La religión, como en la Edad Media, vuelve a ganar escena pública, tan representativa que, en mi país el próximo administrador del Poder Ejecutivo será un obispo -Fernando Lugo-, a nivel mundial Benedicto XVI busca eliminar del espacio público al laicismo. Sus últimas declaraciones se dieron en la fiesta de acogida de las Jornadas Mundiales de la Juventud esta semana en Australia, donde expuso: "hoy muchos sostienen que a Dios se le debe dejar en el banquillo, y que la religión y la fe, aunque convenientes para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o consideradas sólo para obtener limitados objetivos pragmático". El Pontífice remató este tema advirtiendo de que "si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación. Cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el bien, empieza a disiparse".
¿Cómo responder a esta embestida? Algunos líderes mundiales, entre los que se encuentran los reyes Juan Carlos de España y Abdalá bin Abdelaziz de Arabia Saudí inauguraron esta semana la Conferencia Internacional para el Diálogo Religioso en la que líderes y expertos musulmanes, judíos y cristianos, así como de otros muchos credos, buscarán vías para fomentar el diálogo y el entendimiento mutuo. En un reportaje de El País de España, leí que el secretario general de la Liga del Mundo Islámico, Abdalá Al Turki explicó en su intervención que el objetivo de esta cita es hablar y aunar esfuerzos para lograr que ese diálogo dé resultados concretos. De lo que se trata, dijo, es de "que esta Conferencia no sea como otras, estériles, que se traduzca en proyectos operativos, materiales y que sea objeto de seguimiento por parte de los organizadores".
Por mi parte considero que el camino hacia el laicismo es la mejor defensa para evitar el "desorden social" tal como amenaza Ratzinger. El laicismo entendido en todos sus matices, como principio jurídico, filosófico y modo de vivir.
Como principio jurídico el laicismo plasma la separación de la Iglesia y el Estado. Y el principio jurídico nos lleva a poco que nos esforcemos al principio filosófico, tal como lo definió en 2007 el actual adalid del Gran Oriente de Francia: "Cada individuo tiene un bagaje, unas pertenencias, una identidad y unas creencias. En el día de hoy las identidades son más diversas si se quiere. Es la circulación de personas y la facilidad para que este flujo se mantenga lo que provoca que hablemos de una gran diversidad de pertenencias, de bagajes, de identidades y de creencias. Cada individuo viene de un sitio diferente. Y en cada lugar existen comunidades de todo tipo, étnicas, familiares..."
Así el laicismo quiere decir que una sociedad no puede vivir en paz y armonía sin el respeto al otro como diferente a uno mismo. Si se quiere construir un futuro común partiendo de posiciones diversas sólo la idea de respeto a la diferencia puede permitir hacer efectiva esa construcción. El principio filosófico quiere por tanto significar dos cosas: En el ejercicio de la democracia, de la ciudadanía, hay que desprenderse de las propias pertenencias, suspender las convicciones para construir algo común. Y en lo que toca específicamente a la religión, hay que considerar que las creencias forman parte de la identidad que cada uno tiene el derecho de construir, pero integran un dominio privado, íntimo de cada persona. El laicismo implica además conocer, saber que existen otras posiciones diferentes, construidas no solamente sobra la fe, sino sobre principios también respetables: el ateísmo, el agnosticismo, el materialismo. Aprender todo lo anterior nos lleva a un modo de vivir laico, una experiencia que permite la convivencia de toda la ciudadanía.
A contrapaso del intento integrista católico por volver al oscurantismo medieval, tanto en mi país como con las actitudes del Vaticano, surge la alternativa del laicismo, rechazando de forma tajante este tipo de planteamientos, afirmando que no existe autoridad suprema, más que la que se construye con la palabra de todos, con el respeto a las diferentes posiciones, sin que haya nadie que diga cómo han de hacerse o ser las cosas.
Christian Gadea Saguier