones pasan periodos en los que su integridad enfrenta desafíos. Pero son los líderes quienes deben crear un ambiente de trabajo donde la integridad sea un valor importante y las consecuencias de no adherir a él sean graves. Si una organización actúa con integridad, aumenta su probabilidad de tener empleados valiosos y leales.
En cambio, como sostienen Lennick y Kiel, “si los valores están ausentes, se produce una disonancia. Si las brújulas morales de los empleados no se alinean con la conducta de la compañía es improbable que puedan brindar lo mejor de sí” Este libro (Inteligencia Moral) editado por Aguilar establece que las compañías deberían promover entre cuatro y ocho “valores fundamentales”, destacando entre ellos el valor de la integridad. A partir de esos valores fundamentales, las organizaciones pueden utilizar tres estrategias claves para promover y demostrar integridad.
En conclusión, las organizaciones cuyos valores reflejan esos principios tienen mayor probabilidad de ser exitosas en el largo plazo; en cambio las que van por el dinero fácil y corrupto bloquearán el desarrollo de su comunidad y al final tendrán que bajar las ventanillas. Esta corriente basada en principios éticos demuestra que ser íntegro es un buen negocio y que el mero reduccionismo economicista es una visión estrecha que lleva a políticas ineficientes.
Christian Gadea Saguier
© Blog Los Arquitectos
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